Para inicios del año de 1969 el musical HAIR, estrenado un par de años antes, había consolidado su éxito a pesar de su naturaleza decididamente experimental (rompía intencionalmente la barrera entre los actores y la audiencia, permitía observar a los intérpretes cambiándose entre números y versaba sobre la cultura hippie y la oposición a la guerra de Vietnam, además de tratar temas tabúes como la sexualidad y el uso de drogas) habiendo pasado de los escenarios off-Broadway al Biltmore Theater.
Si bien es cierto que el rock arrasaba entre las audiencias juveniles desde su irrupción en 1954, el teatro musical no había logrado asimilar su energía tildándolo de ruidoso y ajeno a la tradición, algo que no había sucedido con el jazz, por ejemplo, que encontró un lugar en las partituras de Broadway casi de inmediato. Del mismo modo, los jóvenes observaban con recelo los musicales por anticuados y conservadores. Los más grandes éxitos de una década más bien decepcionante habían sido Hello, ¡Dolly! de 1964 y Cabaret de 1966.
En aquel 1969, tras los triunfos y aplausos que había cosechado su segunda obra titulada Joseph and the Amazing Technicolor Dreamcoat, el multinstrumentista y compositor nacido en South Kensington, Andrew Lloyd Webber (de 20 años en ese entonces) fue abordado de manera más bien casual mientras paseaba por las húmedas calles del centro de Londres por el Decano de St. Paul, Martin Sullivan, para instarle a crear algo referente a la figura de Jesús de Nazaret para su siguiente obra, continuando con la temática bíblica de Joseph.
Aunque no era una mala idea, resultaba una empresa arriesgada y Webber era consciente de ello; por principio de cuentas el joven compositor no quería encasillarse en esa línea de relatos. Más relevante aún resultaba el que cualquier representación artística que tratara la vida de la figura medular de la religión occidental era materia delicada, tal y como lo había demostrado la furiosa reacción que había suscitado la publicación de la novela “The Last Temptation” de Nikos Kazanzakis quince años atrás, por presentar a un Jesús más humano, atormentado y vulnerable.
Kazantzakis fue vilipendiado, la Iglesia Ortodoxa Griega buscó excomulgarlo y a pesar de su trascendente obra (y numerosas consideraciones) jamás logró hacerse del Nobel de Literatura. Lloyd Webber y su letrista de cabecera y buen amigo, Tim Rice, conversaron la idea sin estar del todo convencidos durante los días posteriores. El asunto podía resultar muy mal; aún faltaban varias décadas para que ambos se erigieran en los premiados y reconocidos autores de obras como The Phantom of the Opera, Evita, The Wizard of Oz, Cats, The Lion King (en el que colaboraron Elton John, Hans Zimmer y el mismo Rice) y muchas más.
En aquella época, Andrew y Tim no eran más que dos jóvenes compositores, tratando de abrirse camino en el complejo mundo musical londinense, con un solo éxito a sus espaldas. Pero lo cierto es que los tiempos habían cambiado (y la perspectiva también) desde la década de los cincuenta y la figura de Jesús había vuelto a cobrar relevancia como parte del auge de las religiones orientales, los gurús y la espiritualidad New Age. Tras darle varias vueltas al asunto, Tim Rice dio con un ángulo que pareció sonar interesante a los oídos de Lloyd Webber: narrar la historia (o parte de ella) desde la perspectiva del enemigo público número uno, Judas Iscariote.
Rice tomó parte de la letra del sencillo de Bob Dylan “With God on our side” que enuncia: “Tendrás que decidir / si Judas Icariote tenía a Dios de su lado” como referencia y varios pasajes más de distintas fuentes, incluyendo el Evangelio de Juan y The Life of Christ de Fulton J. Sheen. La premisa partiría de que Judas, el más fiel discípulo de Jesús, comienza a dudar de la popularidad del movimiento y que éste se esté desviando de su propósito original, además de recriminar a Jesús su poco involucramiento político. Así pues, decidieron acotar la narración desde un poco antes de la entrada a Jerusalén (Mateo 26:1) y cerrar con la sepultura de Jesús (Juan 19:41), dejando el final abierto a interpretaciones, ahondando en la amistad/cercanía existente entre Judas y Jesús y en los sentimientos de María Magdalena hacia Cristo. Con todo esto en mente, retrabajaron la primera pieza del rompecabezas titulada “Superstar” y partieron de aquella base para lo que vendría a continuación.
