Mi tía abuela aprendió a utilizar el internet por mí, a petición expresa de ella, ya a sus 75 y poco más, pero había sido una buena alumna y/o yo un buen maestro. Le agarró la onda rápido, en un mes tenía ya sus propias cuentas de redes sociales y pasaba horas en una aplicación de videos cortos. Un día cualquiera, miércoles por la mañana, me llamaron a mi teléfono móvil, mi tía yacía en el pavimento ardiente al pie del condominio en el que vivía, en un quinto piso, llegué y a nadie cabía duda: había decidido no vivir más.
Desde entonces es que un sentimiento de culpa trastoca mi vida diaria, ¿pude haber hecho más por evitar ese trágico, y absurdo, final? Creo que sí, pero tal vez no y esa batalla mental me atormenta. Un día empezó a padecer de un dolor en el abdomen, la llevamos a su médico de cabecera y todo parecía normal, excepto porque se empeñaba en no creer el veredicto de su doctor ni el de un auténtico expediente, bien “choncho” de estudios de todo tipo, desde sanguíneos hasta una tomografía computarizada, pasando por sofisticados ultrasonidos. Nada malo había, en definitiva.
Lo que sucedió es que en el Inter de todo ese proceso, se obsesionó con una enfermedad muy agresiva y mortal, que si bien sus síntomas podrían haber coincidido, no había nada de eso en su organismo a manera de atisbo de evidencia, incluso ya para cuando no padecía malestar alguno, su obsesión pasó a los buscadores en línea, donde también hubo un momento en el que se convenció de que no había en ella semejante mal… ¡Ah, pero los algoritmos! Un par de veces me expresó muy mortificada que le aparecían tanto videos, como artículos de prensa electrónica e información virtual de todo tipo referentes a su tan temida enfermedad durante las horas que invertida de su tiempo conectada a Internet.
Ante todo ese exasperante escenario que (según mi manera de verlo) le expliqué muy bien a que se debía el fenómeno, que no eran presagios paranormales ni mucho menos, que le anunciaban ya el final de su terrenal existencia, sino el actuar de los algoritmos que mueven a la red de redes. No lo entendió, a la vista del traumático final del asunto porque no cesaron de aparecerle ese tipo de contenidos, lo cual ella lo refería, ya sin cabida a cualquier explicación racional, a clarísimas señales de enfermedad, sufrimiento y pronta muerte. En una carta encima de su buró las autoridades hallaron una carta que solo decía: “… por más que intenten engañarme, los mensajes y señales son tantos, que no dejan espacio a duda de mi parte, mis días aquí están contados y han terminado; que nadie llore mi partida porque, a todas luces, ese inexorable momento ha llegado para mí”.
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