¡Amigas y amigos lectores de este fino sitio, es un gusto volver a encontrarlos! ¿Cómo van las cosas? ¡Espero que todo vaya excelente, genial y guau-diosamente! Ahora, con el permiso de todos ustedes, quiero contarles una historia pequeñita que ocurrió en este país tetratransformado.
Esto ocurrió no hace mucho, cuando acompañé a la mamá de mi humano a buscar la vacuna para la influenza en un centro de salud. Agárrense, estimadas lectoras y lectores, porque lo que les voy a relatar me confirmó que, como dice la canción, la vida es una tom tom tómbola.
Llegamos al centro de salud a eso de las seis de la mañana. Era una de las mañanas frías del otoño incipiente, por lo que la mamá de mi humano, a quien llamo Abue (¡porque es como mi abuela!), y yo salimos bien tapados, porque ya estamos un poco viejitos. Aunque todavía no llega el frío más crudo de los meses de enero y febrero, ¡de todas formas parecíamos tamales oaxaqueños de tan envueltos que fuimos al centro de salud! El centro de salud al que fuimos es pequeñito, como yo, ¡así que podría decir que es un centro chihuahuesco! Por su tamaño, este centro de salud atiende principalmente a la gente de nuestra colonia. Cuando llegamos, la fila ya era de casi medio centenar de personas. Humanos muy amables, ¡algunos de ellos hasta me chulearon y me acariciaron! Qué amables pueden ser los humanos cuando se lo proponen; lástima que muchas veces buscan todo lo contrario.
Ya estábamos en la fila cuando salió una enfermera del centro de salud a decirnos a todos los de la fila que solamente había veinticinco fichas disponibles para repartir ese día. Esto significaba que la mitad de las personas que se formaron en el frío otoñal tendrían que regresar a casa con el gusto de haber presenciado el amanecer, pero sin tener protección alguna contra la influenza. Las fichas, como ustedes sabrán mejor que yo, se reparten para que las personas pueden entrar después a ser atendidas en el centro de salud. Esta es la forma en la que este país administra el sistema de salud, el cual, dicen los que gobiernan, se parece al de Dinamarca. Lo bueno es que ese día nos levantamos temprano y Abue tenía el lugar número veinticuatro en la fila. “Apenitas alcanzamos ficha, Iskra”, me dijo ella mientras las demás personas de la fila se iban con una cara de tristeza y decepción. ¡Muchos de ellos adultos mayores y que no iban tan tapados como nosotros! Pensé en que pudimos haber dejado nuestro lugar para otra persona, pero recordé que el médico de Abue le dijo que, por las enfermedades crónicas que tiene, era imprescindible que se pusiera esa vacuna al inicio de esta temporada, ya saben, para evitar cualquier susto de salud. Recordé mis propios achaques que me dan de vez en cuando: sí, la batalla contra la vejez ya la tenemos perdida desde que nacemos, y de todas formas los humanos se empeñan en hacerla más complicada con juegos como este, el juego de las fichas. ¡Y eso que todavía no llego a la mejor parte!
Después de que repartieron las fichas, y con la sensación agridulce de ser de los penúltimos en recibir una, pasaron un par de horas antes de que comenzaran a atender. Cerca de las nueve de la mañana, casi llegaba el turno para que Abue recibiera su dosis. “¡Ya casi nos toca!”, me dijo ella y mi corazoncito comenzó a latir de emoción. Yo me quedaría afuera de la clínica a esperar a Abue, al fin, ¡bien que me sé cuidar solo! Sin embargo, antes de que atendieran a Abue, salió la misma enfermera que nos dio las fichas unas horas antes para decirnos que “solamente quedaba una dosis de la vacuna”. Nada más había una persona detrás de nosotros, una señora muy amable, un poco más bajita que mi Abue. “Pero como las dos alcanzaron ficha, vamos a sortear la última entre ustedes”, continuó la enfermera, mientras sacaba una moneda del bolsillo de su pantalón. “¿Águila o sol?”, preguntó ella al aire, para ver quién contestaba primero, si Abue o la señora que estaba detrás de nosotros.
¡Guau, eso fue sorpresivo! Mi corazón, que latía tan rápido de emoción que casi se me salía, ahora se sentía apachurrado por el peso de la suerte. Este fue un giro inesperado en nuestra búsqueda por una vacuna contra la influenza: lo que debería ser de acceso universal, de pronto se convirtió en un juego de suerte.
Ustedes saben que a veces nosotros, los perros, podemos tener comportamientos un tanto estúpidos, por decirlo de alguna manera. Como correr a lo loco detrás de un coche u olernos las colas entre nosotros (créanme cuando les digo que no es tan agradable como podría parecer: por favor, ¡nunca lo intenten con otros humanos!). Sin embargo, no he encontrado todavía un acto perruno que se asemeje a la locura humana de dejarle la decisión de cosas de suma importancia, ¡a la suerte! Por ejemplo, los humanos que gobiernan México son capaces de elegir quiénes pueden ser jueces o magistrados mediante una tómbola. ¡Una tómbola! Es decir, deciden cosas de vida o muerte mediante un acto irracional, imprevisible, incierto y, muchas veces, injusto. No comprendo cómo algunos humanos pueden vivir con la incertidumbre de esperar que la suerte tenga la sabiduría, inteligencia, valentía o carácter de la que ellos carecen, pero parece que así son las cosas en este país tetratransformado.
Volviendo a la historia, yo ya sabía lo que Abue iba a hacer: no dejó que la suerte escribiera el final de esta historia con su mano caprichosa y le dejó el lugar a la señora que venía detrás de nosotros, quien nos lo agradeció animadamente; este acto le devolvió el calor a mi corazón apachurrado. Nos fuimos del centro de salud hacia casita, al fin, como dijo Abue, “ya vendremos otro día, Iskra, tal vez la suerte nos sonreirá otro día”. Yo estaba seguro de que sí, porque, como dice la misma canción que cité al inicio, la vida es una tómbola tom tom tómbola, de luz y de color.
Regresaremos en unos días, a ver si no volvemos a encontrarnos con el método del “volado del bienestar”, que es el nombre que mis humanos le pusieron a esa idea alocada.
Ahora sí, colorín colorado, este perro ha terminado. Recuerden siempre cuidarse mucho y cuidar a sus seres queridos, especialmente ahora que se acerca la época más fría del año. ¿Me lo prometen? Mientras, ¡que tengan una semana muy perrona!
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