Hoy me rindo. Estoy cansado de seguirle el paso a la pandemia, a tanto cuento y tanto invento, a las noticias que me ponen los pelos de punta. Y con el permiso y la invitación al respetable, con toda sinceridad, le pido que nos bajemos del tren de la locura para serenarnos y platicar sobre un tema ameno, interesante, uno de los momentos más curiosos de la historia de nuestras letras.
En la entrada de su diario correspondiente al domingo 17 de febrero de 1957, Alfonso Reyes apunta:
Muy molesto con las raras notitas de Fedro Guillén, hasta hoy tan mi amigo, en El Nacional, suplemento. Viene a verme Juan Rejano, a petición mía y aunque ya no dirige el suplemento, me ofrece charlar discreta y amistosamente con Guillén para averiguar qué le pasa, y me trae su poemita “La respuesta” en memoria de Antonio Machado, y una novelita de su esposa Luisa Carnés, Juan Caballero.
Fedro Guillén se refiere al epígrafe de Reyes exponiendo cierto velado debate sobre su autoría. Es notorio que a don Alfonso, como en la mayor parte de sus reacciones frente a las críticas de esa naturaleza, le duele la incomprensión de sus letras y aspira a una lectura más simple, límpida y sincera de su obra:
Fedro Guillén escribió lo siguiente: “En nota anterior hablábamos de la frase ‘Viajero, has llegado a la región más transparente del aire’, que en parte, utilizará Carlos Fuentes para su próxima novela. Al afirmar que dicha frase no pertenece a Alfonso Reyes, como se cree, bueno sería añadir que tampoco el maestro mexicano se la ha atribuido. (Por cierto, con el gusto de siempre recibimos una felicitación de año de don Alfonso Reyes con unos hermosos latines de Cicerón)” (Fedro Guillén, La cultura en México, suplemento semanario de El Nacional, 2ª época, núm. 516. 17 de febrero de 1957).
Una de las peculiaridades de don Alfonso en relación con el conjunto de su obra es su cuidado constante; no solo como creador y como coadyuvante en su edición, sino también a su lectura, crítica, difusión y trascendencia. Por la mañana Reyes ha leído el artículo de Guillén, ese mismo día ha llamado a Rejano y para el anochecer ha dado cuenta de los hechos. Es posible que si se hubiera tratado de otro texto, don Alfonso habría sido más indulgente o incluso menos atingente, pero como individuo, a lo largo de toda su vida, dará muestras de su especial afecto por Visión de Anáhuac.
Después de todo, tanto la frase como el texto remiten a don Alfonso a un tiempo y a un lugar mucho mejor. En 1911, Reyes publicó “El paisaje en la poesía mexicana del siglo XIX”, en aquel ensayo, el entonces joven Alfonso se refirió por primera vez al epígrafe y a su relación con Humboldt:
Ya el barón de Humboldt –el grande viajero que ha sancionado con su nombre el orgullo de la Nueva España, hombre clásico y universal como los que criaba el Renacimiento y que conservó, hasta en su siglo, la antigua manera de aprender la sabiduría viajando y de escribir tan solo sobre recuerdos y meditaciones de la propia vida– señalaba, en su Ensayo político, la grande reverberación de los rayos solares producida por nuestra enorme masa de cordilleras y la alta planicie que es, en extensión y en altura, la mayor del mundo:
Así nosotros, como los griegos que tan estimosamente elogiaban, por inscripciones grabadas a las puertas de sus ciudades, las bondades de la tierra y su clima, y a éste le llamaban “el predilecto de los dioses”, pudiéramos, sin hipérbole, escribir a la entrada de nuestra alta llanura central: – Caminante: has llegado a la región más propicia para vagar libre del espíritu. Caminante: has llegado a la región más transparente del aire.
Cuatro años después, en Madrid, Reyes recupera la frase, la purifica y la dota de sencilla elegancia, como recuperando para sí un mundo, un espacio y un tiempo dorados antes de que la vorágine del destino y de la historia lo lanzaran más allá del océano y de su privilegiado entorno familiar. De muchas formas Visión de Anáhuac abría las puertas del recuerdo y del bienestar a Reyes, marcaba su equilibrio y lo retornaba a cierta edad de la inocencia en que todo estaba aún por escribir.