De paso también crearon el término “ópera rock”. Si HAIR había sido publicitado como “musical rock” Jesus Christ Superstar, como se titularía al final, terminaría por poseer una de las partituras más ambiciosas y sofisticadas del género, combinando solos de guitarra y potentes percusiones con arreglos instrumentales, sintetizadores, canciones de vaudeville y otras tendientes al funk/soul así como amplias secciones corales, registros vocales diferenciados y progresiones armónicas, estableciendo una notoria sincronía entre los dos actos de la obra.
Entre los meses de noviembre de 1969 y marzo de 1970, Rice y Lloyd Webber completaron su magnus opus y comenzaron a buscar productores interesados. Obviamente, no encontraron ninguno dada su naturaleza y la polémica que involucraba. Debido a ello JCS vería la luz no como un montaje escénico sino como un doble LP, cuyas sesiones de grabación se completarían en el mes de julio de 1970.
En octubre del mismo año el álbum vería la luz en EUA (donde triunfaría, siendo la recepción en Reino Unido más bien tibia) alcanzando el primer puesto en Billboard y superando el millón de unidades vendidas, dando pie a numerosas representaciones en Broadway (711 en dos años). A través del tiempo, la ópera rock ha sido adaptada en más de 40 países (desde Norteamérica hasta Australia) y ha sido traducida a más de 15 idiomas.
Entre sus muy, pero muy numerosas versiones pueden encontrarse algunas que vale la pena destacar. En el idioma español, existen dos mexicanas que sobresalen: la primera adaptación (1975) realizada por Julissa, quien además interpretó a María Magdalena, con Enrique del Olmo como Jesús y Jorge Abraham en el papel de Judas (editada por Orfeon) que se presentó en el Teatro Ferrocarrilero y la de 2001 con Fazio Galván como Jesús, Erik Rubín como Judas (papel que repetiría en montajes posteriores) y Lolita Cortés como María Magdalena (editada por Universal) que se presentó en el Auditorio Telmex.
Otra es Jesucristo Superstar (1975) la adaptación hispana dirigida por Jaime Azpilicueta con Camilo Sesto interpretando a Jesús (su versión de “Getsemaní” es lo mejor de la carrera del exitoso cantautor español) con Teddy Bautista como Judas y Ángela Carrasco como María Magdalena, que se presentaría en el Teatro Alcalá de Madrid (un éxito a pesar de sus múltiples detractores) durante los últimos tiempos de la dictadura franquista (editada por Sony Music). Una de las preferidas de Lloyd Webber, por cierto, acorde con sus propias palabras gracias a los arreglos de Bautista, tanto líricos como instrumentales.
En el idioma inglés, la versión original de Broadway de 1971 es otro extraordinario ejemplo de la suma de talentos, entre los que destacan Jeff Fenholt como Jesús y Ben Vereen como Judas, a pesar de los problemas que enfrentaron con el audio durante la puesta en escena y la producción avant garde que nunca convenció del todo a los autores. La versión inglesa de 1996 es una maravillosa reinterpretación de la obra original, con un cast impecable encabezado por Steve Balsamo como Jesús, Zubin Varla como Judas (su “Heaven on ther minds” es insuperable, en mi opinión) y con Joanna Ampil como María Magdalena.
Y por supuesto, la más conocida y referida, la versión cinematográfica de 1973 con Ted Neeley y Carl Anderson como Jesús y Judas respectivamente, dirigida por Norman Jewison.
