Klaus Nomi: el alienígena de Bowie

Tras su muerte, Klaus Nomi se convirtió en una figura de culto en lugares tan dispares como Nueva York y París. Asimismo, influyó a músicos como Morrissey y Garbage.

26 de enero, 2023 fotografia de klaus nomi

Aunque titulé esta semblanza como “Nomi: El alienígena de Bowie”, lo cierto es que ambos artistas coincidieron pocas veces durante su vida y sólo una en el escenario. Aún así, hay razones que lo sustentan. Pero comencemos en orden. 

La década de los setenta fue testigo del nacimiento o consolidación de numerosas bandas y no pocos artistas que se aventuraron a llevar aún más allá lo que el rock de los cincuenta y los sesenta había creado: desde David Bowie hasta Led Zeppelin, pasando por The Who, Deep Purple, The Doors, Queen, The Eagles y Pink Floyd, entre muchos otros. Las canciones adoptaron temas más complejos, arreglos más elaborados, las actuaciones en vivo adquirieron una mayor relevancia y el efecto teatral que los acompañaba, también. 

De las múltiples historias que pasaron mayormente desapercibidas en aquella época, probablemente una de las más curiosas y trágicas es la de un músico e intérprete nacido en Immenstadt, Alemania, en la zona de Baviera, quien desarrollaría la mayor parte de su brevísima carrera en el East Village de Nueva York, nacido con el nombre de Klaus Sperber y que posteriormente adoptaría el nombre artístico de Klaus Nomi. 

Nacido durante los últimos meses del Tercer Reich, en enero de 1944, fruto de una relación de una noche entre una trabajadora llamada Bettina y un soldado de nombre desconocido, Sperber fue un artista desde su nacimiento. Poseedor de una notable voz de contratenor y un amplio rango vocal, para la década de los sesenta ya se encontraba trabajando durante el día en la Deutsche Oper, una compañía de ópera de Berlín y por las noches cantaba en la discoteca Kleist Casino. 

En el año 1972, el joven intérprete tomó la decisión de cruzar el océano y emigrar a la gran manzana en la búsqueda de una carrera musical con mayor proyección. Durante este período, además de algunas presentaciones individuales, realizó también algunas apariciones en los escenarios off-Broadway al tiempo que complementaba sus ingresos como ayudante de cocina en un pequeño café denominado Serendipity 3 y como pastelero de un negocio propio llamado Tarts, Inc

De a poco, las actuaciones se volvieron más frecuentes y eventualmente llegó aquella que llamó la atención del público avant-garde neoyorkino. Ésta sucedió durante 1978, en el evento de cuatro días llamado New Wave Vaudeville: enfundado en un impermeable transparente, el intérprete de origen alemán se presentó al final del día, después de imitadores, bailarines, strippers y otros actos semejantes, para cantar el aria “Mon coeur sóuvre a ta voix” de Saint-Saëns, perteneciente a la ópera Sansón y Dalila. 

La sublime interpretación concluyó con un espectáculo de luces, humo y sonidos electrónicos. Si a ello le sumamos el inusual aspecto de Klaus (un hombre particularmente delgado, de frente amplia y con un rostro maquillado al estilo Kabuki, es decir maquillaje blanco con detalles en labios, cejas y ojos en negro) la actuación resultó impactante. Para entonces ya había adoptado su apellido artístico (algunos amigos indican que el nomi resulta del anagrama de omni, la palabra en latín para todo). 

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Tras la presentación, Klaus Nomi no sólo fue invitado a cantar en diversos bares y locales de Nueva York, sino que el evento también le permitió conocer a Kristian Hoffman, quien se convertiría en su director musical de facto y quien le ayudaría a conformar un grupo musical que lo apoyara tanto en sus grabaciones como en sus presentaciones. Sería Hoffman quien impulsaría a Nomi a elegir varios de los covers que grabaría durante 1978 y 1979 como “Lightnin´Strikes” y “The Twist” y también compondría varias piezas para él tales como “The Nomi Song”, “Total Eclipse”, “After the Fall” y “Simple Man”. 

