Un pueblo mal educado está condenado al fracaso. En este sentido, se debe reconocer que la descomposición evidente de nuestro tejido social encuentra una de sus principales explicaciones causales en la problemática profunda de nuestro sistema educativo.
El Emperador Marco Aurelio escribió, en sus famosas “Meditaciones”, que a los hombres si no los educas los padeces. Fuerte expresión, pero es verdad. La buena educación es el fundamento de una buena vida cívica tanto como lo es para la prosperidad y el desarrollo económico. Por esto es que la educación debe ser integral, en buena medida siguiendo el ideal de la paideia de la Grecia clásica: formar al mejor tipo de ser humano posible, en los diversos órdenes en que se despliega la naturaleza humana. Y por esto, también, es cierto que no se debe educar solamente para el desarrollo de competencias útiles para la generación de valor económico, aunque si no hay eso, no se tiene nada más.
Señalar que nuestro sistema educativo tiene grandes áreas de oportunidad es un eufemismo. La verdad es que es un desastre porque fracasa, rotundamente, tanto en la formación de competencias tanto cívico-éticas, como estéticas, atléticas y cognitivas. Un pueblo mal educado está condenado al fracaso. En este sentido, se debe reconocer que la descomposición evidente de nuestro tejido social encuentra una de sus principales explicaciones causales en la problemática profunda de nuestro sistema educativo y, desde ahí, lo que se puede anticipar hoy no es nada esperanzador.
En particular, nunca será demasiado alzar la voz ante la gravedad de los resultados recién publicados que arrojó la prueba PISA aplicada el año pasado a estudiantes mexicanos de entre 15 y 16 años, que están terminando su ciclo escolar medio supuestamente obligatorio. Las notas de prensa y comentarios de muchos analistas han puesto el foco en la disminución de los índices generales obtenidos por dichos estudiantes en Matemáticas, Ciencias y comprensión lectora en los últimos 5 años, donde por ejemplo en Matemáticas, retrocedimos de 409 a 395 entre la evaluación del 2017 y la realizada en 2022. Ante ello, los funcionarios de la SEP han argumentado que la disminución del puntaje de los alumnos fue generalizada en todo el mundo a raíz del efecto de la pandemia. Sin embargo, lo que es preciso destacar es que, en la competencia económica de nuestra aldea global, no es lo mismo caer de 478 a 465, como pasó con Estados Unidos, nuestro principal socio comercial; de 515 a 508 como en Suiza, o de 417 a 412 como en Chile, que caer a 395 que es nuestro caso. En esto los números absolutos sí cuentan. Tampoco dicen que, en este periodo, con todo y pandemia, hubo varios países que continuaron subiendo su puntaje, como Arabia Saudita, República Dominicana, Filipinas y otros países asiáticos (Singapur, Corea del Sur o Japón).
Más allá del énfasis que la mayoría de los analistas han puesto en la disminución de los índices generales, lo más relevante sin embargo de estos resultados, es lo siguiente: En nuestro país, dos de cada tres estudiantes que terminan la secundaria son incapaces de aplicar el razonamiento matemático a la comprensión y resolución de problemas simples de la vida cotidiana (plantear “una regla de tres”, calcular porcentajes o los costos totales de una operación comercial; estimar los volúmenes de dos cuerpos para efectos comparativos o razonar el área de un predio o comprender lógicamente un problema). En la parte de comprensión de lectura, uno de cada dos (47%) es incapaz de identificar las ideas principales en un texto sencillo, de conectar argumentos complementarios o elaborar un argumento que involucre varias ideas interconectadas (en su propio idioma por supuesto, ya no digamos en otro). Y en la sección de Ciencia, también la mitad de los estudiantes (51%) es incapaz de aplicar el razonamiento científico para distinguir entre un razonamiento válido aplicando el método científico y otro que no lo es y cae en la pseudociencia o en la “postverdad”; hacer predicciones científicamente aceptables o plantear un problema de investigación para ampliar el conocimiento en un área determinada.
