Lee poesía y sé feliz

Mas la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos los sueños de los locos que los del hombre sabio». Charles Baudelaire.

1 de mayo, 2023 Lee poesía y sé feliz

La existencia humana es una alquimia de experiencias, deseos, razones y metas que anhelan la felicidad. De tal manera que no sólo de argumentos y demostraciones científicas vivimos, sino que hay un elemento trascendental –«inútil» a los ojos del sistema capital que busca sólo rentabilidad– que sólo se accede a través de la experiencia estética. Me refiero, precisamente, a esa sensación que el arte nos produce en lo más profundo de nuestro ser: las experiencias de lo bello y lo sublime. Para los cuales, defiendo en este escrito que la poesía es una auténtica puerta que nos permite entrar en la dimensión de lo intangible, lo sensitivo y, sin lugar a duda, la felicidad.

Para empezar, defino qué entiendo por “sublime” y “bello”. Como lo comenté en un texto anterior, siguiendo a Kant, lo sublime es sentimiento que varía entre “cierto horror o melancolía; en algunos casos, meramente una admiración silenciosa, y en otros de una belleza que se extiende sobre un plano sublime. A lo primero le llamo lo sublime terrorífico; a lo segundo lo noble y a lo último lo magnífico1”.  Asimismo, lo bello “se manifiesta por la alegría que hace brillar los ojos, los rasgos sonrientes y frecuentemente por las radiantes manifestaciones de júbilo”2. En pocas palabras, “lo sublime conmueve, lo bello encanta3. Quizás, para lo sublime sea más acertado decir que tal sensación estremece el ánimo. 

Ahora, ¿por qué la poesía nos permite sentir y “estremecernos” tanto? Sobre todo, en el aspecto de lo sublime, ya que lo bello se acerca a la noción más común de lo que se deriva de un cierto “efecto poético”. Me parece que tiene que ver con su “iconocidad” ya que, de acuerdo con Mauricio Beuchot, el ícono “puede mediar entre los sentidos y la razón; puede mediar entre los sentimientos y nuestra inteligencia”4. Es decir, que los íconos nos permiten cotejar proposiciones lógicas –racionales– con experiencias sensibles –impresiones a nuestros sentidos–. De esta manera, podemos contrastar referentes materiales –o simbólicos, como un logo–con su carga “semántica” que, a su vez, provoca una respuesta emocional. Un ejemplo sencillo: el suástica nazi inmediatamente conecta el hecho histórico con muchos sentimientos como la melancolía, la angustia, el terror o una general sensación de intranquilidad. Otro ejemplo, si uno observa el logotipo de “Disney” –y si uno es de los 90’s como el autor quien creció con sus personajes– inmediatamente emergen sentimientos de alegría, familiaridad, gozo, etcétera. Todo esto es posible gracias al ícono. Adicional, cabe mencionar que Beuchot divide el ícono –siguiendo a autores como Pierce– en: imagen, diagrama y metáfora5

 

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Para el objetivo que concierne a este trabajo, centro la atención en la metáfora y en la imagen. El mismo Beuchot explica que a través de la metáfora podemos transferir ciertas cualidades para simplificar ideas más abstractas. Así, cuando alguien dice “tus ojos brillan con el destello del amanecer” no significa que el sol se asome por las pupilas del interlocutor. Lo que se quiere expresar es que hay un cierto fulgor que evoca un sentimiento de belleza en quien expresa la metáfora. Es decir, se quiere presentar una sensación, un sentir difícil de explicar con proposiciones racionales (A B C), pero se diluye la abstracción con la figura metafórica. Con la imagen –apunta Beuchot– se permite presentar una asociación más universal6. Para que la expresión anterior funcione, el o la aludida saben qué es un ojo, qué es un amanecer y haberlos visto. De esta manera, “la imaginación enlaza la teoría con la praxis”7.

Es así que la poesía, por su misma naturaleza que versa entre la metonimia –las imágenes– y la metáfora, nos abre el camino hacia lo sublime y bello a través de una especie de «alquimia» icónica que transforma lo indecible en una expresión entendible –tanto racional como sentimental–. Aquí radica la esencia de la poesía, la cual nos permite ser más felices por tres dimensiones –derivadas de dicha esencia–. La primera es la pedagógica. Como ya mencioné, nos permite conocer y pormenorizar nuestra comprensión al agudizar la capacidad de engarzar lo racional con lo experimentado. Un ejemplo desde la poesía misma es el famoso soneto de don Francisco de Quevedo:

