No da lo mismo moverse en un «sentido» que en otro, porque se llegaría a lugares diferentes. Dentro de una serie de contextos preexistentes, unas decisiones nos llevan a un sitio distinto que otras. La asignación de sentido no es arbitraria, pero tampoco puede ser dictada por nadie desde fuera y casi nunca obedece a un razonamiento lógico.
Ya planteamos la importancia de aprender a autoasignarse un sentido para la existencia. Ya dijimos que el concepto de «sentido» posee dos acepciones complementarias –o, quizá sería más apropiado decir que una sola pero que se manifiesta en dos dimensiones–: significado y dirección.
En la entrega anterior ahondamos en el razonamiento de que algo tiene sentido cuando se descubre en ello un «significado». Hoy nos abocaremos a explorar la idea de «dirección», en tanto su relación con el concepto de direccionalidad.
No da lo mismo moverse en un «sentido» que en otro porque, como consecuencia de esa decisión, se llega a lugares diferentes. Retomemos la célebre frase de Samuel Beckett tomada de Rumbo a peor, un texto publicado en 1983: “Intenta. Fracasa. Intenta otra vez. Fracasa mejor1”.
No sólo invita a esforzarse, sino que lo hace proponiendo una direccionalidad. Es la combinación de esfuerzo y dirección lo que en última instancia conduce a que una pila de «fracasos progresivos» tengan «significado» y «dirección», y, por lo tanto, nos lleven a algún sitio.
Esa es la manera como me gustaría plantear el concepto de «sentido», como una proposición, o una serie de ellas, que aporta «direccionalidad» y «significado» a la existencia.
El «sentido» de nuestros actos y decisiones no está dado a priori, sino que podemos moldearlo, recomponerlo, mejorarlo, rectificar siempre y cuando funcione para eliminar el vacío que implica vivir de forma exclusiva en la facticidad de lo cotidiano, en esa cadena incesante de hechos que simplemente nos ocurren.
La perspectiva del propio devenir cambia por completo cuando conseguimos vivir para algo. Peter Berger y Thomas Luckmann, afirman que “la acción del individuo está moldeada por el sentido objetivo proveniente de los acervos sociales de conocimiento y transmitido por las instituciones a través de las presiones que ellas ejercen para su acatamiento”. No hay duda de que así es. Los contextos y las estructuras sociales en que estamos inmersos nos moldean y condicionan. Tenemos límites externos acerca de lo que es posible pensar, decir y hacer. Pero el apunte de Berger y Luckmann continúa: “En este proceso, el sentido objetivado mantiene una constante interacción con el sentido constituido subjetivamente y con proyectos individuales de acción2”. Esta segunda parte complementa el panorama, y es donde me gustaría poner el énfasis.
Si bien somos producto de la realidad objetiva y subjetiva que nos fue dada sin pedirla, también es cierto que como individuos poseemos un cierto nivel de «agencia», es decir, cierta capacidad de acción individual. Si bien acotado, tenemos un espacio de significación personal a través del cual, mediante un proceso sinérgico, asignamos sentido, significado y valor a los eventos de la existencia. Dentro de la misma dinámica estamos habilitados para plantearnos metas y propósitos, lo que aporta la segunda parte de la definición: direccionalidad.
Dentro de una serie de contextos preexistentes, unas decisiones nos llevan a un sitio distinto que otras. La asignación de sentido no es arbitraria, pero tampoco puede ser dictada por nadie desde fuera y casi nunca obedece a un razonamiento lógico. Alguien que estudió periodismo encuentra el sentido profesional de su vida en hacer reportajes de guerra, sin importar los riesgos materiales y las implicaciones relacionales o psicológicas que conlleve, mientras que otro individuo con los mismos estudios, se decanta por las páginas de sociales, deportivas o de finanzas. Con independencia de los juicios morales que cada uno haga al respecto de los distintos ámbitos del periodismo señalados, lo cierto es que se necesita de todas las perspectivas para dar cuenta de una determinada sociedad.
Por ello, puede afirmarse de manera rotunda que no hay un sentido intrínsecamente mejor que otro. Lo verdaderamente lamentable es la carencia de él, es el conformismo de la mera supervivencia hueca donde se privilegia la satisfacción desordenada de deseos a las experiencia genuinamente enriquecedoras.
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1 Original: “Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better”.
El País, Lo mejor de verne, Jaime Rubio Hancock, «Fracasa mejor», la frase de Beckett que no significa lo que creen los emprendedores, 25 de octubre de 2016.
Consulta: 14 de diciembre 2023
2 Berger, Peter L. & Luckmann, Thomas, Modernidad, pluralismo y crisis de sentido. La orientación del hombre moderno, Primera Edición, España, Paidós Studio – Planeta, 2008, Pág. 43
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