Tras algunas diferencias con la administración de Hoffman, el grupo se desintegró a finales de los 70´s y en su lugar, los acompañantes que Klaus encontró para auxiliarle en su carrera musical fueron nada más y nada menos que Keith Haring (el artista y posterior activista), John Sex y Joey Arias. También durante esta época se involucró sentimentalmente, aunque de manera breve, con Jean-Michel Basquiat (el enfant terrible del movimiento neo-expresionista). 

Y justo durante este período llegaría el momento definitivo en la vida del oriundo de Alemania; durante las últimas semanas de noviembre, Nomi y Arias coincidieron con David Bowie en el club Mudd, quien inmediatamente los contrató como coristas para su presentación como invitado musical en el programa Saturday Night Live el 5 de diciembre de 1979.  Juntos, en una actuación bastante ecléctica donde incluso hubo un poodle rosa de juguete sobre el escenario, los tres interpretaron “TVC 15”, “The Man Who Sold The World” y “Boys Keep Swinging”. Una vez concluido el show, Bowie dio una fiesta en un departamento de la Quinta Avenida, a la que acudió Iggy Pop y otros artistas más. Nomi y Arias conversaron un rato con el creador de Ziggy Stardust antes de partir, quien quedó de ponerse en contacto con ellos para colaborar nuevamente. 

Sobra decir que dicha invitación nunca llegó. De aquella presentación Bowie recordaría poco años más tarde, pero Nomi se llevaría no sólo la experiencia, que de cierta manera legitimaba lo que venía haciendo desde hace ya tiempo, sino también una anécdota que presumir a amigos, colegas y a todo el que se prestara a escucharlo. Asimismo, se llevó algo más: el tuxedo plástico que utilizó Bowie durante su actuación (inspirado en la obra de Tristan Tzara) le gustó tanto que mandó hacerse uno igual, que utilizaría no sólo en la portada de su primer álbum como solista (que salió a la venta en 1981) sino en los videos y actuaciones en vivo hasta pocos meses antes de su muerte. 

A pesar de que llegó a ser un intérprete conocido y reconocido en Nueva York y sus alrededores (y algunas zonas de Europa), Nomi jamás despegó comercialmente a nivel nacional o internacional como otros de sus amigos y colaboradores, en buena medida porque lo que hacía era definitivamente inclasificable. Las canciones pop que grabó sonaban extrañas, a medio camino entre el camp y el vaudeville, con sintetizadores de fondo (en una época que pasaba del glam y el disco al punk y al rock de estadio o anthem rock), sus presentaciones en vivo tenían reminiscencias retro futuristas y las piezas operísticas tampoco se prestaban para alcanzar un público masivo. La prensa europea, siempre a la vanguardia, denominaba su música “como algo entre Elvis Presley y María Callas”. Lo cierto es que el éxito lo eludía y el dinero no llegaba como hubiera deseado; para empeorar las cosas conforme el año 1982 fue avanzando, se hizo notorio que Klaus no se encontraba bien de salud, presentando diversos síntomas desde fiebres y resfriados hasta un cansancio permanente.  

Aun así, firmó un contrato con RCA France y en noviembre de 1982 salió a la venta su segundo álbum como solista titulado “Simple Man”. Debilitado y probablemente consciente de que le restaba poco tiempo de vida, a finales del mismo año, Klaus logró reunir la poca fuerza que le quedaba para emprender una breve gira europea con un repertorio clásico. De dicho tour, su última presentación en vivo (en el Ebergard Schoener´s Classic Rock Night en Munich) quedó grabada y puede encontrarse en Youtube. Para dicha ocasión, eligió el aria denominada “Cold Genius” de Henry Purcell. La misma, cierra así: “Apenas puedo moverme o respirar / Déjame, déjame congelarme de nuevo hasta la muerte”. 

