“El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor.”
– Confucio (551 AC – 478 AC), filósofo chino.
Hace algunas semanas en una charla sobre gramática escuché una frase que llamó mi atención: “el error es la puerta del acierto”. El sentido de la oración es que a menudo tememos a equivocarnos sin considerar que “errar es de humanos”; en contraste, algunos expertos en el tema de la calidad consideran que el error no puede ni debe existir en ningún proceso porque calidad significa “hacerlo bien a la primera” y entonces surge la confusión.
Si equivocarse es de humanos, ¿cuándo alcanzaremos el tan ansiado nivel de calidad en lo que hacemos? Como siempre aclaro, este espacio no trata de disertaciones especializadas sino de reflexiones que podría tener cualquier ciudadano de a pie con cierto sentido crítico, cuyo objetivo es despertar la misma inquietud en quien lo lea. En esta ocasión por mi mente ronda la idea de que se vale equivocarse porque somos personas y no máquinas, pero también estoy convencida de que la calidad es una tarjeta de presentación en casi cualquier ámbito, por lo que puede ser que pretenda comparar dos polos opuestos.
La calidad (del latín qualitas = superioridad o excelencia) es medible a través de indicadores y se aplica para los servicios, los productos, las construcciones, etc. En las organizaciones se implementa como un eje rector, por lo que todos los procesos se apegan a una serie de procedimientos que deben cumplirse al pie de la letra con la finalidad de impedir el error o un producto final carente de calidad. El error (del latín error = acción desacertada o equivocada) es justo lo contrario de la calidad. Se le desprecia en tanto que devalúa a quien lo comete, llevándolo incluso a cumplir una sentencia según el nivel del mismo, pues no es lo mismo equivocarse al ponerse los calcetines por la mañana que extraer un diente equivocado.
Abro el debate porque si errar es de humanos, ¿quién o quiénes o de qué forma es posible evitar cometer un error o ser víctima de uno? ¿Deberíamos disculpar el error ajeno y ser menos severos con los propios o viceversa? La atrevida conclusión de quien escribe (si se me permite) es que el error ha existido, existe y siempre existirá, y ciertamente es una forma de aprender y un reto para ser mejores, quizá en ciertos momentos y procesos de la vida cuyo impacto no involucre a terceros y cuyas consecuencias no sean lamentables o transgredan a alguien más. En cambio, la calidad por definición es inherente y no debe disculparse de ninguna manera su omisión, puesto que la falta de la misma impacta en el resultado final de todo proceso y a terceros; por ejemplo, un auto que no cumple con el estándar de calidad en su manufactura, la producción de un alimento que no es preparado en apego a las normas de higiene y salubridad o un cubrebocas “chafa” que nada protege en contra del temido virus pandémico, entre otros.
Si bien errar es de humanos y podría ser la antesala para convertirnos en mejores personas, la calidad debería estar presente en nuestra cultura como lo aprenden los japoneses y de alguna forma alcanzar el equilibrio puesto que no somos máquinas; así que el error y la calidad también son parte de #laspequeñascosas presentes en nuestra vida para obligarnos a ser mejores en todos los ámbitos aunque me parece que cada día estamos más lejos de la calidad, mientras que el error se ha vuelto el pan de cada día y además se le solapa para evitar exigirnos ser mejores cada día, al fin que ya nadie condena al que se equivoca.
A manera de colofón: Aunque resulte difícil de creer, un funcionario público puede presentarse a su puerta, casi tirarla a golpes y pretender obligarlo a firmar una notificación que no va dirigida a usted ni a ninguno de sus familiares; puede ser también que su patrimonio esté en riesgo, que se violen sus derechos humanos y garantías fundamentales, que un abogado de pacotilla lo estafe cobrando por una diligencia no realizada que tampoco lo ayudará a defenderse ni a esclarecer nada y que simplemente desaparezca sin dar por concluido el caso. Puede ser que todo lo anterior se derive de un “error de dedo”, que se confunda una letra “B” con la letra “D”, que en la confusión usted sienta temor o enojo y que pase muchos días en la incertidumbre por dejar en manos de “expertos” un asunto que usted no está obligado a resolver porque para eso existen cantidad de profesionistas: abogados, médicos, arquitectos, ingenieros, etc. Puede ser que usted sea víctima de un error, de una estafa y de una tranza al mismo tiempo y que la autoridad le diga que no se puede hacer nada hasta que los hechos se consuman y entonces presente la denuncia correspondiente. Puede ser que su madre o su padre, adultos mayores pasen días en angustia temiendo perder lo que les llevó años conseguir. Puede ser que todo esto suceda si alguien se equivoca al redactar un documento oficial y además usted comete el error de caer en las manos equivocadas, porque en este país, el que no transa, no avanza.
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