Retirado en la paz de estos desiertos,

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos

y escucho con mis ojos a los muertos.8

Lo que nos relata don Francisco con la sutileza de un fino pincel no es que habla realmente con los muertos. Más bien, que a través de la lectura pudo trasladarse a entender lo que los autores pensaron. Así, pedagógicamente, el cerebro humano es capaz de agudizar su discernimiento lógico a través de imágenes y metáforas. En este sentido, cabe afirmar que no todo el conocimiento humano se centra en la demostración experimental científica. ¡Qué triste un mundo de sólo fórmulas y teoremas! Incluso, la misma ciencia tiene que recurrir a las figuras literarias de la imagen, metonimia y metáfora para idear sus hipótesis. Basta pensar en la Teoría Especial de la Relatividad –cómo Einstein utiliza el ejemplo de los barcos, retomados a su vez de Galileo–9. Dejo que la misma poesía haga una crítica al pensamiento cientificista radical con las palabras de Edgar Allan Poe:

How should he love thee? Or how deem thee wise,

Who wouldst not leave him in his wandering

To seek for treasure in the jewelled skies,

Albeit he soared with undaunted wing?10

La segunda dimensión se centra en la sensibilidad estética. Al leer el verso “Is all that we see or seem but a dream within a dream” o el cierre del famoso poema The Raven, “And my soul from out that shadow that lies floating on the floor shall be lifted–nevermore!11 resultan estremecedores a la interioridad –el alma–. La experiencia de pensar si lo que vivimos es una realidad o, quizás, hay algo que –como en el sueño– no estamos conscientes; o bien, el terror de la sombra del hastío sublimado en la forma de un cuervo, ¡claro que provocan una sensación sublime! Lo cual nos lleva a la tercera dimensión. La poesía nos ayuda a encontrarnos a nosotros mismos. Nos invita a la reflexión sincera de quiénes somos y cómo evaluamos nuestra existencia. Cuando Baudelaire expresa el famoso spleen o hastío –en su veta más existencial– hacia nuestra conciencia del tiempo, nos invita a mirar hacia nuestro interior para conocer nuestros deseos, así como nuestras ansiedades: 

¡Reloj!, dios espantoso, siniestro e impasible,

cuyo dedo amenaza diciéndonos: «¡Recuerda!

Los vibrantes Dolores en tu asustado pecho

como en una diana pronto se clavarán… 12

Charles Baudelarie, “El reloj” en Las flores del mal, tercera edición, trad. de Antonio Martínez Sarrión, (Madrid: Alianza Editorial, 2015), p. 133.

Charles Baudelarie, “El reloj” en Las flores del mal, tercera edición, trad. de Antonio Martínez Sarrión, (Madrid: Alianza Editorial, 2015), p. 133.

Por todas estas razones, defiendo que leer poesía nos hace más felices. Y no me refiero a una alegría vacua, incauta e ingenua; sino a una enraizada en la aceptación de la verdad de aquello que somos: seres racionales, emocionales, angustiados y esperanzados. La felicidad no es el destello constante de la adrenalina, sino la paz de saber quiénes somos.

 

1 Immanuel Kant, Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y sublime, trad. de Dulce María Granja Castro, (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2017), p. 5. Énfasis del texto original. 

2 Ídem. 

 3Ídem. 

 4Mauricio Beuchot, Senderos de iconicidad. Sobre el resplandor de las imágenes, (México: Herder, 2016), p. 53.

 5Cfr. Ibídem, p. 58.

6 Cfr. Ídem. La imagen sería el otro lado de la metáfora, la metonimia. 

 7Ibídem, p. 51.

8 Francisco de Quevedo, “Desde la torre” en Antología poética, edición de Esteban Gutiérrez Díaz-Bernardo, (España: Editorial Castalia, 1989), p. 79.

9 Si el tema es de interés, recomiendo las lecturas: Thomas S. Khun, La estructura de las revoluciones científicas, cuarta edición, trad. de Carlos Solís Santos, (México: FCE, 2019) y Tom Crane, La mente mecánica. Introducción filosófica a mentes, máquinas y representación mental, trad. de Juan Almela, (México: FCE, 2022). 

 10Edgar Allan Poe, “Sonnet–To Science” en The Complete Poetry of Edgar Allan Poe, (USA: Signet Classics, 2008), p. 45.

 11A Dream within a Dream (p. 39) y The Raven (p. 45). 

 12Charles Baudelarie, “El reloj” en Las flores del mal, tercera edición, trad. de Antonio Martínez Sarrión, (Madrid: Alianza Editorial, 2015), p. 133.

 

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