CARTAS A TORA, 222,

Querida Tora: Fíjate que se iban a venir a vivir a la vecindad unos recién casados. Alquilaron la vivienda, y la fueron amueblando y decorando despacito, con mucho amor (según dijeron, y yo no tengo por qué...

30 de abril, 2021 CARTAS A TORA 304

Querida Tora:

Fíjate que se iban a venir a vivir a la vecindad unos recién casados. Alquilaron la vivienda, y la fueron amueblando y decorando despacito, con mucho amor (según dijeron, y yo no tengo por qué dudarlo). Todos los vecinos los esperábamos ya para darles una gran bienvenida el día de la boda. ¿Pero qué crees? Que llegó ella sola, vestida de novia, con cara de pocos (o ningunos, amigos); se encerró en la vivienda y se echó a llorar.

¿Y sabes por qué? Porque unos minutos antes de entrar a la iglesia se presentó una señora con tres niños y le dijo que estaba casada con el “novio” (así, entre comillas, para que se note más la mentira) y que esos eran sus hijos. El “novio” se enfureció, le pegó a la señora, corrió a los niños, y les dijo que no se metieran en su vida, que no tenían derecho a ello; que él los seguiría manteniendo, y eso era lo único que debía importarles. La mayoría de los invitados estaban indignados, pero hubo algunos que hasta le aplaudieron. Pero la novia no aguantó, así que le metió el ramo en la boca al fulanito ese, y lo tiró por las escaleras. Y se vino a la vecindad, dispuesta a emprender una vida nueva, aunque fuera sola.

Pero como había renunciado a su trabajo antes de casarse, no tenía ni para comer. Los vecinos le ayudaron; ella aceptó por necesidad, pero pronto les dijo que ya no necesitaba su ayuda. ¿Y sabes lo que hizo? Puso en su vivienda una exposición de todo lo relacionado con su boda, y abrió una exhibición. El vestido de novia estaba en el centro, en el lugar de honor, iluminado por un reflector dorado, lo que le daba un aspecto casi irreal. En una mesita, lo que quedó del ramo luego de que se lo sacaron al “novio” de la boca, que todavía se veían las marcas de los dientes, y que fue uno de los objetos más apreciados. En otra mesita, los boletos de avión para la luna de miel. Y como casi ninguno de los vecinos había visto nunca un boleto de avión, causaron verdadera sensación porque, como dijo la del 32, “parece mentira que esos papelitos puedan mandarte a volar”. En lo que nadie se fijó es que eran para un vuelo “México-Toluca-México”, un vuelo que no existe (yo creo que el “novio” los hizo en persona para impresionar a la muchacha, pero se le pasó la mano). Al lado estaban las arras que, como ninguno de los dos tenía posibilidades, eran moneditas de 50 centavos; los anillos, apenas una bandita de metal blanco (yo creo que eran de plástico, pero no quise sacarlos de su error, porque ¡pobre muchacha!). Había una muestra de los manjares que iban a servir en el banquete; que no duraron mucho, porque los curiosos se los comieron en un descuido de la chica. Estaba también el vestido que le hicieron a su sobrinita para que le llevara la cola, que hizo llorar a la del 37, que es tan bronca, porque le recordaba cuando ella le llevó la cola a su mamá el día que se casó. El tocado era de flores verdaderas, y se marchitó en un par de días; pero allí permaneció, como “símbolo del amor asesinado por un desaprensivo”, en palabras de la novia ofendida.

A la salida había una alcancía de cochinito (que fue el primer regalo que le hizo el “novio”), para que los visitantes depositaran su cooperación, con lo que la chica pensaba vivir hasta encontrar un trabajo. Así logró mantenerse unos días. Pero no contaba con el portero, que en cuanto se enteró de que ahí se manejaba dinero fue a pedir su parte, con el pretexto tan usado de que estaba lucrando con los bienes comunes de los vecinos, y que debía pagar un impuesto por ello. La chica se negó, y los vecinos la apoyaron. El conflicto escaló rápidamente, y el portero amenazó con mandar a sus guaruras a destruir la exposición y castigar a la ofensora, aunque sin especificar qué tipo de castigo le iba a aplicar (pero yo ya me lo imagino, porque la muchacha está guapita). Pero ella no se amilanó, y esa misma noche recogió sus cosas y, ayudada por varios vecinos, las metió a un taxi y se fue en busca de un lugar que le ofreciera mejores condiciones de vida.

Qué triste, ¿verdad?, que no puedas vivir en un lugar que te gusta, nada más porque alguien dice que tienes que pagar impuestos. Pero así es la vida, mi amor; y no podemos hacer otra cosa.

Te quiere,

Cocatú

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