Seguir el rastro de las pequeñas cosas no es tarea fácil. En este espacio hemos apenas explorado los significados de ciertas palabras que resultan clave para acercarnos a uno de los procesos esenciales para el ser humano: la comunicación.
Así es como hemos seguido el rastro de la ficción, la esperanza, la contemplación, la conexión y de la palabra misma, pero si consideramos que todas ellas son términos con los que apenas alcanzamos a representar lo que percibimos, entonces será que nos encontramos al inicio del camino en tanto que se trata de meros simbolismos y parte del lenguaje que utilizamos cotidianamente.
Por ello, más allá de las palabras y también a partir de ellas es que nos vinculamos con el mundo interno y externo, a pesar de las imprecisiones en el plano de la definición. Sabines nos dijo en su poema “Espero curarme de ti”: “…las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada (…) Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho ‘ya es tarde’ y tú sabías que decía ‘te quiero’.”
Como no creo en las coincidencias sino en las sincronías, mi interés por las pequeñas cosas me ha llevado a textos que abordan la palabra desde diversas aristas: comunicación, lenguaje, psicología y literatura. Todas ellas con notorias coincidencias y con particularidades muy específicas al mismo tiempo, pero que han reforzado mi pensamiento inicial: es en las pequeñas cosas que se haya la esencia humana.
Pensemos, por ejemplo, en el proceso de aprendizaje y el recorrido desde la percepción hasta la cognición o en la creación de una sinfonía que empieza con una nota musical hasta convertirse en una manifestación artística capaz de llegar a las entrañas emocionales de quienes la escuchan; también podríamos pensar en una pequeña mariposa y el efecto de su aleteo o en lo molesto de una mosca volando mientras escribo este texto.
En ese sentido es que me refiero a las pequeñas cosas de la vida. Hace dos semanas, una lectora me compartió por Facebook su experiencia al contemplar el movimiento de las aves que visitan el bebedero instalado en su jardín y que, confiesa, nunca se había detenido a observar. Pues bien, de eso se trata esta colaboración semanal que comparto con los lectores de este espacio: de hacer una pausa y elevar el nivel de conciencia para permitirnos observar todo cuanto nos rodea: las palabras que expresamos, el lenguaje que utilizamos, los colores que elegimos al vestir o decorar nuestro hogar, la razón por la que elegimos diseño y no ingeniería o de por qué disfrutamos una función de cine y no una tarde de jardinería; de cómo hemos librado la batalla en un contexto pandémico y cuáles son los recursos con los que contamos para seguir adelante.
Todo ellos nos dará la pista para identificar nuestro lugar y objetivo en este mundo, le dará sentido a nuestra existencia y no diré que nos aportará felicidad, pero al menos, nos dará la seguridad de que somos congruentes entre lo que pensamos, decimos y hacemos.
En “Informe para una Academia” de Franz Kafka podemos leer: “Hoy solo puedo expresar mis sentimientos de simio con palabras humanas, por eso hago esta observación, pero aunque ya no pueda volver a conectarla con mi antigua condición simiesca, por lo menos sí se asemeja, sin duda alguna, a la descripción que les estoy ofreciendo”.
Voltear la mirada a #laspequeñascosas como acto subversivo y reflexivo, no porque nos encontremos en la antesala de la destrucción humana sino porque puede ser que estemos a un paso de abandonar nuestra esencia y tal vez –y solo tal vez– detenernos un poco en el acelerado túnel de la tecnología nos salve de perder el gozo por todo aquello que nos da la experiencia y que nos vincula con el exterior para enriquecer nuestra existencia.
En el libro El mundo visto a los 80 años, Santiago Ramón y Cajal escribe: “Lo más desagradable del automóvil es el escamoteo del paisaje. La celeridad suprime el encanto de la contemplación”.
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