Para los jóvenes de este tiempo, “¡2 de octubre, no se olvida!” solo es un buen lema de marcha, carente de real significado, así como un buen motivo para alborotar y manifestar las eternas inconformidades con el grupo en el poder. Personas, partidos, colores, emblemas, etc. han ido y venido, pero las necesidades continúan sin satisfacción y el lema sigue explotando la ignorancia casi completa de los marchistas que difícilmente tienen idea de lo que se vivió.
Lo que en su momento representaba el delito de disolución social, hoy lo son las demandas femeninas. En 50 años no hemos cambiado los métodos, las instituciones no son capaces de suplir las manifestaciones con espacios de diálogo, debate, de raciocinio, análisis, estudio y decisiones informadas que terminen en leyes justas aplicables y respetadas que nos traigan mejoría en la vida cotidiana con consenso general.
En ese tiempo estudiaba en la Facultad de Comercio de la UNAM y trabajaba en la administración de una naciente agencia noticiosa ubicada en el Paseo de la Reforma a una cuadra del monumento a Moctezuma. El ambiente dominante en la ciudad estaba centrado en los Juegos Olímpicos cuya inauguración estaba programada para el 12 de octubre. Esta competencia se enturbiaba con las noticias de las broncas estudiantiles iniciadas con un pleito entre la Preparatoria Isaac Ochoterena y la Vocacional 4 del IPN, broncas normales que inexplicablemente fueron creciendo por apoyos externos que, se rumoraba, eran dirigidos desde el extranjero y que en vez de buscar soluciones querían sembrar el caos y desestabilizar el gobierno, cosa que en la escuela, por completo apolítica, tomábamos con poca seriedad.
Hubo quien me hizo llegar una publicación que despertó en mí alguna preocupación. Ahí se documentaba con fotografías los campos de entrenamiento guerrillero de los movimientos de izquierda, incluyendo capacitación con armas de alto poder y entrenamiento especial en Corea del Norte para tiro de precisión.
En esas estábamos cuando se citó al mitin de Tlatelolco. Yo ni me enteré, pero tuve compañeros que asistieron más para hacer bola y tener algo que hacer con la novia en esa tarde, ajenos de pretensiones políticas y quienes desmentían las versiones de masacre a cargo del ejército. Dos participantes me dijeron que los soldados facilitaron su escape del tiroteo, uno de ellos cayó en una zanja con su novia, protegiéndola con su cuerpo y escuchando el zumbido de las balas pasar por encima de ellos, saliendo a gatas un rato después de acabado el tiroteo.
Me enteré que el primer caído en la explanada de las Tres Culturas fue el General Hernández Toledo. Murió en la escalera de ascenso al patio por una bala que le atravesó longitudinalmente entrando cerca del cuello y saliendo casi por el recto. La trayectoria de la bala indicaba, sin lugar a dudas, que fue disparada desde la azotea del Edificio Chihuahua y no desde la planta baja o uno de los entrepisos. Alguien perfectamente entrenado habría jalado el gatillo.
El maremágnum informativo extraoficial hacía que cafeterías, radio-pasillos, conferencias, toda clase de corrillos nos hicieran llegar comentarios, testimonios y rumores de las más variadas índoles. Las conversaciones en la Agencia noticiosa eran con mayor fondo y mejor información. Ahí me enteré del escuadrón Olimpia, los policías con guante blanco, las diferentes fuerzas que contribuyeron a la masacre, dirigidas sin coordinación por diferentes políticos que buscaban colgarse la medalla de haber frenado el movimiento estudiantil y con eso aspirar a una mejor posición política en las siguientes elecciones, destacando como los mas mencionados el secretario de Gobernación Luis Echeverría y el General Alfonso Corona del Rosal, entonces jefe del Departamento del Distrito Federal.
Se exageró el número de muertos y se extendió el rumor de que el ejército había sido el culpable. La disciplina militar impidió su defensa en medios y tuvieron que pasar años para que se viera el filme de la acción de la plaza de la Tres Culturas que confirmaba lo que ya sabía: las balas asesinas cayeron desde las alturas y los soldados buscaban la protección de los jóvenes y disparaban en su defensa.
En los muros de la Facultad, impolutos desde su inauguración, apareció el primer grafiti con un nombre y número de cuenta con la leyenda MURIÓ POR LA PATRIA. El ambiente se tensó, la politización inminente no nos movió a participar, pero sí a cooperar generosamente al máximo de nuestras estudiantiles posibilidades con aquellos que tenían tiempo y ganas de participar. Dirigentes de la facultad se integraron al Consejo de Huelga, los rumores crecían denunciando la posible toma de la Universidad por el Ejército. el Señor rector, Javier Barros Sierra participó en la procesión del silencio, manifestación solemne de luto, respeto y demanda; muchachas valientes con uniforme escolar encabezaron esa procesión y nos unimos despertando conciencia de clase y modificando el consenso nacional hacia el cambio constitucional, pero no en pro de gobierno diferente, mucho menos de izquierda.
Se concertó una tregua y la paz llegó a tiempo de celebrar los Juegos Olímpicos. El ambiente demostró que no toda la juventud participaba de las ideas golpistas, ya que sin jóvenes no se hubiera celebrado el evento que sorprendió al mundo con su organización y la hermandad mundial que se expresó en una clausura festiva y ejemplar.
La información manipulada dejó en el inconsciente colectivo como culpables de la masacre inmisericorde al Ejército y al presidente Díaz Ordaz quienes, según mi opinión, cumplieron su deber conforme las circunstancias de su tiempo, unos guardando silencio y don Gustavo aceptando con ejemplar hombría la responsabilidad de lo sucedido durante su mandato. En su última entrevista dejó traslucir la información recibida en su momento y que alarmaba la independencia y libertad de nuestro país y justificaba su actuación.
Hoy sigo elevando una oración por los mártires de Tlatelolco y con tristeza veo la manipulación que de su actuación hacen dándole usos vergonzosos. Espero que honremos su memoria buscando la paz y unidad que buscaron en la lucha por lo que ellos consideraban mejor. Espero que dejemos la polarización y nos demos cuenta de que los que aparentemente están en el otro lado de la discusión también están en búsqueda de lo que es mejor para el país y esto solo lo conseguiremos dialogando, sin fanatismos, buscando la parte de verdad que hay en el otro y exponiendo claramente lo que nosotros consideramos.
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