La caída del producto de 8.5 % en 2020 muestra una ruta por demás errática del manejo de la economía mexicana; cifrarla y remontarla a 1932, como se ha extendido para dimensionar el cúmulo de errores de esta transición, desde luego ahonda en la percepción de un modelo equivocado y dos años son una prueba suficiente de que una recomposición no es meta prioritaria de este gobierno en turno. Las cosas en materia económica nunca caminaron del lado del progreso y eso es conocido. La administración actual puso un cerco que día con día cobró distancia de un pasado, el que fuere. Las escasas concesiones al enfoque progresista reunieron cierto acomodo en un Tratado de Libre Comercio que nunca perdió vigencia, al grado de conceder un tramo de ideología contraria al sostenido por esta autodenominada transformación.
El conservadurismo probado del presidente y la herencia suscrita en un adelgazamiento del Estado para descentralizar funciones de política pública, ha descansado en un precepto de interpretación liberal que, en sentido estricto, revive una y otra vez como recordatorio irredento de una modernidad inserta en la globalidad que nunca podremos abandonar por el simple hecho de una circunscripción a los mercados en los que México es partícipe activo. La inserción en programas de Organismos Financieros Internacionales entre otras circunstancias proclives a la aceptación de papel mexicano en distintas partes del orbe, hacen de nuestra economía una economía abierta, participativa e incluyente.
Si añadimos la fase comercial, esencia del Tratado mencionado y vigente, estrecha los lazos con ese mundo global, aún cuando los lazos no se extiendan al entendimiento del presidente y su rechazo a los foros correspondientes en los que México tiene asientos ganados con denuedo. El tiempo naturalmente dictará las consecuencias; es solo un período transicional y el mundo absorbe todas las imperfecciones que en el curso de la historia moderna han surgido. Finalmente, esa absorción redunda en intercambio de bienes, de servicios y de transacciones financieras. Las Naciones-Estado no rehúyen la eficiencia de los mercados y sitúan costos como mejor convenga al tiempo que las naciones ubican su potencial y participación.
Esta última expresión es válida en la medida en la que todo yerro de política pública merece una reacción y ésta siempre es diversa: en primer lugar, la adaptación o recepción puede ser y normalmente es, pasajera. El centralismo divide, pero no es permanente. Los satisfactores desde la óptica gubernamental no siempre son coherentes con aquellos que cubre el espectro natural del trabajo remunerado, la permanencia en planta de trabajo y la aspiración natural del individuo. La función gubernamental añade en la salud pública, la educación, vivienda y otros satisfactores de cobertura, producto del contrato social. Este añadido no debe confundirse con agregados de valor. Los gobiernos no cubren esa función, esa es tarea de las cadenas productivas.
El enunciado de agregados de valor suena sencillo y debería serlo, pero tenemos un gobierno que así no lo entiende. Este espacio ha reiterado que la dádiva que ilustra el presidente como dispersión, eso es justamente y se concede razón al planteamiento del presidente. Nada más que la dispersión tiene una fuente de ingreso y esa fuente de ingreso es la renta del estado y la renta proviene, otra vez, de la cadena productiva. Este juego, efectivo una vez, se torna perverso porque interrumpe un agregado de valor, el del empleo. Cuando se distorsiona la concepción de nutrir el reparto, se distorsiona la esencia de creación del mismo. En dos años, la experiencia de esta dispersión ha creado mayor desigualdad. Entonces, la premisa de “primero los pobres” se ha convertido en una concepción falsa de origen.
El presidente anunció al G.20 en la única intervención que ha tenido con ese grupo, a distancia y sin réplica: en México estamos invirtiendo la pirámide –como símbolo representativo de la inversión– para nutrir la base y de esa base robustecer la economía. Esa referencia es justamente el fracaso de su idea u ocurrencia. La razón es precisamente la intervención que suple al empleo con un ingreso dotado pero que no corresponde a ningún valor agregado. Naturalmente, los otros 19 miembros no lo ven así. La pirámide del mundo industrializado nutre la inversión en su cúspide para que la derrama sea un efecto natural en la ampliación de oportunidades de los agentes económicos. La visión de un solo hombre contra 19 potencias.
Sin pandemia, esta transición ha frenado la economía; simplemente la ha detenido en la captura del gasto corriente que ha concentrado un derroche infame en proyectos no redituables y con un destino incierto no solamente en su operación futura, en su puesta en marcha. La economía mexicana ha caminado dos años sin infraestructura, sin alicientes en materia de inversión, sin seguridades para la inversión extranjera, sin metodología y padrón territorial, sin programas conjuntos con la inversión privada y sin mensaje de consecución de objetivos desde el poder. Esta transición ha acumulado vicios en su transparencia y en la dotación de contratos. Como es de esperarse, ha imperado la ineficiencia, el abuso y la corrupción.
Otra acepción, que nubla toda prerrogativa de crecimiento de la economía, es la mira interna de la autosuficiencia. Este espacio ha elaborado en la pérdida patrimonial de la petrolera mexicana; no es pérdida de operación, es pérdida para siempre de activos nacionales, para que quede claro. Estas pérdidas no se resarcen, quedan inscritas en la estulta primicia de la administración de los recursos de la nación. Esto debe señalarse una y otra vez, porque no es un simple atropello, es despojo, como lo fue el del aeropuerto de Texcoco; cancelar un proyecto es una alternativa, sea buena o mala, suspender una obra en marcha, activo de la nación, es despojo.
Dos años son materia de juicio suficiente para esta transición. La economía, entre otras circunstancias de la vida nacional, la llamada transformación la ha arruinado. La recomposición de nuestra economía no se dará en tanto esta administración permanezca. La pérdida de producto, como inició este texto no se ha dado en forma tan grave desde 1932. A esto no puede calificarse como “vamos bien”.
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