Querida Tora:
El otro día, la vecindad entera despertó antes de las seis de la mañana, porque se oyeron unos alaridos formidables. Todos se asustaron, y salieron al patio en paños menores (casi desnudos, para que entiendas mejor) a ver qué pasaba. ¿Y qué crees que era? La señora del 56, que tenía al marido (o lo que sea) a sus pies, y lloraba a gritos.
Cuando le preguntaron qué pasaba, dijo que el marido venía muy tranquilo, a acostarse, pero que al llegar a la vecindad se cayó y se murió. Varios le dijeron que probablemente no estuviera muerto; pero ella dijo que sí, que lo mismo le había pasado a un señor que conoció en otra vecindad, y que estaba muertísimo. Y añadió: “Le dije muchas veces que no tomara agua, que se le iba a cruzar con los alipuses que había tomado. Pero no me hizo caso, y miren las consecuencias. No es bueno mezclar una cosa con otra””. Y volvía a llorar. Luego le dijo a un niño que fuera a comprarle cuatro velas a la tienda de doña Eusebia, que era la única que estaba abierta tan temprano, pidió prestados cuatro candeleros, y los colocó alrededor del cuerpo del difunto. Y cuando el portero fue a decirle que se llevara a su muertito de allí, le contestó que no tenía dinero para llevarlo a una funeraria, y que no fuera malo, que le permitiera cumplir con esa tradición tan mexicana y tan bonita del velorio, El portero tuvo que acceder, aunque le dijo que luego hablarían.
Al cabo de unas horas, la señora dijo que ya se había cansado de llorar, y le pidió a una de sus comadres que la substituyera un rato, mientras ella platicaba con otra comadre. Luego pidió a las muchachas del 37 que lloraran un rato, aunque fuera más suavemente, y rogó a la del 48 que llorara como si se le hubiera muerto alguien muy querido. La mujer estuvo un buen rato pensando quién era tan querido como para llorar a gritos, pero no fue sino hasta que alguien le recordó que Pedro Infante ya había muerto, que empezó a llorar y a gritar. Ahí las dejó mientras se fue a comer, que la invitó la del 18, que le dijo que no era bueno malpasarse con el estómago vacío tanto tiempo. Sin embargo, cuando volvió de comer dijo que seguía sintiendo el estómago vacío. Y mandó a un chamaco a que le trajera una botella de tequila del más barato, para ayudarla a pasar la tarde y la noche. Claro que le tuvo que convidar al del 37 y al del 43, que habían sido grandes cuates de su esposo (o lo que fuera), y apenas le alcanzó hasta que se puso el sol. La Mocha bajó a regañarlos por el escándalo que hacían, entre lamentos y gritos de dolor, pero no le hicieron el menor caso. Para las ocho ya se les había acabado la botella, y entonces el del 37 trajo una de un tequila un poco más fino; y el 43, para no ser menos, sacó una de vodka dizque importado de Estados Unidos. Y al poco rato, ya estaba la del 56 bailando con su compadre “para ahogar la pena más pronto”. No tardaron en imitarlos los demás vecinos pero, eso sí, cuidando de no pisar al difuntito.
Llegó el momento en que el tocadiscos empezó a tocar una polka. Pero apenas se estaban formando las parejas, y discutiendo si podrían brincar al muertito, o si eso era visto mal por la iglesia, cuando ¿qué crees?: el muerto se sentó. Se hizo el silencio, turbado sólo por las estridencias del tocadiscos, que nadie se atrevía a apagar. Pero la del 56 lanzó un grito de alegría y corrió a abrazar a su esposo (o lo que sea) y a preguntarle “¿Por qué te moriste así, tan de repente?”. Claro que esa pregunta no tenía contestación y, efectivamente, el muerto no contestó. Sólo dijo que se sentía un poco mal y que luego, de pronto, ya no sintió nada, hasta que unos trompetazos lo despertaron . Entonces, todos se pusieron a bailar de alegría, y hasta llamaron al portero, quien no se negó a participar del jolgorio general. Y fueron a ver a la Mocha para decirle que ya no era falta de respeto lo que hacían, sino alegría por la “resur…” (hasta ahí llegaron, y ninguno pudo decir “resurrección del señor del 56”. Era demasiado difícil.
Total, que cuando acabó el jolgorio y cada quien se fue para su casa y fue el portero a “hablar” con la del 56, ésta le dijo que no habiendo muertito no tenía por qué cobrarle un velorio que no fue velorio. Y los del 56 se fueron a su vivienda, echando gritos de alegría. El portero se quedó enojado, pero no pudo decir nada.
¿A ti qué te parece, mi amor?
Te quiere
Cocatú
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