En ocasiones, la búsqueda del propio interés puede llevarnos por un camino sinuoso en el que dejamos de lado nuestros principios y convicciones más arraigados. ¿Que por qué digo esto? Este pensamiento surgió gracias a una anécdota que me enteré en estos días, la cual ilustra esta realidad. Dicha historia tuvo lugar en el contexto de un gobierno local gobernado por un partido político de oposición aquí en la Ciudad de México.
Nuestro protagonista, un conocido mío que, decía, estaba comprometido con las ideas y valores de la oposición, había dedicado gran parte del sexenio actual en diversas áreas del gobierno, con miras de ayudar a un partido a consolidarse como una alternativa al partido presidencial, es decir, Morena. Su dedicación era admirable y su pasión por contribuir al bienestar de la comunidad era evidente para todos aquellos que lo conocemos.
Sin embargo, a pesar de su entrega y esfuerzo, no le fue otorgada la plaza que anhelaba dentro de la administración del gobierno opositor. Es decir, el proverbial “hueso”. Aquel puesto de mayor responsabilidad y oportunidades para implementar cambios significativos le fue negado.
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Fue en ese momento de desencanto y vulnerabilidad que una oferta inesperada se presentó ante él. El partido gobernante, Morena, aquel al que antes criticaba y veía como una antítesis de sus ideales, le ofreció un puesto de mayor relevancia y beneficios personales. La tentación era difícil de ignorar: un cambio de partido que le abriría puertas que antes parecían cerradas. Pero para cruzar por el umbral de esa puerta, tenía que dejar atrás el equipaje de sus principios y valores.
Ante esta encrucijada, nuestro protagonista tomó una decisión que me sorprendió. Decidió cambiar de partido y unirse a aquel al que antes consideraba su adversario, “lo peor que le había ocurrido a México en años recientes”, de acuerdo con sus propias palabras. Los principios y convicciones que defendía apasionadamente parecían haber perdido su importancia ante la perspectiva de una posición más privilegiada, como consecuencia del tan añorado “hueso” político.
Esta transformación, aunque satisfactoria a nivel individual, generó un profundo desconcierto entre aquellos que conocemos la historia y trayectoria de nuestro protagonista. La traición a sus ideales y la clara muestra de oportunismo político nos dejó perplejos a quienes lo conocemos, cuestionando la autenticidad de sus acciones pasadas y futuras.
Esta historia me hizo reflexionar sobre lo que nos impulsa a renunciar a lo que creemos en aras de nuestros propios deseos y metas. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a comprometer nuestros valores fundamentales por un beneficio personal momentáneo? ¿Vale la pena dejar nuestros principios y convicciones por un “mejor hueso”?
Es innegable que todos buscamos mejorar nuestra situación y perseguir nuestros objetivos personales. Sin embargo, no podemos permitir que el afán de logro y éxito nuble nuestra visión de lo correcto y ético. El sacrificio de nuestros principios puede erosionar nuestra integridad y minar la confianza que otros depositan en nosotros. La coherencia y la honestidad son pilares esenciales para mantener nuestra brújula moral. Aunque las tentaciones sean fuertes y las promesas sean atractivas, debemos resistir la tentación de abandonar nuestros valores en pos de un beneficio individual efímero.
Las decisiones que tomamos en momentos cruciales no solo definen nuestra trayectoria personal, sino que también pueden tener un impacto en la sociedad que nos rodea. Si dejamos que el interés propio prevalezca sobre los principios éticos, corremos el riesgo de socavar los cimientos de una sociedad justa y equitativa.
La historia de nuestro conocido es una llamada de atención para todos nosotros. En estos tiempos es más importante que nunca reflexionar sobre nuestras propias acciones y motivaciones. Al elegir el camino del oportunismo y el interés personal, perdemos la capacidad de influir de manera significativa en la transformación positiva de nuestra sociedad. Es en la resistencia a las tentaciones y en la perseverancia de nuestros valores donde encontramos el verdadero poder de cambio y el potencial de hacer la diferencia: algo sustancial, algo que es más profundo que lo que puede traer un mejor puesto.
En estos tiempos, México necesita que recordemos la importancia de mantenernos fieles a nuestros principios, incluso en situaciones tentadoras. Al mantenernos firmes, podemos preservar nuestra integridad y contribuir al fortalecimiento de una sociedad basada en valores sólidos y genuinos.
Así que, frente a las encrucijadas de la vida, recordemos que nuestras decisiones no solo nos definen a nosotros, sino que también dejan una huella en el mundo que nos rodea. Mantengamos nuestros principios firmes en todo momento y no permitamos que el brillo efímero del interés propio oscurezca el camino de la honestidad y la coherencia.
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