Querida Tora:
En el 48 vive una señora que yo siempre creí que era señorita, pero que de repente nos resultó embarazada. Las vecinas corrieron a preguntarle por qué, cuándo y con quién, pero ella sólo les dijo que un hombre bueno se le había acercado, y que ella aprovechó la ocasión, porque siempre quiso tener un hijo, y ya se le estaba pasando el tiempo. Muchas le dieron la razón; otras no; pero todas están muy pendientes de su estado de salud y de cómo viene el bebé.
El otro día la señora (Oficialmente es señorita) estaba subiendo la escalera, cuando el del 37 baja corriendo, empujando a todo el mundo con su panza y sus majaderías, y se la llevó de corbata (No se la puso alrededor del cuello; así se dice cuando se atropella a alguien). La pobre mujer rodó la escalera y empezó a gritar de dolor. Las mujeres detuvieron al del 37, que decía que no, que lo esperaban los cuates en la cantina, y lo obligaron a que las ayudara a llevar a la mujer a su vivienda. Allí se dieron cuenta de que el embarazo había llegado a mal fin, y que había perdido al bebé.
Todas quedaron muy desconsoladas, y algunas empezaron a agredir al del 37, pero él logró deshacerse de todas y llegar a la cantina con poco retraso. Allí lo esperaban ya varias botellas en filita.
El desgraciado tardó 4 ó 5 días en regresar a su casa, y todavía iba haciendo eses al caminar. Pero en cuanto entró al patio lo rodearon las vecinas y la informaron que tenía que pagar por lo que le había hecho a la del 48. El se rio, diciendo que si no podía pagar la renta, menos iba a pagar por un bebé echado a perder. Todas lanzaron gritos de horror, y alguna propuso que le dieran pamba con picahielos; pero la del 8, que es muy mesurada, dijo que eso podría interpretare como un intento de linchamiento, y que no valía la pena, pero que sí, que algo tenían que hacerle al del 37 para que aprendiera a respetar a las mujeres. Surgieron muchas propuestas, casi todas descabelladas, y ya empezaban a pelear entre ellas cuando la del 37 (¡Imagínate! La esposa del agresor) propuso que dejara a la del 48 en el mismo estado en que se hallaba antes de que la tirara por las escaleras.
Todas se quedaron patitiesas; y como no sabían qué contestar, trajeron a la del 48 para que diera una respuesta. Y la señora-señorita dijo que “Bueno, que estaba dispuesta. Pero que no quería a ese gordo majadero, que lo cambiaran por uno de sus hijos”. “El mayor tiene 15 años”, dijo la madre, “y no ha sido chambelán en ningún baile de 15”. “No importa”, respondió la ofendida, “Yo lo pondré al tanto de lo que tiene que hacer”.
Y trajeron al muchacho que, por cierto, se veía bastante asustado. El padre le dijo “Te toca trabajar por tu familia. Tírate a la vieja esa”. El muchachito retrocedió, asustado; pero el padre lo tomó por un brazo y lo entregó a la del 48, quien lo abrazó “delicadamente” y se lo llevó a su vivienda.
El padre, que se las daba de experto en esas cosas, juntó a sus otros hijos y les dio esta orden: “Váyanse junto a la ventana del 48, y cada cinco minutos échenle una porra a su hermano”. Y agregando “Eso no falla”, se volvió a ir a la cantina.
Así se hizo. A las cuatro de la mañana, los hermanitos seguían echando porras (Los que no se habían dormido o desmayado por el cansancio y la falta de sueño). Pero la madre vino por ellos y les dijo que se fueran a dormir, porque el día siguiente tenían que ir a la escuela.
Y sí, el día siguiente se levantaron temprano y se dirigieron a la escuela con sus libros y su torta. Pero el segundo, que es el más pícaro, fue al 48, a ver si veía u oía algo. Pero la madre le dio un pescozón que casi le arranca la oreja, y el chamaco tuvo que irse haciendo como que lloraba, pero diciendo a sus hermanos: “No se oye nada. Yo creo que ya se murió”.
No, el muchacho no se había muerto. Pero tardó tres días en salir del 48. Y salió como más alto, más fornido (Por lo menos, eso le pareció a su madre); pero sólo fue a su vivienda por una botella de brandy, y se volvió al 48. Ahí estuvo una semana más sin dar la cara. Ella sí salía a hacer su mandado; y cuando las vecinas le preguntaban cómo iba la cosa, ella respondía “Le estamos echando muchas ganas. Pero queremos estar seguros”.
Por fin, un día salió la del 48 a la farmacia. Las vecinas se dieron cuenta y la siguieren de vuelta hasta su vivienda. Y allí quedaron esperando. No pasó mucho rato, y la señora salió con una prueba de embarazo que decía “Positivo” o algo similar.
Subieron a la vecina en hombros. Y lo mismo iban a hacer con el chavo, pero la madre se los impidió diciéndoles que se lo iban a hacer presumido, y se lo llevó para darle “una buena comida, nutritiva y sustanciosa”.
¿Pero qué crees? El chavo ya no sale del 48. Y cuando la madre le pregunta por qué, dice que “la señora hace unos chilaquiles muy buenos”. Y no hay manera de que vaya a comer o a dormir a su casa. Hasta que…
Hasta que un día despertó en el 48, y la señora no estaba. Ni sus cosas. Sólo encontró una carta en la que le decía que era muy grande para él, que le deseaba la mejor de las suertes y que el niño se iba a llamar como él. Y junto, la receta de los chilaquiles que tanto le gustaban.
Pero cuando su madre vio la receta dijo que no, que esos chilaquiles eran muy difíciles de hacer, y que se tenía que conformar con los que ella hacía. Y desde entonces, cada vez que el chico conoce a una muchacha le enseña la recete y le pregunta si sería capaz de hacérselos. Y todavía no ha encontrado una que acepte.
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