La ciudad de México-Tenochtitlán, la Muy Noble, Insigne, Muy Leal e Imperial Ciudad de México, el Distrito Federal, la capital de la República, la ciudad de los palacios, la región más transparente, la ciudad de la esperanza y actualmente, la capital de la transformación así nombrada por el gobierno en turno es y ha sido testigo de numerosos acontecimientos históricos; el más reciente, el homicidio de dos funcionarios estratégicos para la actual jefa de gobierno en la ciudad, ocurrido el pasado 20 de mayo.
El asunto va más allá de la “normalidad” con que se mira la violencia en el cotidiano de la vida, hoy más que nunca se hace necesaria una reflexión que vaya más a lo profundo para destacar que se trata de la humanidad muriendo a manos de la humanidad; es decir, como hienas. Y nadie está trabajando en soluciones tangibles al respecto. ¿A quién le conviene este estilo de vida salvaje?
El móvil del crimen, el autor intelectual, los ejecutores, el mensaje detrás del suceso e incluso, la detención y posterior penitencia son importantes en tanto cabos que deben atarse para la impartición de justicia; sin embargo, no cambian lo ocurrido, no ayudan a resarcir la pérdida y más aún, no evitarán que ocurran acontecimientos similares.
No se trata aquí de discernir lo político sino de poner el dedo en el renglón de la alucinante realidad en que vivimos hace tiempo y en donde la esfera política no tiene nada qué ver porque el día a día ocurre entre ciudadanos de a pie que se encuentran lejos, muy lejos de la transformación.
Resulta preocupante notar cada vez más división, más inseguridad, más violencia (real y ficticia), más indiferencia, más apatía, más ignorancia. Más comportamiento salvaje y menos calidad y calidez humanas. Dos personas, una mañana cualquiera, en un punto cualquiera de la gran ciudad, a una hora común para quienes trabajan, fueron asesinados a plena luz del día en su auto. Dos personas como los jóvenes fotógrafos que murieron durante la celebración de un concierto, como los pasajeros que cayeron del tren que descarriló en una ruta del metro, como los que perecieron durante el sismo del 2017, como los que mueren a diario en el otro lado del mundo a causa de la guerra.
Puede que seamos una especie en peligro de extinción y no por el ataque de zombis o la invasión extraterrestre o la insurrección de los robots o el fin del planeta sino por no tener la capacidad para garantizar, defender, prevenir ni evitar que más personas sigan muriendo porque al parecer, los muertos no votan y por eso a nadie le importa. Así que, la vida sigue su curso. ¡Nos leemos a la próxima!
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