Las sutiles fallas vocales, la intensidad de la interpretación, sus movimientos sobre el escenario y la expresión en su rostro hacen de esta actuación la más sublime de todas las que quedaron registradas para la posteridad. Lo que vino después resulta verdaderamente desgarrador. Los rumores en Nueva York hablaban de un “cáncer gay” que mataba a sus portadores y sus síntomas se parecían demasiado a los que Klaus padecía desde hacía más de un año. El miedo y el desconocimiento acerca de los medios de contagio hicieron que buena parte de sus amigos y conocidos se alejaran y sus últimos meses transcurrieron en la más absoluta soledad.  El 6 de agosto de 1983, poco más de una década después de haber llegado a Nueva York y menos de cuatro años después de presentarse en SNL, Klaus Nomi dejó de existir, siendo una de las primeras víctimas fatales de una enfermedad muy poco conocida para la época: el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, en el Sloan Kettering Hospital Center de NY, a los 39 años de edad. 

Existen distintas formas de abordar la vida y obra de Klaus Nomi: la primera de ellas es viéndolo como un artista trágico que se convirtió, tras su muerte, en una figura de culto en lugares tan dispares como Nueva York y París y que influyó en músicos como Morrissey y Garbage, además de artistas plásticos, la industria de la moda y peformances de todo tipo. 

Otra es volviendo a revisar su música (resaltando “Total Eclipse”, “After the Fall” y “Simple Man”), sus videos promocionales y presentaciones en vivo (todo ello disponible en la red y en las plataformas de streaming) que continúan resultando, hoy en día, tan bellas y extrañas como debieron haber sonado a finales de los años setenta y principios de los ochenta. 

Mi preferida es a través de aquella actuación en diciembre de 1979, hace más de 43 años, cuando junto con Bowie, se presentó ante millones de telespectadores lleno de vida, de ideas, ofreciendo un espectáculo que combinaba lo extraño y el sinsentido con la potencia del rock, en un momento en que parecía que la suerte estaba de su lado y la vida no tenía más que ofrecerle sino triunfos y éxitos en los años venideros.  

 

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  Ábaco de granizo inicia parafraseando una rima popular que habla de Ahualulco de Mercado, en la región Valles del estado de Jalisco.  El origen de la palabra está en duda, pero sea cual fuere, en ambos casos habla de montañas, valles y agua, lo que coloca al lector en actitud de disfrutar las historias que están por relatarse.  En 1810 tuvo su propio sacerdote independentista, José María Mercado, quien, desde el púlpito, con el poder de la palabra y sin disparar un solo tiro, convenció a los habitantes de la población de “ir a matar gachupines”, según refiere el autor.  Más adelante, nos narra con tristeza, que el monumento del cura, que durante mucho tiempo presidió los eventos ciudadanos, hoy ha pasado al olvido. Para fortuna del  independentista venido a menos, en su crónica el maestro lo coloca en un sitio digno dentro de la historia regional. Líneas más adelante, la diestra pluma nos introduce a personajes que han destacado en la vida pública y que colocan a la población de 10 000 habitantes, en el mapa mundial. En estos tiempos, cuando la hiperinformación amenaza con asfixiarnos, es delicioso hallar un rincón literario a donde regodearse conociendo vidas y destinos de otros, con quienes, en algún punto, nos sentimos identificados.  Leer de esta manera nos permite caer en cuenta de que la condición humana es falible, mas no por ello despreciable, sobre todo frente al constructo de una realidad virtual que luce tan perfecta en sus formas y funciones.   Ir de la mano de Don Panta, el surtidor de agua a domicilio, es mirar con simpatía las limitaciones de esa época y descubrir, al mismo tiempo, cuán privilegiados somos de tener agua potable intradomiciliaria.  Siguiendo el pipón arriado por mulas, a Don Panta y a su singular ayudante, un enano, nos transportamos a tiempos de la Revolución, a escuchar la historia que cuenta un desolado casco de hacienda.  Dentro del mismo una habitación fue prisión vitalicia para su último dueño, de trágico inicio y final, un ser nada agraciado al cual el mismísimo General Obregón accedió a apadrinar. Pequeño que ni su propia madre aceptaba y que tuvo un desafortunado  final luego de una corta jornada de gloria, tras convertirse en heredero único de esas tierras  en tiempos de la Reforma Agraria.  El arte del buen escritor es ir dejando caer pequeños guiños que revelan su propio modo de ver la vida.  Así sucede con el maestro Lumbreras  cuando nos habla cómo en 1979 la industrialización progresiva del agua potable, terminó finalmente con esos tiempos de contacto con la naturaleza a través de productos originales, de un valor incalculable. Más adelante el poeta nos remite a Nabokov o a Donoso para reafirmar su vocación como contador de historias, al rescate de una memoria que, de otro modo, se habría perdido con el tiempo.  Nos invita a todos los lectores a hacer lo mismo: A salvaguardar los cimientos que han conformado nuestras sociedades, desde la familia, pasando por  los elementos que hoy constituyen nuestra historia.  En lo personal he regresado de mi viaje familiar por el Bajío, así como de mi viaje literario por Ahualulco, con intención renovada de dejar constancia de mi realidad, antes de que el tiempo o la oralidad la desvirtúen. Vaya, entonces, una invitación a narrar lo que somos desde donde la memoria pueda alcanzar, y así reforzar la identidad de las futuras generaciones. Que  mediante la palabra escrita consigan entender de dónde vienen y se comprometan a  trazarse una ruta personal, que habrán de seguir como consigna de vida..  

