Analistas económicos, altos funcionarios de hacienda, presidentes y primeros ministros trabajan horas extras luego del anuncio del presidente Donald Trump sobre los aranceles aplicados a diferentes países, sin distinción de aliados o rivales comerciales. La tarde del pasado miércoles 2 de abril en el jardín de las rosas, el republicano cumplió su amenaza de enunciar las medidas proteccionistas destinadas a recuperar la económica norteamericana. Todo esto rompiendo el orden comercial mundial, para imponer la diplomacia de la fuerza a cargo de la potencia mundial con mayor poder belicista en la historia de la humanidad.
Con una escenografía digna de los fascismos del siglo pasado, Trump enumeró las razones por las cuales, según él, los Estados Unidos requerían equilibrar la balanza comercial con el mundo, a quien acusa de ser jugadores económicos que abusan del imperio. En el caso de México, salvo análisis posteriores y con posicionamientos por definir de la presidenta, Claudia Sheinbaum, un diez por ciento de aranceles a productos nacionales, parece ser un raspón doloroso, pero superable a comparación con otros porcentajes arancelarios.
El Tratado de Libre Comercio, que parece vivir sus horas de agonía, aún logra salvar a la estancada economía mexicana, que no acaba de salir de la etapa post pandemia y que tiene retrasos históricos en su competividad. El anuncio previo de aranceles a metales y a la industria automovilística fue un acicate fuerte del cual acusará de recibo la economía mexicana. Está tan tristemente dependiente de su principal socio comercial, que en los tiempos de incertidumbre total, también puede convertirse en su principal verdugo.
Pasarán días y semanas para definir y configurar el terreno en que se dará la lucha comercial de Estados Unidos contra el mundo, al que en buena parte desprecia, acusa, pero sobre todo minimiza al ser una nación casi independiente económicamente y autosustentable.
La nueva realidad mundial, con tres potencias hegemónicas resultado de procesos capitalistas previos a la pandemia, y ahora con la guerra entre Rusia y Ucrania, sumada a la guerra comercial trumpista, delinean una nueva repartición geopolítica. El fin de la era globalista, con las incumplidas promesas de desarrollo para las clases pobres y la polarización en la acumulación de la riqueza, permitieron la llegada de gobiernos populistas y nacionalistas, exactamente iguales a los que dio origen la segunda guerra mundial.
La guerra comercial, parece apenas un pretexto para liberar el racismo existente entre los fanáticos seguidores de Trump, y los renovados sueños de expansionismo que parecen condenar al canal de Panamá, la aliada y siempre afín ideológica Canadá y la estratégica Groenlandia a la que Trump desde su primer mandato ya buscaba anexar. Ahora con la política de la ley de la selva, los republicanos no dudarían en invadirla, sin importar las tensiones entre naciones anteriormente aliadas.
El regreso de los nacionalismos, desde los más simples a los más extremos, siempre permitirá que los políticos que se envuelven en esa bandera para lograr cosechar el fruto de la popularidad del amor por un país. Sin embargo, no es posible solamente adherirse a los símbolos patrios y presentarse como protector, sin una estrategia de desarrollo económico, educativo, con verdaderos sistemas de salud que permitan a la población vivir de manera adecuada.
En el caso mexicano, la presidenta Claudia Sheinbaum conoce que las carencias históricas que enfrenta se verán aumentadas con la llegada de Trump a la presidencia de los EEUU. Con la estrategia de cabeza fría y análisis total de sus opciones, la primera mandataria entiende que es mejor no pelearse directamente con el león republicano, en una lucha que es totalmente desigual.
A diferencia de otras naciones como Canadá, que requiere de una diplomacia bravucona a cambio de la popularidad interna, México al ser el país más dependiente del imperio norteamericano, tiene pocas cartas que jugar, en la relación bilateral, históricamente injusta y desigual. No por nada el dictador Porfirio Díaz acuñó aquella frase: “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.
Por lo pronto, en este trepidante inicio del segundo periodo de gobierno de Trump, la vorágine política, económica y belicista no da tregua ni para el análisis. Mucho menos permite aventurar un pronóstico optimista de las acciones que se desarrollan en tiempo real, con una guion digno del surrealismo internacional.
México tendrá que buscar crecer y resolver sus retos históricos para sobrevivir de la mejor forma a esta nueva era de guerras comerciales, que podrían desencadenar a conflictos bélicos, de apocalípticas consecuencias. Desde la casa Blanca, se impulsarán los cambios que reconfigurarán la realidad mundial incierta, donde nuestro país requerirá de una rápida adaptación y aprendizaje sin muchos referentes a los cuales consultar. Siempre con recursos económicos limitados, y muchas necesidades por atender.
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