Querida Tora:
Llegó una nueva inquilina, y se alojó en el 54, que había quedado vacío. Es una muchacha guapa (no te enceles, porque no hay razón. Digo lo que todo el mundo dice aquí, pues a mi sólo me gustas tú), y todos los muchachos (y algunos ya más crecidos) empezaron a rondarla. Y a los pocos días nos enteramos de que esta muchacha trabaja de “stripper” (es una palabra inglesa que significa “desnudista”, pero que así es más impactante), que está en un centro nocturno cercano y que tiene bastante fama.
Los ánimos se exaltaron, y todos andaban buscando la forma de verla desnuda en su vivienda, sin que les costara el “cover (otra palabra inglesa, que no necesitar saber lo que es). Y se bajaban por la azotehuela hasta su ventana, o espiaban por la puerta. El caso es que la chica no podía asomarse al pasillo sin que la siguieran tres o cuatro ejemplares del sexo masculino (¿Te gusta que lo diga así? Porque así se entiende mejor lo que eran y lo que querían). Y el día que el 37 pasó por el centro nocturno y vio que durante su “show” se bañaba en público, la expectación creció. Y también la molestia de la chica.
Un día la vino a ver la persona que la maneja (un tipo feo y corriente, pero muy listo para los negocios), y ella le contó su situación. El, después de pensar un poco, le dijo que podían hacer negocio con eso; y le propuso que una noche, ya tarde, se bañara en los lavaderos de la vecindad, procurando que todos los señores se enteraran; y que, al terminar, recogiera el agua que había usado. A ella le extrañó, pero dijo que lo obedecería.
Al día siguiente se encontró a la del 43 en el lavadero y dijo que se le antojaba bañarse ahí, a la luz de la luna, y que a lo mejor esa noche se atrevía. Antes de llegar a su vivienda, toda la vecindad estaba enterada del comentario, y se veía a todos hablándose al oído, Ella comprendió que el correo de voz había funcionado muy bien. Y esa noche, a las doce en punto, fue a los lavaderos. Muchos vecinos se asomaron por las ventanas, ocultos por los visillos; y los que vivían junto a los lavaderos hasta vendieron boletos. Todo, en el más absoluto silencio. La chica se desnudó casi totalmente, poco a poco (no sabes cuántos la grabaron con sus celulares), y se metió a una pileta que tenía algo de agua. Luego, pues ya sabes: se enjabonó despacito, se echó el agua desde arriba, también muy despacito, y se secó haciendo resaltar todas las curvas que tenía (Durante el secado se oyeron muchos gemidos, pero no sé si eran de ansiedad o si se debían a los pellizcos que las viejas les arrimaban a sus maridos). Luego, con una cubeta recogió toda el agua que quedaba en la pileta, y casi sin ropa, regresó a su vivienda.
Al día siguiente, todos comentaban el asunto y comparaban grabaciones y fotos; y, sobre todo, se preguntaban por qué había recogido el agua del baño. El misterio no duró mucho tiempo, porque hacia mediodía vino su “representante”, estuvo un rato dentro de la vivienda y salió luego con un montón de botellas que parecían llenas de… agua. A los que se acercaban con curiosidad les dijo que era “el agua con que la diosa Venus se bañaba, que aliviaba todos los males de amores y era muy nutritiva”; que la botella valía cien pesos, y que las iba a vender en el centro nocturno esa noche.
El del 37 fue el primero que pidió una botella. Todos los demás se desperdigaron para buscar dinero, y algunos les pidieron prestado a sus viejas para comprar una botellita. Hasta los ninis, que nunca tienen para comer, se cooperaron entre todos y compraron dos botellas. Ahí el problema fue a la hora de repartir, porque todos tenían derecho, y les tocó a dos o tres gotas diarias a cada uno. Pero las fantasías eróticas que vivieron esos días sobrepasaron todo lo que habían imaginado. ¡Estaban tocando (o bebiendo, ¡imagínate!) un agua que había tocado las partes íntimas de su “diosa”, y era como si ellos la estuvieran tocando!) No querían darle a sus mujeres, porque decían que era sólo para hombres, y que podía hacerle daño a sus hormonas. Pero muchas insistieron en que “la diosa” decía que era muy nutritiva, y se echaron uno o dos buches. Claro que algunas enfermaron del estómago, sobre todo porque el agua tenía un jabón bastante corriente; pero quisieron sentir lo mismo que sentían sus maridos, a ver si ellas lo podían imitar. Pero no pudieron, porque les faltaba la imaginación de los hombres en celo.
De ahí en adelante, todos los días iban seis o siete ejemplares masculinos a comprar sus botellas de “elíxir de amor”, como lo había bautizado el representante. Tardaron mucho en convencerse de que no servía para nada, pues ni siquiera hacía que tuvieran fuerzas para hacerle el amor a sus viejas nueve o diez veces, como era su ambición . Total, que con el tiempo dejaron a la chava en paz y se pusieron a buscar tónicos eróticos en otros lugares.
¿Qué te parecen los ejemplares masculinos de esta raza?
Te quiere
Cocatú
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