De acuerdo con la psicología, los humanos nos vamos haciendo de ciertas “costumbres” – pequeños “hábitos”– con los cuales enfrentamos el estrés, así como los estragos, de nuestras vidas. Muchas veces –al menos, así lo entiendo– tales acciones se van formando inintencionadamente; es decir, simplemente surgen porque, al momento de hacerlos, nos van causando un placer peculiar. No lo razonamos, simplemente lo gozamos. Ahora bien, dichos hábitos pueden ir derivándose en conductas más o menos positivas o bien, negativas. Aquí es cuando entramos en el terreno de las “manías” –donde sus signos principales “la euforia y agitación”1–. Tales ya son hábitos desordenados que, en lugar de propiciar conductas adecuadas –sanas–, nos provocan desviaciones conflictivas –como el trastorno de obsesión compulsivo–.
Sin embargo, no todas estas acciones caen en manías. Como argumenta la famosa bailarina Twyla Tharp, hay ciertos hábitos que se convierten en “rituales”, es decir, posibilitadores con los cuales podemos explorar nuestra creatividad, trabajar más concentrados o, sencillamente, propiciar una sensación de paz y control: “This, more than anything else, is what rituals of preparation give us: They arm us with confidence and self-reliance”2. Tales pequeños “rituales” son más comunes de lo que uno piensa. Confieso uno que tengo. No puedo empezar a escribir –artículos, columnas, cuentos, etc.– si no me encuentro en un espacio “ordenado”. Ojo, no es que tenga que estar prístinamente arreglado. Simplemente me debo sentir en un lugar que no se encuentre en un completo caos. Me parece que algún trasfondo psicológico hay detrás, ya que, mientras voy organizando mi alrededor, voy clarificando mis ideas, lo cual me da una sensación de relajación. Sin duda, tales acciones me dan una cierta euforia, pero no dependo de tal “ritual” para escribir pues ya que, si así lo demanda la situación, puedo escribir hasta en los lugares más insólitos como el camión o mientras camino por la calle.
Te puede interesar:
Universalismo y Multiculturalismo
Otra de estas acciones es el gusto por comprar libros. Contrario a lo que algunos pensarían, no se trata de una adicción –aunque sí representa una cierta euforia–. No es tampoco una compulsión. Se trata, más bien, como una pequeña autorrecompensa –incluso, el sólo estar en una librería y hojear los títulos puestos a la vista es gratificación suficiente– de atravesar las tensiones naturales de la vida. De nuevo, pese a que muchos han dicho que es comparable con una adicción, están – por supuesto– muy equivocados. Una adicción se alimenta de la rápida gratificación de la breve posesión del artículo en cuestión. Tal ciclo se repetirá hasta el grado que la persona pierda toda autodeterminación. Distinto de lo que experimento con los libros. Pues nunca me he quedado en deuda por estar comprando demasiados libros, ni ha afectado mis relaciones personales ni profesionales. Más bien, este “ritual” se ha ido traduciendo en una amplitud de horizonte existencial. El lector se preguntará, “¿para qué tener tantos libros que no alcanzará a leer?” Sencillo. La sola posibilidad de ojear tantos conocimientos al alcance de los dedos es una inversión a futuro. Cada día compruebo este hecho. Mientras más escribo, más enseño o más me pongo a realizar estrategias de comunicación, recurro a mi biblioteca como auxiliar en todos los ámbitos de mi vida. Sea una frase de Quevedo que me invite a la introspección, una cita de Zimbardo acerca del “heroísmo banal” o un fragmento de san Agustín que me recuerde el valor de imprimirle sentido a la vida, estoy constantemente guiado por grandes maestros y maestras que me enseñan un aspecto más de la existencia. Son una fuente inagotable de acompañamiento y orientación. Además, representan una mejora constante al permitirme cultivar mi afición por la escritura, la cual es un auténtico gusto y una de las mejores habilidades que poseo.
Es de sabios recordar que no todo en la vida se ha de traducir en un rendimiento económico/práctico. Al contrario, argumentaría que las mejores experiencias no se agotan en algo material, sino en algo trascendental. Una relación amorosa no se centra en una cantidad de viajes, ni de regalos o lujos, sino en cómo se acompañan ambas personas durante el viaje que es la vida. Lo mismo pienso de los pasatiempos. He aquí el objetivo central de este escrito. Uno no dibuja porque necesariamente se vea a sí mismo como el próximo Dalí, ni practica deporte porque se ve a futuro como el nuevo Pelé. Practicamos todos estos hábitos no como una manía, sino como un espacio para experimentar más dimensiones de nuestra existencia. Y todos los rituales que acomodamos alrededor de nuestros pasatiempos, nos permiten “armonizarnos” para preparar nuestra alma y mente para disfrutar de una actividad que nos hace más humanos. Claramente me refiero a pasatiempos que nos impulsen a cultivar un ejercicio positivo, como la lectura, la expresión artística o el mejoramiento físico. Toda actividad que nos distraiga de la realidad sin que nos empuje a ser más humanos –en el sentido que argumenta Alasdair MacIntyre del “florecimiento humano” en tanto el alcance de aquellos bienes que permiten el mejor desarrollo humano3– sí podría derivar en manías u obsesiones.
Al final, me parece que existen tantas dimensiones de acción en la vida humana que no se ha de limitar a sólo unas cuantas. El trabajo y las relaciones son aspectos importantes, pero también lo es el desarrollo de la interioridad personal. Así, los auténticos pasatiempos nos permiten cultivar esos gozos irremplazables que fomentan un adecuado desarrollo individual. Mientras más los cosechamos, más recompensas de autoconocimiento y alegría nos estaremos regalando.
1 Doron, Roland y Parot Françoise, Diccionario Akal de Psicología, trad. de Bernadette Juliette Fabregoul y Agustín Arbesú Castañón, (Madrid: Akal, 2008).
2Tharp, Twyla, The creative habit. Learn it and use it for life, (NY: Simon & Schuster, 2006), p. 20. “Esto, más que nada, es para lo que nos preparan los rituales: nos arman con confianza y autosuficiencia” (traducción mía).
3 “El juicio acerca de la mejor manera de ordenar los bienes en la vida de un individuo o una comunidad ilustra el tercer modo de atribuir bondad, mediante el que se juzga incondicionalmente lo que es mejor ser, hacer o tener para un individuo o un grupo, no sólo qua agentes que participan en una u otra actividades en uno u otro rol o roles, sino también qua seres humanos. Éstos son juicios sobre el florecimiento humano”. MacIntyre, Alasdair, Animales racionales y dependientes, trad. de Beatriz Martínez de Mugía, (España: Paidós, 2016) p. 85.
Te puede interesar:
Por unas candidaturas traicionaron a Osorio
Amada menopausia, un dos tres por mí y por todas mis amigas
La menopausia no es una enfermedad, es una condición y así como a las embarazadas se les trata con...
noviembre 19, 2024El secreto mejor guardado para ser feliz
Una fórmula que le dará nueva dirección a tu vida.
noviembre 14, 2024Sobreviviendo
La adversidad es la mejor escuela… los héroes solo se forjan bajo el manto de una gran lucha.
noviembre 8, 2024Cuatro formas de asegurar la felicidad
¡Hola! Bienvenido a este espacio pensado especialmente para ti. Hoy te hablo de un tema que a todos interesa,...
octubre 31, 2024