Precios para el recuento del dolor

Hemos hecho nuestro de tal manera el discurso capitalista que suponemos que es la manera natural en que se desarrolla la economía. La economía de la muerte no puede ser natural

17 de marzo, 2022 Precios para el recuento del dolor

Cuando era niño, las noticias de las guerras nos llegaban al día siguiente, un combate en Hanoi aparecía en los titulares de los periódicos y la nota decía: “Ayer por la tarde el ejército norteamericano…”. La revolución en Nicaragua se narraba una o dos veces por semana y salvo cuando ocurría algún hecho espectacular, uno tenía que esperar las noticias. La Guerra Fría tenía sus puntos de alta tensión y el mundo vivía contenido por el control de los poderosos. Hoy, en tiempo real, el presidente de Ucrania se dirige al mundo, en aquel entonces los efectos económicos y políticos de las guerras se dejaban sentir al tiempo y la falta de inmediatez hacía difícil que algunos pudiéramos entender la relación causa-efecto entre el teatro bélico y la situación económica de las familias. Hoy, es sólo un ejemplo, el precio de las gasolinas sigue el ritmo de la danza de la muerte.

Claro que estamos pendientes, cada hora, de lo que sucede en Ucrania porque tiene que ver con la tensión de un mundo que puede entrar en un conflicto multinacional; porque su desarrollo tiene que ver con la marcha de la economía mundial, y porque lo tenemos constantemente a la vista; es horrendo, pero lo es más el hecho de que sea uno más de muchos conflictos que azotan al mundo y que si preguntamos en la calle mucha gente no sabe que existen e incluso serían incapaces de identificar el escenario en un mapa.

En este momento, mientras escribo, solo hay dos continentes que no presentan conflictos armados que puedan considerarse teatros bélicos, eso no quiere decir que no sean territorios asolados por diferentes violencias, como sucede en México. Solo América y Oceanía están libres de estas lamentables situaciones. En África, Etiopía lleva más de dos años en un conflicto armado en su frontera con Eritrea; en Yemen hace ya siete años que la guerra internacional sentó sus reales y ahí tenemos una guerra prácticamente olvidada, y en Asia, Myanmar vive un reciente conflicto militar relacionado con la legitimidad de sus instituciones hace dos años Afganistán entró en una espiral de violencia militar con profundas consecuencias. Lo más terrible por la manera en que los ojos del mundo pasan sin ver es la situación en el centro de África, una guerra multinacional, implicada con tintes religiosos y terroristas, que incluyen a Somalia, Mozambique y la República Democrática del Congo. En esos lugares la guerra pasa como pasan los días y solo nos enteramos o la recordamos cuando algún hecho espectacular como un bombardeo o un acto terrorista de grandes dimensiones irrumpe en el hastío cotidiano. Ahí también hay muertos, niños heridos y desplazados.

Esto es parte de lo que el economista indio Subhabrata Bobby Banerjee ha llamado Necrocapitalismo, la etapa más avanzada y descompuesta del modelo económico que incluye entre sus costos de producción y fuente de riqueza la muerte de muchos seres humanos por explotación o por abandono, por el consumo de armas o de drogas; es la serpiente que ha comenzado a devorarse la cola, un sistema que requiere definiciones nuevas, pactos nuevos. La situación bélica mundial deja claro la inutilidad del sistema internacional encargado de preservar la paz y el derecho, el absurdo Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Hemos hecho nuestro de tal manera el discurso capitalista que suponemos que es la manera natural en que se desarrolla la economía, la economía de la muerte no puede ser natural, es la sofisticación absoluta de una construcción económica que tuvo su éxito y su gloria pero que en la explotación de los demás llevaba el germen de su destrucción. Las guerras olvidadas que estimulan las economías de los que no las combaten son la muestra.

Ellos, los barones de la guerra del necrocapitalismo, no harán nada, no tienen razones para cambiar sus métodos, ni los tecnólogos ni los políticos; pero los ciudadanos podemos cambiar nuestros hábitos de consumo, cambiar los productos que usamos incluidos los modelos que los estudios de cine y televisión nos ofrecen como deseables. Volver, por fin volver, a un mundo más humano, donde todos tengamos un lugar por pequeño que sea.

@cesarbc70

 

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