Si bien es cierto que Visión… no es el primer libro de Reyes, también lo es que sí se trata de la primera de sus obras maestras. De la importancia y trascendencia de libro no puede dudarse, como tampoco puede omitirse la singular relación entre el famoso epígrafe reyesiano y la novela de Carlos Fuentes La región más transparente que constituye el mayor homenaje a Reyes y a su texto, pero también la voz disonante y el mayor distractor para su fama.
Fedro Guillén había anunciado la novela de Carlos Fuentes, pues ésta había aparecido de modo fragmentario, en cuentos y adelantos en la Revista de Literatura mexicana, entre los años de 1955 y 1956, publicación entonces dirigida por Emmanuel Carballo y el propio Fuentes. Desde luego, no es casualidad entonces que ambos coincidieran en la entrega a su amigo y maestro un ejemplar de La Región más transparente. Reyes recoge ese momento en la anotación de su diario correspondiente al 29 de marzo de 1958:
Reunión matinal en casa de Cuadernos americanos… a las 5 pm, estoy esperando a Carballo con su primer boceto de entrevista. Llegó con el fotógrafo Salazar. Algo hicimos: poco, porque me desazonó la perra Lady que rasguño con un colmillo a la pobre Laurita de Carballo. Nada serio. Carlitos Fuentes me trae su libro La región más transparente.
Como revelaron en su momento Javier Garciadiego en Alfonso Reyes y Carlos Fuentes, una amistad literaria y Emmanuel Carballo en Protagonistas de la literatura mexicana, la publicación de la novela significó una desavenencia literaria, estética, que no personal ni emocional entre Reyes y Fuentes:
Sin embargo, el propio Carlos Fuentes develó el misterio al confesar haber recibido una carta “fulminante” de Reyes en la que le decía que La región más transparente le había parecido “una porquería”, de una “vulgaridad espantosa”, en síntesis “un insulto a la literatura”.
En el desafortunado evento se cumple cierto patrón en cuanto a la reacción de Reyes respecto de la crítica. Conforme a su costumbre, don Alfonso no zanja las dificultades de manera pública sino, preferentemente, en el ámbito más estrictamente privado; reacciona solo cuando está en presencia de lo que puede considerar un malentendido respecto de su obra o cuando siente que el ataque es personal mucho más allá de lo estrictamente literario. Por último, sus respuestas son casi siempre desahogos emocionales y son más fuertes cuando ocurren en torno a ciertas obras respecto de las cuales experimenta un particular afecto. En el caso de Carlos Fuentes se agudizan dos aspectos peculiares. Por un lado, el libro del que se basa el famoso epígrafe, pues Reyes sabe que para el joven escritor esa novela representa un certificado de madurez y le cuesta mucho trabajo que su frase icónica diera nombre a una novela que no puede ser más distante de sus propia idea de la literatura. Por el otro lado, el tratarse de Carlos Fuentes a quien quiere entrañablemente y a quien une una amistad y una devoción que bien podemos llamar transgeneracional, pues ha iniciado con el padre de Fuentes y que abre sus brazos afectuosos desde la infancia de Carlos.
Garciadiego ofrece otra cauda de razones:
El desencuentro puede ser resumido en pocos renglones: sucedió que algunos periodistas y críticos intentaron enfrentarlos, afirmando que Fuentes desafiaba a Reyes al titular su novela con una famosa frase de éste, a lo que Fuentes respondió que don Alfonso hablaba de un México pasado y que él daba “el contraste con el México de sus días”. La respuesta satisfizo a Reyes, quien se había referido al paisaje físico del Valle de México que encontraron los conquistadores españoles, mientras que la novela de Fuentes se refería “al ambiente humano del México contemporáneo”. Sin embargo, ciertamente lamentó haberle permitido “bautizarla con mis palabras”, pues – señaló – no faltarán los lectores críticos y “malévolos” que supongan que el joven escritor había intentado “lanzarme un sarcasmo”. Don Alfonso, reflejando su muy diferente concepción de la literatura, le dijo: “yo hubiera preferido que no empañaras mi frase, aplicándola a un asunto tan turbio”. Tal parece que la solicitud para titular su libro fue verbal y que Fuentes no quiso hacer del reclamo personal una controversia pública.
