El debate, en tanto uno de los instrumentos dialógicos más potentes, merece una mención aparte por tratarse de la que quizá es la instancia más desarrollada y prometedora de la conversación impersonal, aquella que se centra en temas, que si bien suelen impeler a los dialogantes, no están relacionados directamente con su interioridad o con conflictos íntimos.
Está clase de diálogo, heredero de la mayéutica socrática y de los sofistas griegos, tanto de los que buscaban el conocimiento verdadero a partir de la exposición elocuente de argumentos como de los que manipulaban a sus interlocutores a partir de premisas falsas y silogismos viciados con la intención de imponer una idea o un argumento cuestionable, es un tipo de herramienta mediante la cual, cuando menos en teoría, se contrastan ideas, argumentos o preceptos que se oponen, o cuando menos que muestran un cierto grado de de desacuerdo, con el propósito de extraer de ellos la verdad.
Lamentablemente el debate ha terminado por caracterizarse, en el mejor de los casos, como una competencia donde una de las partes vence y la otra es vencida, donde uno tiene razón y el otro está equivocado, donde el más persuasivo impone su visión sin importar el grado que ésta tenga de verdad, y, desde luego, el delito máximo es dejarse convencer por los argumentos del “rival”. Gracias a esta catarata de prejuicios estamos desperdiciando una de las mejores herramientas, no sólo para alcanzar verdades más amplias, sino para profundizar también en las interacciones humanas.
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Símil entre debate y narrativas
Un debate es quizá el ejercicio donde mejor se ejemplifica la lucha entre dos narrativas. Si bien analizadas desde una visión superficial, éstas parecieran estar constituidas tan solo con palabras, lo cierto es que aquellas que de verdad influyen y permean en los grupos humanos poseen muchos otros elementos. El debate funciona del mismo modo: no sólo se trata de una exposición lingüística de argumentos a favor o en contra de algo, sino que el entorno, las habilidades y la personalidad de quienes debaten forma parte del ejercicio e influye de manera incuestionable en su resultado.
El 26 de septiembre de 1960 se enfrentaron en el primer debate televisivo el joven senador demócrata por Massachusetts, John F. Kennedy y el entonces vicepresidente Richard Nixon como parte de la campaña presidencial. Mientras que quienes escucharon en debate por la radio dieron como claro ganador a Nixon, para quienes lo presenciaron por televisión resultó evidente que el joven Kennedy, elegante, sonriente, seguro de sí mismo, vestido con un impecable traje negro que la televisión monocromática de entonces resaltaba por encima del gris de su oponente que casi desaparecía de la pantalla al confundirse con el fondo, apabulló a su adversario. El problema para Nixon, que confiaba por buenas razones en la superioridad de su discurso, consistió en que esa transmisión televisiva, donde se le vio sudoroso y abatido por los nervios, dejando una imagen “poco presidenciable”, fue seguida por más de sesenta y seis millones de espectadores, lo que entonces significaba una cifra superior a uno de cada tres estadounidenses. Lo que vino después es historia[1].
El cúmulo de características y contenidos que representaba el candidato Kennedy entró en pugna con las del candidato Nixon. Forma y fondo de los candidatos se entrelazaron de maneras completamente nuevas que cambiarían la cara del marketing político para siempre.
En un ejercicio de este tipo, como ocurre con las narrativas y los relatos, no sólo importa el discurso, sino también el lenguaje corporal, la presencia, la actitud y seguridad, el uso de rituales y símbolos que refuercen el mensaje, las solidez de las ideologías involucradas así como lo extendido de las creencias que soportan la narración que pretende exponerse. No basta con que las ideas estén bien articuladas, sean coherentes e incluso relevantes: la manera de expresarlas y los vehículos de comunicación utilizados se convierten en parte de la narrativa en sí. Forma y fondo se amalgaman, dejan de ser dos cosas para convertirse en una sola, indisociable.
Aun así, existen varios tipos de debate, en los que profundizaremos en la siguiente entrega.
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[1] Huici Módenes, Adrian, Teoría e historia de la propaganda, Primera Edición, España, Editorial Síntesis, 2017, Págs. 262-263.
RTVE, Cultural, Lorena Montón, Así fue como John F. Kennedy sedujo a América en el primer debate electoral televisado en EE.UU, 28 de febrero de 2022
https://www.rtve.es/television/20220228/john-kennedy-nixon-primer-debate-electoral-television/2298620.shtml
Consulta: 22 de febrero de 2023
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