Entre las múltiples curiosidades de JCS se encuentran el que la primera versión latinoamericana (no profesional) fue producida en Perú en 1974 y la versión original sueca de 1972 contó con la presencia de Agnetha Fältskog en el papel de María Magdalena.
Efectivamente, la rubia cantante del grupo ABBA.
Sin lugar a duda existe una versión de Jesus Christ Superstar para todos los gustos y preferencias: para quienes les agradan los arreglos sinfónicos y para quienes gustan del rock pesado, para quienes prefieren una versión más ligera o quizás, una más experimental. Con una estética más hippie y otra más actual. Para los que se acercan a la obra desde su complejidad musical y para quien lo hace como creyente. Existe una adaptación con el estadounidense John Legend como protagonista y otra con el chileno Beto Cuevas. En todos los idiomas (inglés, francés, japonés, italiano, etc) y en cada continente.
Pero por encima de todas las adaptaciones y versiones existentes, se sitúa el proyecto original: el álbum conceptual de 1970. Basta mencionar que el ecléctico elenco original estaba conformado por una actriz y cantante desconocida en aquel momento, de ascendencia irlandesa y japonesa, nacida en Hawái, por una estrella del West End (que apenas había concluido su participación en Hair) y por un joven vocalista que recién se había integrado a una banda llamada Deep Purple, como protagonistas.
Yvonne Elliman, Murray Head e Ian Gillan, sumados al guitarrista (Neil Hubbard), al bajista (Alan Spenner) y al baterista (Bruce Rowland) de la banda de Joe Cocker, The Grease Band, así como a un coro infantil dirigido por Alan Doggett, a las Trinidad Singers y al ensamble de cuerdas de la ciudad de Londres con Lloyd Webber en los teclados y Rice haciendo voces adicionales..así fue como nació JCS.
El proyecto funcionó porque logra capturar de manera excelsa, como suele hacerlo la música por encima de otras expresiones artísticas, las emociones humanas: frustración primero, rencor y arrepentimiento después en la figura de Judas/Head (“Damned for all time”, “Superstar”) del mismo modo que lo hacen el amor de María Magdalena/Elliman (“I don’t know how to love him”, “Peter’s Denial”) y el dolor, cansancio y sufrimiento de Jesús/Gillan (“The Temple”, “Gethsemane”). Y hay piezas donde todo lo anterior se combina y complementa, como en “Everything’s Alright” y en “The Last Supper”.
Posee además otra figura trágica en Poncio Pilatos, interpretado magistralmente por Barry Dennen (“Pilate’s Dream”, “Pilate and Christ”) quien lo entrega sin estar convencido de su crimen, pero sin posibilidad de salvarlo dado el clamor de la multitud.
Y también crea dos villanos de antología, Caifás y Anás (“This Jesus must die”, “Trial before Pilate”, “The Arrest”) así como un acto de puro entretenimiento con el personaje de Herodes (“Try it and see”) que ha sido interpretado por Alice Cooper y también por Alex Lora del TRI. JCS pavimentaría el camino a otros autores para abordar la figura de Jesucristo en el ámbito musical, como lo haría Stephen Schwartz con Godspell, en una versión más ligera y alegórica, un año después. Sin embargo, nunca en toda su carrera volvería la dupla Rice/Webber a crear una obra tan innovadora, única y redonda como ésta, donde confluyen magistralmente las influencias de Zappa y Hendrix con las de Prokófiev y Strauss y convergen la lírica orquestal con la potencia y energía del hard rock.
Ambos buscarían en lo sucesivo, tanto en los proyectos en los que colaboraron juntos como en aquellos que asumieron por su lado, una ruta más asequible y navegarían firmando un hit tras otro, creando mega musicales (fácilmente franquiciables) evitando en gran medida el riesgo que corrieron en aquel 1969, cuando a sugerencia de un clérigo británico, decidieron sentarse a crear algo que el mundo jamás había visto.
Y que sigue sonando y resonando aún en nuestros días.
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