En días pasados, nuestro Instituto Central de Moneda, el Banco de México, decidió elevar la tasa de referencia en 50 puntos base y ésta quedó en 5.50%. La medida se toma para combatir la tasa de inflación que anualizada excede el 7%. Aún cuando esta situación no se presentaba en dos décadas, las condiciones de los años anteriores y las de ahora son muy distintas. Hoy, México enfrenta un esquema prácticamente inducido desde el poder al carecer de una política económica congruente con su trayectoria de las dos décadas pasadas; sin dejar de lado la pandemia, el abandono de las cadenas productivas provocó un estanco en la producción.
Cuando la producción primaria no se encuentra en la mira de una administración de gobierno, el abasto se interrumpe de tal manera que reanudar actividades encaminadas a la producción imposibilita los pasos siguientes en la cadena de valor y el empleo es el primer factor de costo en sacrificio. La política de esta transición con o sin crisis, no toma en cuenta al sector productivo, eso ya lo aprendimos en la pandemia. Para esta transición no existen incentivos fiscales como tampoco programas de aliento para la producción. El trato al capital ha sido de desprecio como ha sido la condena al sector privado.
Las señales, muy aparte de encuestas y cancelaciones absurdas, surgen siempre del presidente y en ellas se siembran conceptos antagónicos al progreso: los empresarios trafican influencias, las multinacionales roban, las empresas acumulan, abusan, las utilidades deben ser “razonables”, término que ignora el talento creador, el riesgo, la operación, la permanencia y la competencia. La ignorancia o pretendida ignorancia del presidente no obedece a una ideología, simplemente obedece a su confusión. La confusión del presidente segrega estratos de la sociedad para acomodar un discurso que en apariencia protege, que en apariencia cuida. Analistas opinan que su discurso es el mismo y yo difiero.
Los pronunciamientos del presidente podrían ser totalitarios en la forma, centrales en su concepción de poder, pero en materia económica muestra una cara distinta en cada circunstancia que acecha al país. Alejar el bienestar y otros eufemismos para retomar el lenguaje del crecimiento económico no es circunstancial; adoptar nuevamente las indicaciones de calificadoras, corregir, en su estilo desde luego, conceptos de autonomía de Banxico y algunas indicaciones de ingreso presupuestal, pienso, ha sido una labor titánica de Hacienda y el sector empresarial. Valora las variables de la economía aún sin entenderlas, las valora por la herencia de una estabilidad que le fue conveniente en su momento.
Ahora bien, no todo es terreno ganado, el presidente sigue empecinado en dos situaciones que estima inalterables: la dispersión de recursos y su concepción de autosuficiencia. La primera ya la ve lastimada y sin rédito de plazo. El recurso tendrá que marcarle la pauta para restringirla, amén de su fracaso en el combate a la pobreza. La segunda acepción es la más peligrosa porque la vía del monopolio destruirá su precaria concepción de dotación de fuerza en electricidad y producción de gasolina sin mercado futuro. Los costos de esta visión ya están presentes en el abandono de producción de perecederos con la consecuente importación con inflación adjunta. El campo mexicano ya no recibe programas, por tanto las bases que se consolidaron en 2004, producto del Tratado de Libre Comercio, han quedado fuera del esquema exportador. Basta con ver la Canasta Básica para darse cuenta del impacto en los precios de productos altamente elásticos y necesarios en la dieta mexicana.
Así las cosas y sin invitación al capital y a la inversión, enfrentamos un panorama de fuga de capitales, una situación incierta en la renovación de equipo en las empresas, una inversión extranjera directa que anuncia el presidente, pero que no existe, existen reinversiones de utilidades y transferencias de capital a subsidiarias mejor posicionadas en el plano nacional. Del lado gubernamental, tenemos una administración rebasada en su gasto, sin inversión pública y sin infraestructura. Podemos añadir opacidad y una corrupción jamás vista.
La escena internacional se complica con inflación y la escena doméstica se contagia por falta de planeación en innumerables renglones, desde medicamentos hasta mantenimiento. Esta transición gasta mucho y gasta mal. Su gasto es improvisado y no programático. La deuda tiene desde el inicio de esta transición un manejo irresponsable y en tres años suma tres billones de pesos.
Ahora bien, veamos el nuevo costo del dinero: la tasa de referencia sube y por tanto se espera una contracción del crédito; los particulares gastarán menos, las empresas reducirán sus proyectos de expansión con base en una estructura de capital más costosa y un costo de capital más elevado por superar con retorno operativo. Por tanto, se espera una contracción del circulante, esto es, se frena la expansión monetaria. Al reducirse el circulante, la demanda tiende a la baja y regula el consumo. La oferta también recompone sus precios y en teoría la gran economía se equilibra.
El intento del Banco de México es responsable desde luego, pero existen otras consideraciones: los intereses, el costo del dinero. En este entorno es preciso evaluar conductas de gasto, de inversión de agentes productivos, de reacción de bancos comerciales y de inversión. Si los engranajes de la gran economía se mueven en un sentido positivo, de amplia cooperación, las cosas tomarían su cauce en menos de un ejercicio natural. El otro factor crucial es el gobierno y ese es un gran problema, al menos el que tenemos de momento y por tres años más.
Con una nueva tasa, los agentes productivos reestructuran su capitalización, sus plazos, pero para este gobierno el servicio de la deuda crecerá en alrededor de cincuenta mil millones de pesos en tan solo un año. Para esta transición no existen mediciones de costos de oportunidad, costos de capital y cálculos de riesgo con sus acciones de “rescate” de una empresa quebrada, la petrolera y otra de energía con planes de capitalización inalcanzables. Eso tenemos.
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