En abril del año 2020, nuestro grupo de amigos y familiares tuvimos nuestra última llamada para los próximos festejos, con la promesa de volver a vernos al término de la pandemia cuando se decía que ésta duraría 15 a 20 días en nuestro país y que todo estaba controlado.
Decidí junto con mi familia pasar esta tragedia en la casa de campo, aprovechando que no habría escuela ni trabajo. Todo pintaba como unas vacaciones imprevistas; sin embargo, las cosas cada día se ponían de color gris. El encierro nos llenaba de ansiedad y estrés, los espacios habitacionales por más grandes que fueran parecían reducirse como si las paredes día a día se juntaran unas con otras; el contacto con nuestros seres queridos solo era por redes sociales o llamadas telefónicas… pero nunca pensamos que esas llamadas se fueran reduciendo por los decesos de los parientes y conocidos.
La vida que en un principio parecía de colores, tomaba un tono monocromático donde el color negro dominaba. Los mensajes en el teléfono se llenaban de esperanzas de vida y condolencias, pero el chat decía adiós a nuestros seres queridos, los planes quedaban como una promesa sin fecha de vencimiento: citas que no se cumplieron, festejos que se pospusieron.
El sentimiento de incertidumbre crece cada vez más y con más fuerza, obligándonos a aprender a vivir con nosotros mismo y los más cercanos. Llevamos año y medio de pandemia y no podemos juntarnos por seguridad de no contagiarnos.
Ese pariente, aquel amigo que solía visitarnos y estar en las reuniones, ya no está. Se fue para no regresar. Ese abrazo afectuoso que no pude dar ni recibir, quedará en el limbo.
Todo se pintó de gris. No hay más colores: el negro se apoderó del presente, avanzó como si estuviera en un puente sobre aguas turbulentas, donde no puedo detenerme porque es inestable. Pero al frente puedo ver el final, lo que tengo que hacer es no frenar, llevar paso firme sin desistir, mirar el objetivo sin voltear atrás, recordando de dónde vine y quien soy, sin olvidar a los que me amaron y agradeciendo el seguir aquí y ser paciente para dar ese abrazo que no se cumplió a quiénes seguimos en la vida.
Me pregunto quién soy. Soy testigo de lo que ha pasado hasta el día de hoy, sobreviviente de los hechos; he vivido la fuerza de la enfermedad que me confrontó con la realidad y que me mostró el rostro de la muerte; he vivido la dureza de ver partir a los amados, pero con la fortaleza de seguir con los que me necesitan y también me aman. Simplemente estoy en la oportunidad de vivir y de hacerlo de la mejor manera, dejando un legado de vida, no de muerte, porque soy actor en esta tragedia y estar vivo es parte del protagonismo.
Y me gustaría cerrar este escrito citando estas palabras de un cantautor “gracias a la vida que me ha dado tanto”, agradecido por enseñarme a valorar a las personas aun en la peores tempestades, y hacer de la adversidad una ventaja una oportunidad para mejorar.
Ese abrazo que no te di me enseñó lo que vales y no supe atesorar, pero también me enseñó a valorar a los que sí están aquí esperando a que pase la tempestad para recibir ese abrazo que no se ha consumado.
“ESTA ES LA NATURALEZA DE MI SER”.
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