Con el surgimiento de cada nueva ideología creemos haber descubierto la auténtica VERDAD, pero cada una de ellas ha acabado por derrumbarse.
Es tiempo de aprender del patrón y reconocer que aquello que hoy asumimos como Verdadero con mayúscula, casi seguro los es solo con minúscula. Reconocer la verdad (con minúscula) que hay en el otro es el primer paso para la auténtica civilización.
En el artículo anterior1 hablábamos de tres ejemplos de narrativas muy distintas que en determinados momentos históricos fueron la verdad dominante en occidente: la visión bíblica de la creación y expulsión del paraíso; la nueva conciencia impulsada por René Descartes que con su “pienso, luego existo” inventó la modernidad, dio vida al individuo al resaltar su importancia dentro del grupo y dio lugar al pensamiento crítico con todo el desarrollo tecnológico y científico que detonó de él; y por último aquella narrativa fundada en el concepto de “big-bang” que se retrotrae millones de años, en que a partir de una misteriosa explosión surge el universo y gracias a una combinación de tiempo y azar dio lugar a la existencia humana.
Estas distintas maneras de mirar la realidad han producido muy distintas instituciones humanas, formas de gobierno, normas éticas y morales, sistemas económicos, modalidades de justicia, de desarrollo tecnológico, de relaciones interpersonales, y un largo etcétera. Y como consecuencia de estas diferencias podemos afirmar que los residentes de cada una de esas cosmovisiones habitan, literalmente, mundos distintos. Y todo ello como consecuencia de los relatos que, en cada caso, se articulan para explicarse a sí mismos y el entorno; así de importante son las narrativas con que nos explicamos la existencia. Y desde luego que este mosaico de realidades dominantes explica por qué es tan complicado alcanzar acuerdos de fondo y maneras eficaces y duraderas para articular el tejido social de tal modo que las interacciones sean constructivas en vez de destructivas.
Aunque con el surgimiento de cada nueva cosmovisión lo hemos pensado así, no hemos descubierto aún una auténtica VERDAD eterna, permanente, universal e incuestionable. Luego de tantos siglos y tantas experiencias de todo tipo, es tiempo de aprender del patrón y reconocer que aquello que hoy asumimos como Verdadero con mayúscula, es decir, eterno, universal e indiscutible, casi seguro es solo verdadero con minúscula, es decir, eterno, universal e indiscutible, pero solo durante un tiempo concreto y dentro de un contexto específico.
Dicho tiempo y contexto se mantienen hasta la llegada de una crisis profunda que cuestiona existencialmente la cosmovisión dominante; es entonces que aquellas “Verdades Absolutas” se reconocen como “verdades relativas”, con lo cual debe renovarse el mundo en busca de un desarrollo, de una evolución que nos permita alcanzar un nuevo peldaño de verdad un poco más profunda y amplia, como de hecho ha sucedido siempre con la progresión de verdades que se sustituyen unas a otras.
Sin embargo, en esta ocasión el reto parece más grande que nunca, pues implica la posibilidad real de que, como consecuencia de nuestra propia devastación, dejemos de ser viables como especie en el planeta. Nunca una sola especie había influido tanto en la biósfera como el ser humano en los últimos trescientos años. El daño fue llevado a cabo de forma inconsciente; ahora corresponde revertirlo –o cuando menos intentarlo– a partir de una serie de estrategias, replanteamientos y decisiones, a partir de optar por un modo de vida que renuncie voluntariamente a bienes y actividades a las que nos hemos habituado.
Lo cierto es que hay una complicación añadida: las cosmovisiones que derivan de las tres maneras de entender al ser humano señaladas siguen vigentes de forma simultánea y cada una defiende sus propios intereses, creando con ello una parte de los problemas y desafíos. Así, millones de personas en Occidente vivimos inmersos en alguna de ellas o en una combinación particular formada por los elementos de cada una de las que más nos acomodan. Imaginar un solo planeta donde cohabitan tres mundos tan distintos, con sus infinitas variantes intermedias y con semejantes desafíos por encarar facilita comprender por qué existen tantas tensiones sociales y culturales y por qué es tan difícil encontrar puntos en común que conduzcan a acuerdos satisfactorios y duraderos.
Cada cosmovisión habita literalmente un mundo propio, y casi siempre está inhabilitada para entender, y mucho menos para empatizar, con las reglas y constantes de los otros mundos con los que se encuentra en permanente colisión. Un luterano sajón natural del medio oeste norteamericano vive en un mundo radicalmente distinto que una científica atea germánica que vive en Berlín y trabaja en el laboratorio de una farmacéutica trasnacional, quien a su vez comprende la vida de modo por completo diferente que un ecologista franco-africano graduado de la Sorbona que trabaja para Greenpeace saboteando plataformas petroleras contaminantes.
Puesto que no es posible vivir sin ningún relato, sin ninguna narrativa que nos explique quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos, la que escojamos como verdadera para los tiempos que vienen será determinante a la hora de pararnos en el mundo e interactuar con él.
Reconocer lo que hay de verdad en la visión del otro, así sea minúscula –igual que lo es la nuestra–, es el primer paso para construir una auténtica civilización. El problema es que el tiempo se agota, que la estabilidad ecológica, social, política y económica en que se sostiene la humanidad está al borde del colapso simultáneo, y de ello la crisis por la pandemia por Covid-19 ha sido un extraordinario ejemplo.
Necesitamos con urgencia recomponer nuestras narrativas de tal modo que sean más realistas, actuales e incluyentes, donde quepamos todos, incluida la Gaia con toda su diversidad y complejidad. Cualquier logro inferior será insuficiente.
1https://ruizhealytimes.com/opinion-y-analisis/tres-ejemplos-de-narrativas-occidentales/
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