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  Lo primero que me llamó la atención fue que todas las noches, el señor decía “Hoy voy a dormir con B”. O con “A”, porque ellas parecen no tener nombre propio. Y se encierra con la que haya elegido en la recámara. La que no goza del favor del señor esa noche se va a dormir temprano, se encierra y se pone unas orejeras, porque en la recámara principal se oye un escandalazo que no sé cómo los del 17 o del 19 no se han quejado. Yo estaba muy intrigado; pero el otro día llegó el del 19 bastante achispado y se quiso meter al 18 creyendo que era su vivienda. Como la llave no abría, buscó una ventana entreabierta, la encontró y se metió a la recámara secundaria. Al ver la cama vacía y sin deshacer, salió a buscar su recámara, y encontró a los tres en la misma cama, retozando alegremente. No sé lo que pensaría de su esposa, pero se puso a gritar, a golpear los muebles y a encender todas las luces. Eso hizo que se levantaran los tres (Y también los de las viviendas vecinas), y los echó al pasillo, insultándolos a más y mejor. Pero cuando se dio cuenta de que entre ellos no estaba su esposa, se enojó todavía más. Pero entonces, todos los vecinos se dieron cuenta de las relaciones que tenían los tres infractores; y varios empezaron a recriminarlos por esas costumbres libertinas de que un hombre tuviera dos mujeres (como si el del 37 no tuviera dos o tres. Aunque eso sí, cada una en su casa). Al rato ya estaban todos los vecinos levantados, comentando con indignación el asunto. Pero entonces, el del 18 se defendió. Y lo primero que hizo fue decir que cada quien  era el dueño de su cuerpo, y que podía hacer con él lo que le diera su regalada gana; que si antes tener relaciones con alguien de su mismo sexo era poco menos que inconcebible, ahora ya tenían hasta permiso de casarse; o que ya era común que algunos se cambiaran de sexo o que ejercieran de una cosa y luego de la otra, y que si ellos querían hacerlo los tres juntos (o en montón), tenían todo el derecho a hacerlo. Ahí, muchos no supieron qué decir (sobre todo, las viejas). Pero cuando “A” dijo que también ya se valía que una mujer estuviera con dos machos, los hombres empezaron a gritar y a manotear más que ellas y afirmaron que eso no podía ser, que el hombre es quien tiene el papel dominante en eso, y que no iban a permitir que ellas estuvieran con dos hombres, ni juntos ni separados. Y el del 18 insistía en que ahora estaba admitido que se hicieran cosas que antes eran impensables. Y se hubieran estado discutiendo hasta el amanecer, de no ser porque el portero llegó con dos o tres guaruras y los mandó a dormir. Pero al día siguiente envió a todos sus guaruras a decir a los del 18 que se fueran cuanto antes, “no les fuera a pasar algo”. Y sí. Se fueron. Pero dejaron en la pared del comedor un letrero que decía: “Íbamos a dejarles unos graffiti, pero no vale la pena ni molestarse”. El portero ordenó borrarlo, y los vecinos no esperaron que se los dijeran dos veces, y lo borraron antes de que los niños pudieran leerlo. Por eso estoy inquieto, porque hay mucho de hipocresía en la actitud de los vecinos ; pero no puedo dejar de pensar que, en el fondo, tienen razón. Te quiere Cocatú  

