Durante el transcurso de nuestra vida, lo hemos alternado entre momentos que sentimos que adquirimos y otros en donde nos hemos enfrentado a diferentes tipos de pérdidas que nos causan mucho dolor, y que nos han dejado algunas marcas difíciles de sanar.
La pérdida de la juventud, el quebranto económico, la pérdida de la influencia, los alejamientos, la muerte de un ser querido, la pérdida del trabajo, de la salud, etc. Todo esto conlleva su cuota de dolor y frecuentemente no sabemos cómo digerirlo, acostumbramos a esquivarlo o a taparlo sumando duelos.
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En el artículo pasado hablamos sobre la diferencia entre el dolor y el sufrimiento, y es justamente esto: cuánto mayor aceptación, menor sufrimiento; cuánto más resistencia, mayor sufrimiento.
En cada pérdida, cualquiera que sea, tenemos que darnos un tiempo, que es un gran aliado, pero no podemos esperar a que nuestro dolor pase, el duelo es fundamental, es una oportunidad de “hacernos amigos” de la aceptación para poder soltar y dejar ir.
Una de las mayores pérdidas es la muerte de un ser querido, por lo menos para mí, a pesar de saber que es lo único seguro que tenemos en esta vida. Es por esta razón que inconscientemente a la gran mayoría no le gusta pensar en la muerte de sus seres queridos e incluso en la propia.
La mejor forma de encarar la muerte es aceptarla y saber que está aquí, en todo momento, a nuestro lado, pues no sabemos cuándo nos toca… todos estamos en la fila; unos enfrente, otros en medio y otros hasta el final, pero al fin y al cabo, nadie se libra de ella. Es por eso que debemos pensar que hoy puede ser el último día de nuestra vida y aprovecharlo al máximo, estar en el aquí ahora en atención plena con nosotros mismos, en todas nuestras acciones, relaciones, deseos, sueños. No dejar nada para mañana pues no sabemos si llegará.
De este modo, nuestro desafío será aceptar que el dolor existe y que en la vida todo es cambio e impermanencia y principalmente, que nada es para siempre. Nuestra fuerte resistencia al cambio la tenemos enraizada en el cerebro más instintivo y, para poder lidiar con nuestros duelos es fundamental aceptar y dejar ir.
“Según las tradiciones espirituales la identificación es el origen de nuestro sufrimiento ante las pérdidas que encontramos en el camino. A pesar del dolor que nos traen, en ellas anida la oportunidad de crecimiento. Con cada nueva “pérdida de una parte de nosotros” y, para trascender el resultante duelo, convendrá sucesivamente aceptar y abrirnos al dolor, accediendo a que consuma su función y desde ahí emerja una nueva identidad más amplia y profunda”.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
De la formación Especialista en Acompañamiento en Procesos de Duelo y Muerte, Escuela Española de Desarrollo Transpersonal, Madrid, España.
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