La pandemia nos ha obligado a relacionarnos por vías no-presenciales. Mediante las plataformas digitales el ser humano lleva a cabo contactos que amplían, diversifican y complementan las relaciones presenciales.
¿De qué modo esta nueva manera de vincularnos transformará a la sociedad post-covid?
La semana anterior decíamos que Edward Hall en su libro La dimensión oculta1 , desarrolla la disciplina de la proxémica, la cual estudia la forma en que el ser humano utiliza el espacio para relacionarse.
Las fronteras del ser humano no empiezan en la epidermis, sino que van más allá. La distancia a través de la cual nos relacionamos es parte tanto de nuestro espacio vital como de la interacción en sí. Estamos genética, cultural y conductualmente habituados a mantener una cierta distancia para cada tipo de relación y contexto en que nos encontramos y alterarlo artificialmente durante un tiempo sostenido –como ocurre en la actualidad a consecuencia de las restricciones sanitarias– puede producir modificaciones en nuestra comprensión del vínculo, variación en cierto tipo de relaciones existentes y mutaciones en la manera natural de vincularnos en situaciones y/o personas nuevas.
Hall descubrió que el ser humano se relaciona de cuatro formas distintas a partir de la distancia que guarda entre sí en cada tipo de interacción. Estas maneras son: íntima, personal, social y pública2 . Sin embargo, cuando Hall publicó su texto por primera vez, en 1966, no solo no había pandemia que nos obligara a sustituir las distancias íntimas y personales por distancia social, sino que tampoco existían plataformas digitales que permitiesen el contacto y la interacción no presencial desde las más diversas distancias y situaciones. ¿En cuál de las clasificaciones habría colocado Hall una sesión de Zoom o una videollamada?
La pregunta es pertinente porque si bien Hall se refería específicamente a distancias físicas, tenía muy claro que su clasificación no debía interpretarse de manera rígida. A fin de cuentas, lo que él intentaba reflejar era la manera en que el ser humano se relaciona entre sí y a estas alturas es imposible negar que, mediante las plataformas digitales, el ser humano lleva a cabo un contacto, una interacción, un vínculo que de algún modo amplía, diversifica y complementa la modalidad presencial al tratarse de interacciones no-físicas de carácter consciente y que resultan significativas para los involucrados, por ello debemos tomarlas en cuenta cuando se trate de estudiar y comprender los vínculos humanos.
Así como en artículos anteriores hacía énfasis en las posibles transformaciones que pueden sufrir los vínculos al llevarlos todos (íntimos y personales) al nivel de distancia social, ahora conviene reflexionar acerca de cómo relacionarnos primordialmente mediante plataformas digitales proporciona una sensación de cercanía que no siempre es equivalente a la presencial.
Si nos ceñimos estrictamente a la clasificación de Hall, las plataformas digitales calificarían, en el mejor de los casos, como “distancia pública”. Si recordamos cómo caracterizaba Hall este tipo de distancia, veremos que la situaba a una separación material –de los 7.5 metros en adelante– en la cual el individuo perdía contacto con el otro con la mayoría de los sentidos. En este caso el individuo está completamente fuera del campo de relación y se producen importantes cambios sensoriales. Cuando contemplamos a alguien a distancia pública no lo podemos tocar, no lo podemos oler, no sentimos su presencia ni apreciamos los detalles finos de sus gestos ni de su expresión; tampoco hacemos un claro contacto visual ni escuchamos los matices refinados de su voz o entonación. Todo esto es lo que ocurre en una sesión de Zoom, de Teams o de Skype.
Mediante este tipo de plataformas es posible mantener un nivel de comunicación altamente sofisticado –no solo mediante el lenguaje y ciertos aspectos de comunicación no verbal, sino también mediante el intercambio de materiales audiovisuales que la complementan–; sin embargo, no resulta igual de posible y eficaz recrear el mismo nivel de comunicación sensorial-emocional-sentimental que se produce en el contacto físico cercano. Es decir, las plataformas digitales son muy eficientes para transmitir información y conocimiento objetivo, pero no lo son tanto para conseguir que los participantes conecten emocional, personal, sentimental e íntimamente, como de hecho ocurre cuando los cuerpos de los involucrados están presentes y a las distancias adecuadas. Incluso en plataformas, páginas y aplicaciones de carácter sexual, el individuo interactúa mucho más con su propio erotismo y su propio cuerpo, que con la intimidad de la persona al otro lado de la pantalla.
