8 de marzo: ¿cómo lo conmemoramos?
En 1975 cursaba yo el tercer año de la carrera de Medicina, y el 8 de marzo era un día muy importante: cumpleaños de mi mejor amiga que, para mi buena fortuna, lo sigue siendo hasta ahora. Por vez primera celebrarían en la facultad el Día Internacional de la Mujer, que acababa de decretar la ONU. Sin mucho por escarbar, celebré por partida doble: el cumpleaños de mi mejor amiga y el Día de la Mujer. Ya más adelante, al investigar, me topé con una realidad que indicaba que no era una fecha precisamente para hacer fiesta. El Día Internacional de la Mujer tenía un origen trágico que todos estamos en obligación de conocer.
Remontándonos en tiempo, a los antecedentes de lo que voy a relatar, hay un personaje que me resulta glorioso, a pesar de que tuvo un final terrible en la guillotina y, para acabarla de torcer, con el desconocimiento público de su hijo único. Se trata de Olympe de Gouges, una activista francesa que tuvo la valentía —estamos hablando de finales del siglo XVIII— de hacer pública lo que ella llamó la “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana”, como réplica a la recién promulgada “Declaración de los derechos del hombre”, producto final de la Revolución, con lo que Europa transitó del Medioevo a la Edad Contemporánea. Ejecutaron a Olympe a finales del siglo XVIII, y los siguientes 100 años poco ocurrió con la defensa de la mujer, si acaso brotes aislados en demanda de mejores condiciones laborales para trabajadores de ambos sexos y de todas edades.
En el caso de los derechos de la mujer hubo una marcha importante el 8 de marzo de 1857 en Nueva York, por parte de las trabajadoras de la industria textil para exigir mejores condiciones de trabajo. A partir de ello se integró el primer sindicato de trabajadoras textiles en Norteamérica. Y hacia 1908 se organizó una movilización histórica de 15 000 mujeres para exigir seguridad personal y económica, bajo el lema de “Pan y rosas”. Así llegamos a marzo de 1911, en un suburbio de Nueva York: En los últimos tres pisos de un edificio de 10 se asentaba la fábrica de blusas femeninas denominada “Triangle Shirtwaist Factory”. En ella laboraban ese día 600 trabajadores, en su gran mayoría mujeres, entre 14 y 43 años, fundamentalmente inmigrantes indocumentadas, sin dominio de la lengua inglesa. Cubrían horarios laborales, entre semana de 12 horas y el fin de semana de siete horas. Los salarios rondaban a lo que hoy en día correspondería a un promedio de tres a seis dólares por hora. Los dueños de la compañía eran unos señores de apellidos Blanck y Harris quienes, según veremos más adelante, cuidaban por encima de todo su dinero. Las condiciones del área física tenían grandes fallas de seguridad: no contaban con el número de extinguidores requerido; de los cuatro elevadores que conducían a esos pisos, solo uno funcionaba debidamente; de las dos escaleras internas, una estaba clausurada, para evitar robos. La escalera exterior para incendios era demasiado angosta. Las autoridades ya habían señalado la necesidad de mejorar las condiciones de seguridad, pero los dueños hicieron caso omiso. Los trabajadores organizaron una huelga en demanda de mejores condiciones, misma que los patrones consiguieron abortar, con apoyo de la policía local.
Así llegamos al 25 de marzo de 1911, cuando se inició un incendio en una de las áreas de producción. Alguno de los supervisores intentó sofocarlo con una manguera de agua, misma que se torció, bloqueando el flujo del líquido, haciendo que la presión de la parte proximal de la manguera llevara a que ésta se desprendiera de su base, la cual se hallaba oxidada por falta de mantenimiento. Llegaron los bomberos; la escalerilla de su máquina alcanzaba hasta el séptimo piso, uno por debajo del siniestrado. A un mismo tiempo los bomberos desplegaron una red, instando a las mujeres a lanzarse a ella; a la primera de cambios se lanzaron tres obreras a la vez, rompiéndola. Las trabajadoras buscaban escapar por la única escalera interna útil, formando una avalancha en su precipitación, a su vez las que intentaron bajar por el elevador eran tantas, que la caja se desprendió y cayó por el cubo. Algunas más intentaron por la escalera para incendio, misma que para ese momento, por efecto de las altas temperaturas comenzó a desprenderse del muro. Ya en su desesperación, las últimas intentaron salvarse del fuego lanzándose al vacío, ya por el cubo del elevador, ya por las ventanas a la calle. De todo el personal en aquellos pisos, solo unos cuantos salieron ilesos. La cuenta siniestra fue de 123 mujeres y 23 hombres fallecidos, algunos quemados, otros aplastados, politraumatizados por la caída o asfixiados por gases. Los dueños, Blanck y Harris y unos cuantos trabajadores, escaparon por la azotea de su edificio al edificio adjunto. A la compañía le fue fijada una multa de 20 dólares por cada trabajador herido o muerto, monto que pagaron sin problema, pues la aseguradora los indemnizó con 400 dólares por cada evento.
Ese terrible episodio en la historia norteamericana llevó a instituir el Día Internacional de la Mujer por parte de la ONU. Para 1948, cuando se funda la Organización al término de la Segunda Guerra Mundial, las condiciones laborales habían mejorado en el mundo, pero es hasta 1975 cuando la fecha se oficializa. Dato curioso, en los EEUU se reconoce la fecha casi 20 años después, hasta 1994, cuando el “edificio café”, nombre con el que era conocido el inmueble siniestrado, se modificó para levantar un memorial para recordar los sucesos. Existen todavía muchas asignaturas pendientes, pero eso sí, cada 8 de marzo, cuando a las mujeres nos quieran “felicitar” por nuestro día, invitemos a la reflexión, a honrar la memoria de quienes perdieron la vida en la lucha por mejores condiciones laborales para nosotras.
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