Las pequeñas cosas: derrumbes

Siempre es conveniente recurrir a la historia para entender el presente y formar un criterio propio. 

27 de septiembre, 2021

El sentido moral es de gran importancia. Cuando desaparece de una nación, toda la estructura social va hacia el derrumbe. 

– Alexis Carrel (1873-1944), biólogo y médico francés.

Los documentos históricos nos cuentan que un día como hoy de hace 200 años se consumaba la Independencia de México: “El 28 de septiembre de 1821, un día después de la entrada del Ejército Trigarante a la capital, se redactaba el acta de Independencia, de conformidad con el Plan de Iguala (…) La Nación Mexicana, que por trescientos años ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido” (México a través de los siglos. T. IV, p. 22). Como siempre digo, dejemos a los especialistas e investigadores que escriban al respecto pero siempre es conveniente recurrir a la historia para entender el presente y formar un criterio propio. 

Hace 200 años liberaron al pueblo de México de la opresión, en un contexto distinto, en una época diferente y gracias a personajes con otro pensamiento; en la actualidad, se viven otros tipos de opresión y de nuevo parece que nos enfrentamos a la falta de libertad de expresión en el sentido amplio de su significado pero esa, es otra historia y solo sirve como referente entre dos puntos de la historia mexicana. 

“Los hombres de todas las tendencias creían que la sola emancipación política resolvería los grandes problemas del país. No se ponderaban los males que la Revolución de Independencia había producido en el orden económico” (Martín Quirarte, Visión Panorámica de la Historia de México. Porrúa. 1994). Rescaté este párrafo por su similitud con la situación que vivimos en nuestros días pero disfrazada de “buena fe” en el actuar de nuestra esfera política a pesar del contexto pandémico y de la visible crisis económica que nos aqueja a todos aunque en diferentes niveles y que no es invisible aunque haya quienes parezcan vivir en el país de “nunca jamás” ( o que se niegan a aceptar su propio derrumbe), porque basta con darse un paseo por los bajos mundos del transporte colectivo para notar el incremento de vendedores ambulantes (incluidos niños de todas las edades, ancianos y discapacitados) y las peripecias que pasan para evitar ser descubiertos por el personal de vigilancia, principalmente los músicos y cantantes (los cuales muchas veces se les nota el profesionalismo y la precariedad en la que han caído). Por ello cabe preguntar: ¿cómo es que “primero los pobres” si son ellos, los más vulnerables, quienes más han resentido los efectos de la pandemia y la carestía? Pero no nos metamos en camisa de 11 varas.

Independencia o pandemia, ambas nos colocan en una situación de derrumbe (acción o efecto de derrumbar del latín *derupāre y éste de rupes = roca) porque algo se derriba, se precipita o se despeña (como en el cerro del Chiquihuite) en lo individual y en lo colectivo, porque no se trata de tener más o menos, de privilegios o desventajas sino de hu-ma-ni-dad que no es poca cosa. Nos derrumbamos no solo por vivir en una cañada mal planeada, también hay derrumbes necesarios como en el caso de construcciones afectadas por los sismos o cuando ya no es posible mantenerse de pie (en lo individual), cuando la existencia deja de tener un sostén, cuando perdemos el sentido de la vida; entonces caemos inevitablemente y es preciso volver a levantarse no encima de lo derrumbado sino en un nuevo proyecto (personal o arquitectónico).

Es posible salir de un derrumbe personal si se tiene la voluntad de recuperar #laspequeñascosas que dan sentido a la existencia pero de un derrumbe como nación cuesta más trabajo recuperarse, principalmente si la moral ha desaparecido del proyecto de nación (como pasa en algunos países) y además se es ciego para ver los efectos de la política aplicada.

“Derrumbe” (Oliverio Girondo):

Me derrumbé, caía entre astillas y huesos, entre llantos de arena y aguaceros de vidrio, cuando oí que gritaban: “¡Abajo!” “¡Más abajo!” y seguía cayendo, dando vueltas y vueltas, entre ásperas cenizas y gritos mutilados, “¡Abajo!” “¡Más abajo!” en espiral, rodando, envuelto en lo derruido, en turbios remolinos de trozos y fragmentos, de esquirlas, de gemidos, “¡Abajo!” “¡Más abajo!” entre escombros y ruinas ululantes, informes, a través de la asfixia, del horror, del misterio, más allá del aliento, de la luz, del recuerdo. 

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