El caso más evidente se da cuando hay un expositor que se dirige a un grupo de individuos representados por pequeños recuadros en la pantalla de su ordenador, y donde, en sentido contrario, cada individuo detrás del recuadro recibe la imagen del expositor a pantalla completa, pero no dirigiéndose a él en lo personal, aunque sí en lo social o lo público. Aquí la posible distancia social o pública lo señalaría el número de participantes. Asumo que pasando de los veinte que es posible visualizar en una sola retícula de pantalla, pasaríamos de una virtual distancia social a una distancia pública, porque a partir de entonces ni el orador ni nadie podría contemplar de un golpe de vista a todos los asistentes.
Pero ¿qué ocurre cuando se trata de una conversación uno a uno, donde ambos involucrados se tienen el uno al otro a pantalla completa y concentrando por completo su atención en la contraparte? ¿Podríamos hablar entonces de distancia personal o íntima? No resulta una pregunta fácil de responder. Decir que sí, implicaría aceptar que es posible sostener una interacción íntima a través de una pantalla, mientras responder que no, implicaría negarlo, y no parece que ninguna de las posibilidades pueda tomarse como una respuesta categórica, definitiva y universal.
Pareciera que bajo determinadas circunstancias cualquier respuesta sería posible. Amigos terapeutas –y yo mismo como consultante– afirman que las sesiones de psicoterapia por esta vía son tan eficaces como las presenciales. Algunos otros, como es mi caso como consultante, pensamos que funcionan muy bien si se ha construido previamente la relación personal con el/la terapeuta.
Esto implicaría que la “sensación” de intimidad o de cercanía personal no depende por completo de la cercanía física. Es muy probable que en muchos sentidos así sea. Uno puede sostener altos grados de cercanía e intimidad a partir de un intercambio verbal, es posible profundizar en la amistad, en los lazos filiales y familiares a partir de una conversación abierta y sincera, y mucho más si los involucrados han estado en cercanía física en el pasado, pero ¿cómo hablar de auténtica intimidad –en especial la afectiva, romántica y/o pasional– sin contacto físico? ¿No es acaso nuestro cuerpo, no solo nuestra manifestación material, sino el instrumento mediante el cual nos relacionamos con el mundo, con la realidad objetiva? ¿Cómo hablar de auténtica cercanía e intimidad cuando renunciamos al menos a la mitad de nuestras herramientas sensoriales –tacto, olfato y gusto– para conectarnos en el otro?
Por el momento no conozco aún ningún estudio serio y profundo al respecto de este tema, por lo cual lo expresado son tan solo hipótesis y reflexiones basadas en la observación de la realidad actual; sin embargo, el que no sepamos la respuesta a las preguntas anteriores no significa que no se trate de un dilema verdadero en el que sea necesario ir más a fondo.
Los seres humanos estamos siempre en interacción con algo o con alguien; la forma y los grados de nuestras interacciones –con nosotros mismos, con el otro y con el entorno– nos condicionan e influyen decisivamente en la construcción de nuestra personalidad y en la manera en que nos plantamos en el mundo. Pensar que esta nueva dinámica de contacto y novedosa forma de crear vínculos –en especial si continúa universalizándose al grado de convertirse en el medio hegemónico de interacción humana– no habrá de afectar nuestra psique y nuestra manera de relacionarnos con los demás –y por lo tanto afectar la manera como nos construimos a nostros mismos– sería una ingenuidad que no podemos permitirnos.
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1 Hall, Edward T., La dimensión oculta, Primera Edición, Vigésimo séptima Reimpresión, México, Siglo Veintiuno, 2019, Págs. 255
2 Para explicaciones más detalladas acerca de cada tipo, consultar los artículos “Los cuatro tipos de distancia entre humanos” – https://ruizhealytimes.com/opinion-y-analisis/era-covid-los-cuatro-tipos-de-distancia-entre-humanos/ – y “¿Por qué es tan difícil mantener la distancia social… y usar cubrebocas?” – https://ruizhealytimes.com/opinion-y-analisis/era-covid-por-que-es-tan-dificil-mantener-la-distancia-social-y-usar-cubrebocas/ – de esta misma columna, publicados en los días 15 y 22 de enero de 2021 respectivamente.
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