“El instante es la continuidad del tiempo, pues une el tiempo pasado con el tiempo futuro.” – Aristóteles / Filósofo griego / 388 – 322 a.C.
El tiempo de confinamiento obligado para evitar el contagio por COVID-19 y que ha marcado en nuestra vida un antes y después anhelaba en su inicio ser el momento preciso para un cambio de mentalidad y de filosofía de vida. Dos años después nada ha cambiado en lo general porque los males que aquejan a la humanidad (desde siempre presentes) no han desaparecido sino que han empeorado con gobiernos de show y entretenimiento, medios de comunicación vendidos y una notable ausencia de líderes en todos los ámbitos que realmente ofrezcan un cambio de raíz que nos otorgue la esperanza de un mundo mejor; sin embargo, a nivel personal la historia es diferente.
Hace 3 años escribí en esta misma fecha un texto que hoy me resulta en exceso optimista quizá porque fue escrito desde el dolor pues me encontraba en la antesala del deceso de mi padre y por tanto, en la negación absoluta de lo que la intuición sabía desde tiempo atrás. Elegí celebrar mi cuarenta aniversario en aquél momento porque estaba cierta de que a partir de ahí todo cambiaría en mi vida y mi pretensión era dejar memoria de lo que ocurría razón por la cual también le dediqué la colaboración semanal en este espacio.
Lo que siguió a aquella celebración con mariachi incluido fue el funeral de papá al que le siguieron tiempos funestos en los que me sentí realmente perdida y rota aunque me levantaba cada día para ir a trabajar, dejar a mi hijo en la escuela y seguir adelante, siempre adelante aunque en lo profundo de mi ser parecía que todos y cada uno de mis días libraba una batalla campal contra un alien. Nueve meses después de llegar al cuarto escalón (como le llaman ahora al acto de llegar a la cuarta década de vida) llegó también la pandemia y con ella, el aislamiento. Me recluí en mi casa y como si hubiera sido arrastrada por una enorme ola después de perder todo lo que tenía a mi alcance, primero recuperé la respiración, toqué tierra y poco a poco fui encontrando lo perdido con la marea. Siguieron meses de buscar por todos los medios acercarme a la paz y tranquilidad, sanar la profunda herida, vivir y procesar el duelo, perdonar.
Este año la vida me regala el don divino de volver a publicar (y de seguir con vida) justo el día de mi cumpleaños y la coincidencia con un suceso universal: el eclipse total con luna de sangre, llamada luna llena de flores porque en la mayor parte del hemisferio norte las flores con sus colores brillantes abundan en praderas y árboles nada más y nada menos como si los astros se alinearan a mi favor y entonces no puedo evitar recordar los versos del poema de Benedetti: “…por cábala lo digo y por las dudas lo canto… porque el cielo de tenerte me parece fantasía…”
Y sí, me parece una fantasía sentir y saber superada la etapa más dolorosa de mi vida pero a la vez me llena de alegría reconocer que esta mujer que hoy cumple años no es la misma que escribía en 2019 porque me siento más segura, acompañada de amigos y familiares, serena, alegre, libre y entonces recuerdo eso que escribió Haruki Murakami: “Y una vez que la tormenta termine, no recordarás cómo lo lograste, cómo sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro si la tormenta ha terminado realmente. Pero una cosa sí es segura. Cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella. De eso se trata esta tormenta.”
Papá tenía la costumbre de acompañar los obsequios que religiosamente elegía para mí en cada celebración con un mensaje que salía de lo más profundo de su corazón. En mayo de 2009 escribió una nota para mí: “El camino hacia el amor te llevará hacia la felicidad sin omitir las lágrimas, pero, encontrarás la verdad, que es: la iluminación. T. Q. M. Tu papá”. Él tenía la sensibilidad para resaltar la importancia de #laspequeñascosas de la vida y escribirlas o fotografiarlas. Sin saberlo, me dejó recordatorios o quizá su energía sigue conmigo en forma de notas para recordarme ¡Ser feliz! Y soñar que lo mejor siempre está por llegar a pesar de los retos y obstáculos pues de eso se trata la vida: de sacar nuestra mejor versión, de crecer, de reinventarse, levantarse y seguir principalmente cuanto el motor de cada día tiene siete años (casi ocho) y te contagia un entusiasmo a prueba de todo.
A manera de colofón: el momento adecuado u oportuno, eso que los cristianos llaman “el tiempo de Dios” se conoce como kairós, concepto filosófico de origen griego que representa el instante preciso en que algo importante sucede y que a diferencia de cronos es de naturaleza cualitativa, fue considerado el hijo menor de Zeus y representaba la oportunidad al traer las cosas en el momento preciso por lo que en el cristianismo se considera como el tiempo necesario para que se cumpla la voluntad de Dios. Segura estoy de que es el momento preciso para retomar el rumbo y ser cada vez más yo, más auténtica, más esencia y menos apariencia. ¡Gracias vida!
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