Las pequeñas cosas: ser padre

“No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos.” – Friedrich Schiller. Poeta y dramaturgo alemán  (1759 – 1805). Junio (del latín lunius = mes de Juno), además de...

21 de junio, 2021

“No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos.” – Friedrich Schiller. Poeta y dramaturgo alemán  (1759 – 1805).

Junio (del latín lunius = mes de Juno), además de ser el sexto mes del año (sí, el sexto y el que marca el final del primer semestre de este 2021), trae consigo el inicio del solsticio de verano (del latín solstitium o sol sistere = sol quieto) y con ello, el día más largo del año. En Europa, la celebración de la llegada de los solsticios se realiza con rituales que incluyen hogueras como en la festividad por el día de San Juan y que simbolizan una forma de fortalecer al sol, pues es a partir de esta fecha que los días se van haciendo más cortos hasta llegar al solsticio de invierno, el cual coincide con la natividad de Jesús, el 24 de diciembre (seis meses después que San Juan). 

Este año, el verano llega de la mano con el cambio del semáforo epidemiológico. El viernes pasado la autoridad federal de salud informó del regreso a color amarillo después de haberse anunciado con bombo y platillo el cambio a verde hace apenas un par de semanas, acción que se asemeja a la manipulación que realizan los agentes de tránsito en los cruces de ciertas avenidas para mantener la luz roja o verde a conveniencia de la intensidad del tránsito de vehículos (pero esa, es otra historia).

Hace dos años, en junio y vísperas del verano, mi amado padre dejó este universo. En ese entonces yo no tenía la lucidez suficiente para tomar en cuenta la época del año, pues me parecía vivir en medio del más crudo invierno. Con el paso del tiempo he caído en cuenta de las coincidencias y resulta que en 2019 para la entrada del solsticio y la celebración por el Día de padre dejábamos la urna con las cenizas de papá en el nicho familiar, pero nada importaba más que despedirlo y empezar un nuevo camino sin su compañía.

Siempre digo que mi historia de infancia es “sui generis” al haber tenido padres biológicos y padres de crianza (de lo cual algún día escribiré), pero hoy quise escribir de Anthony (como lo llamaba en sus últimos días) a quién ya dediqué una colaboración especial en este espacio por ser fuente de inspiración inagotable y porque siempre acompañó cada paso que he dado en esta vida.

Y es que para hablar de paternidad, sin duda, tengo que recurrir a la fuente principal porque aún sin un lazo de sangre que nos uniera, la vida y él se encargaron de crear un vínculo más allá del ADN. De mi padre heredé el gusto por la lectura y la música. Él  me enseñó a leer y fui yo quien le enseñó en dónde comprar inciensos; con él pisé el primer restaurante en mi vida y en sus últimos días fuimos muy felices comiendo juntos con periquitos australianos revoloteando a nuestro alrededor; de su puño y letra recibí los primeros mensajes amorosos, mismos que hoy son como pequeños instructivos para la vida: abrígate, sonríe, ama, agradece, y en particular su mantra de todos los días “¡Sé feliz¡” el cual me repetía cada mañana después de que le inyectara la insulina que necesitaba para controlar su diabetes.

Anthony fue el padre más auténtico que he conocido en mi vida: disciplinado, riguroso, exigente, excelente, impositivo a veces pero con una mirada curiosa que lo distinguió siempre y que dejó plasmada en los cientos de fotografías que tomó y reveló. Su vida no estuvo exenta de errores, pero siempre ganaron el honor, la lealtad y el amor en ella, así que no pude recibir mejor regalo que su modelo de paternidad responsable, activa, cariñosa, respetable e inolvidable. Una paternidad que no estuvo peleada con convencionalismos ni con géneros, ni siquiera con nombres o apellidos, una paternidad completa que pocos muy pocos se atreven a ejercer y que desde mi posición como madre soltera, reconozco y alabo, porque ser padre nada tiene que ver con una pensión alimenticia, con visitas programadas, con patria potestad o guarda y custodia o con regalos y cosas materiales. La paternidad es algo de todos los días y tiene menos que ver con perfección, pero le pertenece absolutamente al amor y al acto de rendirse a otro ser humano desde lo más profundo de la entraña aún sin parir ni concebir.

Así pues, el verano y la paternidad irán siempre de la mano con el aniversario luctuoso de mi papá, quizá para recordarme que se es padre más allá del entendimiento y de lo tangible o quizá para hacerme sentir que después del frío invierno que significó para mí su deceso, por fin pude ver la brisa estival, que a la nieve alejó (como el personaje animado de Olaf en la película infantil de “Frozen”) y que el verano hace “…que brille la casa con luz indecisa junto a la lumbre medio apagada. Cada duende y espíritu encantado salte tan ligero como ave sobre zarzal…”, tal como escribiría William Shakespeare en su Sueño de una noche de verano y que son #laspequeñascosas que hacen posible seguir el curso de la vida a pesar de su ausencia.

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