Para la fecha de publicación de la novela de Fuentes, Reyes estaba perfectamente consciente de que su amada región más transparente había quedado reducida a esporádicas resurrecciones unas cuantas veces al año; incluso, para 1940, aunque publicada en “Ancorajes” en 1948, Reyes había escrito La Palinodia del Polvo, especie de actualización dolorosa de su propio mito fundacional:
¿Es esta la región más transparente del aire? ¿Qué habéis hecho, entonces, de mi alto valle metafísico? ¿Por qué ser empaña, por qué se amarillece? Corren sobre él como fuegos fatuos los remolinos de tierra. Caen sobre él los mantos de sepia que roban profundidad al paisaje y precipitan en un solo plano espectral lejanías y cercanías, dando a sus rasgos y colores la irrealidad de una calcomanía grotesca, de una estampa vieja artificial, de una hoja prematuramente marchita.
Desde la Visión… Reyes sabe que ese mundo ideal que ha dibujado está condenado a desaparecer; que debe mantenerse en la guarda y fidelidad de la memoria literaria porque, desde el primer momento de la aparición humana en el Valle, se inició su largo proceso de destrucción con el pretexto de la obra civilizatoria; ya en 1915 decía Reyes: “cuando los creadores del desierto acaban su obra irrumpe el espanto social”.
Con una especie de mirada profética, don Alfonso sabe que la desecación de los lagos no puede sino redundar en la destrucción de ese ámbito privilegiado para la reflexión y el ensueño; casi es tanto como decir que el México de don Alfonso joven –entendido como solar paterno, como hogar prístino– debía desaparecer en la medida que el propio autor y sus amigos fueran mudando sus conciencias, sus circunstancias y sus tiempos. De ningún modo Reyes se aferra a su pasado, ni al México que abandonó y que sabe no volverá:
Abarca la desecación del valle desde el año de 1449 hasta el año de 1900. Tres razas han trabajado en ella, y casi tres civilizaciones – que poco hay en común entre el organismo virreinal y la prodigiosa ficción policial que nos dio treinta años de paz augusta.
…
De Nezahualcóyotl al segundo Luis de Velasco, y de éste a Porfirio Díaz, parece correr la consigna de secar la tierra. Nuestro siglo nos encontró todavía echando la última palada y abriendo la última zanja.
Podríamos decir que, como continuación de este párrafo, Reyes escribirá en la Palinodia un ciclo de construcción – destrucción cuyo corolario ya parece en ese último texto y que don Alfonso no pudo ver, el terremoto de 1985, relacionado en su magnitud con la propia desecación de los lagos:
¡Oh desecadores de lagos, taladores de bosques! ¡Cercenadores de pulmones, rompedores de espejos mágicos! Y cuando las montañas de andesita se vengan abajo, en el derrumbe paulatino del circo que nos guarece y ampara, veréis cómo, sorbido en el negro embudo giratorio, tromba de basura, nuestro valle mismo desaparece.
Así, para afrontar el mañana, la soledad y la distancia, acuñó su propio talismán y lo formó de los temas que iría desarrollando a lo largo de toda su obra. Diseñó para sí un código cifrado de afectos que anclaban en el único lugar seguro, el entorno físico, pues la experiencia, no pocas veces amarga, le había enseñado lo frágil y vano que es poner en manos de hombre la esperanza del retorno y más aún si esos hombres tienen como oficio la política.
A final de cuentas, en ese ciclo mítico y literario de creación –destrucción del Valle del Anáhuac y su retrato en lengua española– aparecen dos capítulos separados por más de cuatro décadas: Visión de Anáhuac y La región más transparente; también aparecen dos protagonistas separados por una generación: Alfonso Reyes y Carlos Fuentes.
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