Se cumplen cinco años de que el director de cine mexicano Alfonso Cuarón vino a revivir la época de oro del cine mexicano, ganando dos estatuillas del Oscar (mejor dirección y mejor película extranjera) ya bien entrado el Siglo 21. Roma es sencillamente una obra maestra del séptimo arte, y esto no lo digo yo, alguien nada versado en cuestiones cinéfilas. He pasado años completos sin pisar una sala de cine, pero esto es por la simple razón de que lo que proyectan las salas, lo que se da en llamar el cine comercial carece cada vez mas de sustancia, producciones multimillonarias centradas en las mismas historias de matazones y temas trillados, donde la consigna parece ir dirigida a una competencia por los efectos especiales cada vez más avanzados en lo que a tecnología se refiere; sonido de explosiones que no pocas veces cimbran el piso y tomas tan elaboradas que rayan ya en lo absurdo de la irrealidad. El cine, pues, alejándose de la esencia misma del cine, del arte.
A todo esto, la cinta llegó en un momento de la vida nacional mexicana donde se respiraba una atmósfera esperanza y cambio: los olvidados, que cada vez habían llegado a ser más millones de seres humanos, los mismos de Buñuel, pero multiplicados exponencialmente y sumados a una decadencia no solo material, sino moral, llegando a un escenario de falta casi total y generalizada de escrúpulos, originado este fenómeno en las élites (la cúpula política recién había cambiado de estafeta), y ya habiendo permeado, la misma podredumbre, al resto de la pirámide social.
La emancipación se reflejaba ya, casualmente o no, en el triunfo total de una joven oaxaqueña de raíces mixtecas, joya descubierta por Cuarón y que maravilló al mundo, pero que aún hoy tiene sus detractores, muchos pensarían que es en otros países, pero no, desoladoramente es en México mismo. La parábola de la cubeta de los cangrejos, donde una llena de estos animales japoneses se ayudan entre ellos para poder salir de ella, al final lográndolo, junto a una similar de mexicanos, eligiendo la estrategia de jalarse unos a los otros, con el consabido resultado: muy pocos, o tal vez ninguno, logran su objetivo.
Desde la afamada y experimentada actriz, con décadas de trayectoria en la pantalla grande, Patricia Reyes Spíndola, quien, sin más, sentenció que la joven Yalitza Aparicio “no tiene vocación actoral” y que su trayectoria sería tan efímera como la flor de un día; pasando por otra actriz de muchísimos años, Laura Zapata, con una declaración tan corriente como la del refrán popular de “la suerte de las feas…”; o la cantante (y también actriz) Yuri, con su “para ser actriz tienes que ser bonita; ella es todo lo contrario”; hasta llegar al de una conductora anónima a nivel nacional, de Monterrey, donde declara que Yalitza no es actriz, que solo actuó como lo que es: “fue lo que es, Cleo siendo Cleo, pero nada más”. Estos desafortunadísimos comentarios se daban también a nivel calle, por esos días escuché a una persona decir del largometraje en cuestión, sin más: “A mí qué me importa la vida de una sirvienta…”.
Los griegos hablaban del “Phatos“. En el contexto de la retórica, este concepto se refería a la capacidad del orador de transmitir de forma natural a la audiencia emociones, pensamientos y sentimientos, en una forma más que nada natural, que emanaba de la esencia del alma misma, bien, habría que hacerles saber a todas estas luminarias mexicanas del espectáculo, y a los detractores de Yalitza en general, al parecer inoculadas las primeras con el sentimiento más vil y de veneno mortal que es la envidia, que Yalitza posee el mencionado Phatos, es decir, es una actriz nata, y el que triunfe de esa forma en su primera cinta no le resta mérito alguno, antes al contrario, le suma todavía más y demostrado está, al ser aún hoy una figura vigente.
Roma recuerda a una película mexicana de 1948, Una familia de tantas dirigida por Alejandro Galindo, estelarizada por Don Fernando Soler y con la participación en la escenografía ni más ni menos que de Gunter Gerszo. Este largometraje trata de una familia tradicional mexicana de la época, donde el conservadurismo y la incipiente modernidad en la vida social mexicana ya chocan y es de una naturalidad en los personajes y en la trama que es como si se repitieran en algunas de sus características actorales, en cierta medida, 70 años después, donde los dramas, pasiones y alegrías de la vida cotidiana son el centro de la obra; esa es la esencia, precisamente, del rotundo éxito mundial de Roma.
El gigante mexicano en la dirección cinematográfica Ismael Rodríguez dejó para la posteridad una frase: “el rico y el pobre no se aman porque no se conocen”. En México sigue más vigente que nunca, a la luz de algunas reacciones que tuvo la multicitada película, mucho más que el racismo, el clasismo; el primero más bien, en nuestro México se cura muchas veces simplemente con dinero, pero no quiere esto decir que el racismo no exista, este ahí esta, agazapado, disfrazado muchas veces de filantropía; un fenómeno que no se diferencia mucho de lo que Donald Trump sacó del closet de millones de estadounidenses.
Hay muchos connacionales que odian a Benito Juárez, si esto lo supieran en el extranjero pensarían que somos un país con muchos estúpidos. Si se enterasen de las reacciones al éxito de la actriz oaxaqueña, Yalitza Aparicio, dirían o pensarían exactamente lo mismo. Un México lleno de complejos, esto quizás también sea una parte de la explicación del porqué tantos mexicanos le profesan un odio insano e irracional a su presidente de la República: no soportan que un personaje de “la provincia”, de tierras tropicales y nacido en el seno de una Familia de clase media baja y con base en sus propios y enormes esfuerzos y también virtudes haya llegado a la cima de su actividad, y más aún, este de lado de las clases populares. La psicología del mexicano es muy compleja, esto viene de siglos y hay varios ensayos que han tratado de darle alguna explicación a esta y sus motivaciones.
La escena en la playa de Roma nos pone en claro que todos somos seres humanos, que por más o menos oropel este mundo lo compartimos, guste o no a algunos, la frase de María Félix referente a la supuesta falta de importancia del dinero resumida en aquello de “no es lo mismo llorar en un FERRARI”, tal vez la contradiga la escena en donde la Familia va en el Galaxy a la playa. Ahí las dos mujeres, de distintas clases sociales, van llorando por dentro, por igual y sin distingos su propio drama de vida.
Los premios son efímeros, las obras maestras perduran por décadas, sobreviven al mismo creador de tales. El colega de Cuarón, Guillermo del Toro, ya lo dijo: Roma está entre las cinco mejores películas que ha visto en toda su vida, en la historia del cine, para ser más precisos. Y yo comparto ese punto de vista, y como yo, creo que lo hacen muchos más expertos o no en el tema.
El cine mexicano vive una segunda época dorada, y tal vez sería el tiempo en que los tres directores, los llamados “tres amigous”, Cuarón, Del Toro y González Iñárritu, explorarán la posibilidad de un proyecto de grandes dimensiones, como lo sería la recreación de la “Conquista de América”, de la Nueva España y demás territorios, hecho que muy posiblemente sea el más relevante de la Historia de la humanidad. El término “choque de dos mundos”, como le llaman no pocos historiadores lo ilustra, sería el símil de que hoy en día llegaran seres de otro planeta y nos fundiéramos en una sola especie; en una nueva Civilización que fue lo que de aquello resultó. Y todo esto tuvo como escenario principal, casualmente al igual que Roma, lo que hoy conocemos como la Ciudad de México.
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