Yo viví violencia – Día contra la violencia de género

Les platico un poco de mi historia, el por qué soy feminista y cómo decidí resignificar este episodio de mi vida. 

25 de noviembre, 2021

Hablar de feminismo no corresponde a una ideología o postura que nace espontáneamente. Es hablar de miles de historias que nos conecta con la nuestra y nos mueve.

Yo crecí en un ambiente predominantemente matriarcal y en extremo religioso que, aunque no existía per sé la figura masculina ni los roles de género marcados, prevalecía ese ambiente de religión católica radical que reafirma, normaliza y justifica la inferioridad de la mujer.

Siempre fui muy rebelde y cuestionaba, justamente, todos estos preceptos de ideología de subordinación, que mantienen a la mujer en un plano de dependencia. Les puedo asegurar que nunca obtuve una respuesta que no fuera un “¡ya cállate!” o un “¡es cuestión de fe y se acabó! No, definitivamente no fue suficiente para que extinguiera mi necesidad de saber y no evitaron el que yo siguiera cuestionando el por qué de la inequidad por una mera cuestión biológica.

Estudié en una escuela de monjas, solo tuve hermanas y muchas tías, por lo que nuevamente la figura femenina era la constante. Esto también abonó a que no me percatara de las grandes diferencias e inequidades en el mundo exterior. Pero tenía que salir algún día a ese espacio de visión unilateral y participar en uno más real, donde hoy todavía no entiendo el por qué se impone un género sobre el otro.

Fue realmente extraño para mí al entrar a la universidad, el escuchar voces masculinas en mi salón de clase, pero a la vez muy rico y enriquecedor. Sin embargo, no faltaron las muestras misóginas de algunos profesores retrógradas con comentarios abiertamente machistas. En varias ocasiones quise reaccionar, pero mis amigos me detenían aludiendo a que la perjudicada sería yo… y tenían razón. Todavía no era momento para que las mujeres pudieran denunciar violencia y acoso, y demandar un trato justo.

Algunos me llegaron a decir que me había equivocado de género, de país y de época cuando escuchaban mi postura y mi exigencia de equidad.

Desde entonces empecé a trabajar con grupos de mujeres y en diferentes espacios donde pudiéramos expresarnos y compartir lo que observábamos como injusticias y violencias, pero solo como expectantes frustradas e impotentes.

Posteriormente me casé con un hombre terriblemente violento. ¡Qué ironía! pues no tuve quien me advirtiera de cómo se da la violencia y sus diferentes formas de expresión. Desde el primer minuto de matrimonio, empezaron las microviolencias, entre bromas, silencios castigadores, violencia económica y psicológica, que se fueron cronificando y envolviéndome en una espiral de la cual yo quería escapar. Obviamente, él nunca se responsabilizó ni entendió o no quiso entender, que su conducta me lastimaba, pero a la vez, era justificado por el grupo social al que pertenecíamos y por tanto, esto lo alentaba y se mantenía en total impunidad. No me da vergüenza decirlo, pues yo no fui responsable de sus acciones, aunque él siempre me culpó por su falta de control de impulsos, al contrario, fui una víctima involuntaria. Mi interés era que mis hijos no lo vivieran como testigos y como aprendices.

Cada vez que iba a denunciarlo al MP, me iba peor. Perdía el control y me recriminaba: “¿Cómo pudiste denunciar al padre de tus hijos?”. ¡Claro, él siempre se victimizaba y según su mente enferma, yo era la responsable de provocar su furia, sus golpes y agresiones. 

Generalmente la violencia doméstica se da en el ámbito privado y se sentencia, se responsabiliza y se estigmatiza a la mujer que se atreve a hablar. Yo así lo creía. Y fue una realidad, pues cuando hablé fui sentenciada, responsabilizada, estigmatizada, juzgada y nadie me creía (inclusive mi propia familia), aunado a que él se encargaba de dar una excelente imagen al exterior. También me aterraba la estigmatización de mis hijos por el divorcio o por todo lo que él decía de mí; y sí, mi peor pesadilla se hizo realidad, porque no pude defenderlos de la crueldad de una sociedad cómplice.

Hoy puedo decir que mis denuncias solo sirvieron para engrosar los expedientes en el MP y en tribunales… nada más.

“La loca” o “la puta”, era como me llamaba ante su familia y amigos, quienes reían con él, por no permitir sus abusos y las diferentes formas como pretendía agredirme. Lo grave era que así se refería cuando hablaba de mí frente a mis hijos. 

Ya separada, fue muy difícil lograr salir viva de esa relación. Se puso más agresivo. Empezó a violentarme físicamente y a seguirme. Todo esto acompañado de agresiones emocionales, psicológicas, al grado que tuve que contratar a una patrulla para que se mantuviera fuera de mi casa y me protegiera. Estaba sola. Él se había encargado de mantenerme aislada. Para él fue fácil, pues una mujer sin padre, sin hermanos y en un sistema de “justicia” revictimizante, plagado de corrupción y de ideología machista, era imposible poder defenderme.

Trabajaba, atendía y mantenía a mis hijos, porque claro, la violencia económica y patrimonial también se hizo presente. 

Mi situación emocional era de constante alerta y ansiedad. Desarrollé trastorno de estrés post traumático, pues no sabía en qué momento podría aparecer ni por dónde lograría asestar el golpe.

Me siento afortunada porque hoy estoy viva, ante muchos momentos donde pensé que no lo lograría.

Qué ironía, ¿no? una mujer preparada, luchadora por los derechos de la mujer, que cae en una relación de violencia. Es justamente lo que quiero transmitir, para que las mujeres sepan que todas podemos estar corriendo ese riesgo.

La violencia es tan imperceptible e invisible, que poco a poco y en forma de pequeñas violencias que parecieran inocentes, se va construyendo una red alrededor disfrazada de “amor”, que nos es muy difícil identificar. Nadie nos advierte y peor aún, todavía existe la idea de la “buena mujer” y el rol que por “género” tenemos que cumplir.

Finalmente, conseguí salir de ahí y hoy trabajo y ayudo a mujeres que viven o han vivido violencia. Muchas de ellas están al borde de ser asesinadas por sus parejas. Yo sí las entiendo y lucho todos los días por visibilizar en todos los ámbitos las diferentes formas de violentarnos y así, ellas puedan hacer consciencia del riesgo que corren y cómo pueden proteger su integridad física, pero también trabajar en su recuperación psicológica.

Ahora que veo grandes movimientos de mujeres que reclaman por una vida libre y equitativa, me doy cuenta, con mucha emoción, que no estamos solas, como yo un día me sentí, nos tenemos a todas y cada una en solidaridad con las que hoy no pueden hablar, pero necesitan sentir el apoyo para lograr salir de una vida de violencia y sentirse libres.

Las mujeres por naturaleza no somos vulnerables, vivimos en un contexto que nos vulnera y nos lastima, es por lo que es necesario que hombres y mujeres trabajemos juntos para prevenir y erradicar la violencia de género. 

No soy víctima, soy sobreviviente de una experiencia muy dolorosa y de la que quisiera prevenir a todas. Me siento muy orgullosa de ser mexicana y llena de esperanza, porque las mujeres de este país están cambiando y somos nosotras quienes impulsamos estas nuevas formas de relación más sanas como sociedad.

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