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  Ábaco de granizo inicia parafraseando una rima popular que habla de Ahualulco de Mercado, en la región Valles del estado de Jalisco.  El origen de la palabra está en duda, pero sea cual fuere, en ambos casos habla de montañas, valles y agua, lo que coloca al lector en actitud de disfrutar las historias que están por relatarse.  En 1810 tuvo su propio sacerdote independentista, José María Mercado, quien, desde el púlpito, con el poder de la palabra y sin disparar un solo tiro, convenció a los habitantes de la población de “ir a matar gachupines”, según refiere el autor.  Más adelante, nos narra con tristeza, que el monumento del cura, que durante mucho tiempo presidió los eventos ciudadanos, hoy ha pasado al olvido. Para fortuna del  independentista venido a menos, en su crónica el maestro lo coloca en un sitio digno dentro de la historia regional. Líneas más adelante, la diestra pluma nos introduce a personajes que han destacado en la vida pública y que colocan a la población de 10 000 habitantes, en el mapa mundial. En estos tiempos, cuando la hiperinformación amenaza con asfixiarnos, es delicioso hallar un rincón literario a donde regodearse conociendo vidas y destinos de otros, con quienes, en algún punto, nos sentimos identificados.  Leer de esta manera nos permite caer en cuenta de que la condición humana es falible, mas no por ello despreciable, sobre todo frente al constructo de una realidad virtual que luce tan perfecta en sus formas y funciones.   Ir de la mano de Don Panta, el surtidor de agua a domicilio, es mirar con simpatía las limitaciones de esa época y descubrir, al mismo tiempo, cuán privilegiados somos de tener agua potable intradomiciliaria.  Siguiendo el pipón arriado por mulas, a Don Panta y a su singular ayudante, un enano, nos transportamos a tiempos de la Revolución, a escuchar la historia que cuenta un desolado casco de hacienda.  Dentro del mismo una habitación fue prisión vitalicia para su último dueño, de trágico inicio y final, un ser nada agraciado al cual el mismísimo General Obregón accedió a apadrinar. Pequeño que ni su propia madre aceptaba y que tuvo un desafortunado  final luego de una corta jornada de gloria, tras convertirse en heredero único de esas tierras  en tiempos de la Reforma Agraria.  El arte del buen escritor es ir dejando caer pequeños guiños que revelan su propio modo de ver la vida.  Así sucede con el maestro Lumbreras  cuando nos habla cómo en 1979 la industrialización progresiva del agua potable, terminó finalmente con esos tiempos de contacto con la naturaleza a través de productos originales, de un valor incalculable. Más adelante el poeta nos remite a Nabokov o a Donoso para reafirmar su vocación como contador de historias, al rescate de una memoria que, de otro modo, se habría perdido con el tiempo.  Nos invita a todos los lectores a hacer lo mismo: A salvaguardar los cimientos que han conformado nuestras sociedades, desde la familia, pasando por  los elementos que hoy constituyen nuestra historia.  En lo personal he regresado de mi viaje familiar por el Bajío, así como de mi viaje literario por Ahualulco, con intención renovada de dejar constancia de mi realidad, antes de que el tiempo o la oralidad la desvirtúen. Vaya, entonces, una invitación a narrar lo que somos desde donde la memoria pueda alcanzar, y así reforzar la identidad de las futuras generaciones. Que  mediante la palabra escrita consigan entender de dónde vienen y se comprometan a  trazarse una ruta personal, que habrán de seguir como consigna de vida..  

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