El hombre de Kerioth

Llegará la muerte sin posibilidad de redención, sin paraíso,  llegará puntual, disfrazada de accidente a la ocasión o quizá  lo hará sutilmente disfrazada, como un vicio.  Yo miraré entretanto aquella luz fractal, dentro de aquél oscuro precipicio ...

19 de julio, 2024 El hombre de Kerioth

Llegará la muerte sin posibilidad de redención, sin paraíso, 

llegará puntual, disfrazada de accidente a la ocasión o quizá 

lo hará sutilmente disfrazada, como un vicio. 

Yo miraré entretanto

aquella luz fractal, dentro de aquél oscuro precipicio 

al tiempo que repaso mentalmente esas historias sobre el mal que aquél otro hizo. 

Por eso hoy, hastiado de promesas y futuro, 

necesito aquello que es real, 

universal 

y es que, al final, 

amar a alguien bueno y puro ¿importa entonces? 

la vida fácil, el éxito seguro 

¿poseen acaso, acaso tienen valor alguno?

Mírame, Dios, mírame y dime, 

con la lánguida suerte que he tenido, 

con la miserable vida que he vivido ¿podría un hombre 

bueno no volverse malo? Una cosa, una cosa es entonces lo que pido. 

Permíteme amar a aquél que el mundo llama loco, al desdichado; permíteme amar a ese necio 

y a aquel otro pobre, rechazado. A aquél que sin éxito brega, a ese convoco. A ese que, de ternura y bondad, conoce poco. Incluso al hombre de Kerioth (el gran villano) odiado por todo aquel que es buen cristiano; traidor infame cuyo nombre es Judas, consigna hereje de rezos y de viudas. 

A esa mujer, de labios resecos, cuya vida es dura. Y a aquella otra que lleva en el alma una fisura. A aquél que porta la vergüenza como mantra. Y al de postura firme y habla clara, que vive cada día con un alma atormentada. Y al huérfano al que nadie jamás tendió una mano; y a ese al que nadie, jamás, llamaría hermano. 

Trae a mi pues a niños, a ancianos.

A muchos, a pocos.  

A todos. 

Déjame estrechar la mano del incomprendido, a aquél que furioso 

y abatido, vocifera calumnias con ardor profano; 

trae a mí al enfermo, al apartado, ese también es Dios 

pero más frágil, un Dios por así decir, aún más humano. 

Seguir la senda del camino oscuro, 

podré yo soportar, lo sabes, te lo juro. 

Y mientras hago una pausa, ya cansado, 

rodeado de criaturas que carecen de nombre

busco los ojos de aquél que me mira allá, de lejos. Pero Judas, el hombre 

de Kerioth, no es ningún otro sino el pálido reflejo 

del hombre que esto escribe mirándose, de frente, en el espejo. 

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