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El soundtrack de una vida (entre otras vergüenzas)

Hablar de música no es fácil; es un tema tan delicado que uno debe proceder con toda cautela como lo haría al hablar de religión… Hablar de música no es fácil; es un tema tan delicado que...

16 de junio, 2015
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Hablar de música no es fácil; es un tema tan delicado que uno debe proceder con toda cautela como lo haría al hablar de religión…

Hablar de música no es fácil; es un tema tan delicado que uno debe proceder con toda cautela como lo haría al hablar de religión. Primero tengo que aclarar que no me gusta entrar en el eterno debate de lo que implica tener buen o mal gusto. En música, como en parejas, la belleza está en quien la escucha o ve. Pero sólo soy humana y, sí, juzgo a la gente por las dos cosas, simplemente me resulta imposible confiar en alguien que sólo escucha un género. No todo es perreo en la vida.

Yo crecí en los noventa y, como la mayoría de las personas, mi primer roce con la música fue de bebé; mi mamá me cantaba La Marsellesa para arrullarme y, por influencia de mi hermana, aprendí a cantar el himno de Canadá cuando apenas podía formar oraciones más o menos coherentes. Tener una hermana/o grande siempre expone a uno a otro mundo de posibilidades. Para empezar, veía mucho Mtv cuando tenía seis años, tanto fue así que el primer hombre que me gustó fue Mick Jagger (Steven Tyler y Joe Perry le seguían), definitivamente veía y escuchaba cosas poco apropiadas para mi edad.

Antes de tener un gusto desarrollado, la única música que mi hermana y yo escuchábamos era la que mi mamá ponía; ella tenía su "playlist" en acetato (o casette) para cualquier momento. Cuando estaba lluvioso tocaba escuchar Billie Holiday, Louis Armstrong o Fontella Bass; para clima caluroso Martha Sánchez, (Arena y sol, obvio) Yuri y algunas de Eugenia León; Serrat y algo de Miguel Bosé cuando el humor era más bien nostálgico y para algo guapachoso (y pocho) Selena, esos sólo son algunos ejemplos.

De chica había canciones que me daban miedo real como La bruja y El yure (interpretadas por Eugenia León), ¿a quién chupa la bruja? ¿Y qué rayos es un yure y por qué me quiere llevar?, pensaba. Ahora La bruja es una de mis canciones favoritas y El yure, la verdad, me sigue dando miedo. Otras me daban una sensación parecida porque las escuchaba camino a la escuela o porque anunciaban un largo fin de semana de fingir que recogía mi cuarto o hacía la tarea. Todavía hay canciones que me saben a esos domingos interminables, o peor aún, a los domingos en los que me divertía y el regreso a la realidad era más doloroso. Hasta las de Shakira me sonaban nostálgicas.

Como ya he dicho antes, mi experiencia en la escuela fue desalentadora en el mejor de los casos. Mi mamá, Dios la bendiga, quería motivarme en las mañanas con Serrat y yo de verdad trataba de poner de mi parte pero el optimismo de Hoy puede ser un gran día adquiría un tono sarcástico. El trayecto de la mañana prolongaba la anticipación de un largo día de tortura y no ayudaba mucho escuchar De puntitas con Emilio Ebergenyi. Empezaba a diez o quince minutos antes de llegar pero ya desde que escuchaba La máquina de escribir de Leroy Anderson, que era la pieza inicial, sentía mareos, náuseas y palpitaciones. Ni hablar del efecto que tenían en mí las canciones de Cri Cri, "ahí viene la 'a', bla bla bla blaaaa".

Sé que mucha gente piensa en los noventa como la década del grunge, pero con todo respeto, ¡Kurt Cobain mis nalgas! Lo mío eran las boy bands, Britney Spears (y sus derivados) y muchas cosas innombrables más. Pero… Britney, por dónde empezar. Baby one more time, escrita por Max Martin, (mejor conocido como el que escribe muchas canciones sobre NADA, bien podría estar diciendo palabras al azar) fue un clásico instantáneo. Desde ahí ya nada fue igual para la música pop y para mi vida, diría que le debo mi nivel de inglés y mi victoria en un Spelling Bee.

Alrededor de ese tiempo, aquí en México, había una obsesión colectiva con Fey. No sé si era por no verse de la edad que decía tener, por usar donas de cabello como pulseras, o por su manera espástica de bailar; el punto es que sus canciones se convirtieron en himnos de cualquier tardeada, o eso me contaban. Fey unió a varias generaciones, todos cantábamos (na na na, pum pum) Popocatépetl o Muévelo, que tenía un mensaje conciso ("muévelo, muévelo, muévelo, muévelo, muévelo, muévelo…").

Antes de sobrepasar mi límite de palabras, quiero dejarlos con esto, que escuchándolo en este punto de la vida, me dejó extrañando tiempos más simples:

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