Las implicaciones de estos resultados debemos considerarlas alarmantes, porque nos condenan a ser un país de mano de obra barata, maquilador, de obreros ensambladores, campesinos pobres, vendedores informales o delincuentes. No olvidemos que vivimos en la llamada “sociedad del conocimiento”, en que el principal medio para la generación de valor económico ya no es ni la tierra ni el capital sino la capacidad intelectual de las personas para adaptarse e innovar en este mundo, altamente tecnificado y globalmente interconectado, que ha sido caracterizado como volátil, incierto, complejo y ambiguo (VICA). En este mundo VICA, las competencias más relevantes para el capital humano son la capacidad para generar y aplicar conocimientos científico-técnicos y la de reconocer, analizar y resolver problemas complejos en el marco de un pensamiento crítico-adaptativo, que es, precisamente, lo que solicitan las empresas que ofrecen empleos aceptablemente bien remunerados. En contraste, muchos de los otros empleos que hoy se ofrecen en el mercado laboral de bajas competencias cognitivas-intelectuales y de bajos salarios es esperable que desaparezcan en los próximos años, desplazados por sistemas automatizados basados en la robótica y la inteligencia artificial.
En el otro extremo de los resultados de PISA, el porcentaje de estudiantes mexicanos que alcanzaron una calificación superior en la prueba es pequeñísimo en comparación con la media de los países evaluados. En este sentido, el número de estudiantes que alcanzan los niveles máximos de calificación según la media de la OCDE es, en cifras gruesas, uno de cada 10 (el 10%), pero en México es, en Ciencias, apenas ¡uno de cada 1,000! (0.1%) y 2 de cada 1,000 en Matemáticas, lo que implica que estaremos carentes de talento aún entre las élites intelectuales o científicas en las próximas décadas, como se aprecia en la siguiente tabla, en que muestro la media de la OCDE en comparación con Chile y México:
Frente a este muy preocupante panorama, aún más aterradoras resultan las declaraciones del Presidente de la República y de su candidata para darle continuidad a su desastroso gobierno. Así, el Presidente ninguneó los resultados de PISA por considerarla “una prueba neoliberal” y la Dra. Claudia también los menospreció porque, dijo, prácticamente en todos los países del mundo hubo un retroceso debido a la pandemia y porque esta prueba no tiene en cuenta factores culturales (¡como si la falta de razonamiento matemático o la incapacidad para comprender un texto en su propio idioma se pudieran justificar según el lugar de procedencia de los jóvenes! -¡Además, resulta que también son racistas!-). Es de suponer que ambos le apuestan a la llamada Nueva Escuela Mexicana que, por si fuera poco, reduce notablemente la formación en matemáticas, ciencias e historia y con la cual, sin duda alguna, la catástrofe educativa nacional empeorará significativamente.
¿Con qué derecho este régimen de irresponsables decide cancelar el futuro de los niños y jóvenes de México? ¿Cómo resolver un problema si empezamos por no reconocer su existencia? “Si aquí todos estamos bien”, como ya en Acapulco después de Otis.
Cosa de comparar con la reacción de la candidata opositora, Xóchitl Gálvez quien, reconociendo la gravedad de estos resultados, no para de hablar, cada vez que puede, de la urgencia estratégica de apostarle a una revolución educativa (con la activa participación de los maestros -a diferencia de la llamada reforma educativa de Peña Nieto-) en que se fortalezca, con todos los medios posibles, la enseñanza de matemáticas, ciencia, tecnología e inglés, así como desarrollar competencias de emprendimiento, porque esa es la única manera de resolver la pobreza estructural, crear empleos bien remunerados y cerrar la brecha de desigualdad social. Nomás con este asunto queda claro por quién votar y por quién no.
X: @AdrianRdeCh
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