“Hay mucha gente que piensa que el domingo es una esponja que limpia los pecados de toda la semana”.
– Henry Ward Beecher (1813 – 1887), clérigo estadounidense.
En 2015 escribí respecto a la pasión en el proceso creativo de Coco Chanel y en el camino descubrí que murió una noche de domingo del mes de enero de 1971; el domingo era el único día que no trabajaba y el día que más detestaba. Seguramente incluí tal dato porque los domingos tienen algo especial para mí que va de la nostalgia al pleno disfrute sin olvidar que “según el Código Justiniano, “durante el domingo, el venerable día del sol, debían cerrarse los talleres, y los magistrados tendría que descansar”. Desde entonces, se descansa ese día, para conmemorar el nacimiento de Apolo, Dios del Sol.
Religión y costumbres aparte, el domingo se ha ido transformando con el paso de los años, pues se ha convertido en un día tan activo como el resto de la semana y nada queda de aquellos días solitarios y vacíos en los que todos los comercios cerraban y el tránsito disminuía; sin duda, el mundo ha cambiado.
Pero ¿por qué escribir respecto al día domingo? ¿Qué tiene de especial o diferente? Quizá nada o probablemente todo porque ningún domingo ha vuelto a ser igual desde que mi hijo nació y mucho menos desde que mi padre falleció, sin olvidar que mi tío Jorge murió un domingo 27 de diciembre del año 1998, entre Navidad y Año Nuevo, justo el día en que lo esperábamos para comer todos juntos en casa de mi madre, lo cual significó la primer gran pérdida en mi vida.
Es posible que algo quede escondido en la memoria de ciertos días como por ejemplo: las visitas de aquel novio adolescente que me cantaba canciones al ritmo de su guitarra y que me escribía sin falta una carta diaria o los tantos cafés que tomé en compañía de mi mejor amiga en la universidad cuando la tristeza de los corazones rotos nos reunía en la Condesa o el Centro Histórico para rumiar el olvido de los ingratos galanes de entonces. Pero también es real que todos los días tienen sus peculiaridades porque ninguno es igual a otro.
El vocablo domingo proviene del latín dies Dominica = día del Señor, debido a la celebración cristiana de la Resurrección de Jesús. En la antigua Roma, se llamaba a este día dies solis = día del sol. Los católicos distinguen de otros domingos los siguientes: de Adviento, de Ramos, de Resurrección, de la Divina Misericordia, de Pentecostés y de la Santísima Trinidad. En lo personal, es el día de no descanso para mí porque al paso de los años se ha convertido en mi momento de escape y relax para disfrutar de #laspequeñascosas de la vida, por lo que evito programar asuntos a menos de que se trate de algo disfrutable como una visita al campo o a la playa. Por lo demás, el día transcurre entre lecturas, tazas de café (muchas) y juegos con Alonso (mi hijo) porque también es el tiempo para él, un día para no hacer tarea, no atender pendientes y no distraerme con el celular.
A manera de colofón, mi papá solía comprar religiosamente el periódico los días domingo. Él leía las noticias y me compartía las tiras cómicas que yo esperaba con peculiar emoción durante toda la semana, mismas que devoraba en minutos y, luego, juntos resolvíamos el crucigrama (en realidad él tenía todas las respuestas pero era una actividad compartida). De ese recuerdo me queda la costumbre de comprar el diario, especialmente de aquéllos que incluyen suplemento dominical porque algo queda de mágico de esos días y porque sí, también son días de guardar.
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