¿Por qué pensamos como pensamos?

Para interpretar el mundo no basta la razón. Los sentidos, sentimientos, intuiciones y emociones también juegan un papel primordial en nuestra percepción de la realidad y forma de pensar.

10 de diciembre, 2021

Ante cada situación que afrontamos, los seres humanos experimentamos el momento desde distintos estratos de presencia (sensorial, emocional, sentimental, intuitivo, racional) y cada uno de ellos nos da información fundamental acerca de nuestra experiencia de vivir, aunque casi siempre los ignoramos, rechazando conocimiento muy valioso acerca de lo que nos pasa, convencidos de que la existencia se gestiona exclusivamente a partir de nuestro pensamiento racional. 

En el segundo episodio del podcast “Más allá de lo evidente”, el tema que abordamos fue: ¿Por qué pensamos como pensamos? Pero, ¿a qué se refiere esta pregunta tan abierta?1

No pretendo meterme en los terrenos de la neurociencia o del neuromarketing, que han alcanzado niveles de especialización sorprendentes acerca de lo que ocurre con nuestro cerebro ante cada estímulo que recibimos. Tampoco pretendo ponerme esotérico hablando de dimensiones subjetivas de nuestro ser. El punto, de la manera más simple que se me ocurre, consiste en hablar de la experiencia de estar vivos y la manera, no siempre demasiado plena en cómo lo experimentamos.

Déjame plantearlo así: ante cada acontecimiento los seres humanos poseemos diferentes niveles o estratos de presencia que están constituidos por nuestros sentidos físicos que nos permiten percibir la realidad externa. Estamos equipados también con una amplia gama de emociones que nos ayudan a categorizar cada experiencia. Poseemos sentimientos que se forman a partir de los vínculos sostenidos con situaciones o personas, que interpretamos como emociones complejas que, lejos de cambiar constantemente como ocurre con nuestros estados de ánimo, suelen perdurar convirtiéndose en la piedra Rosetta de nuestras relaciones interpersonales. Podemos acceder también a la intuición, que podríamos definir como patrones internos de decisión que escapan a la racionalidad humana, pero que sin duda, aun sin tener claro por qué, nos llevan a inclinarnos hacia una acción en vez de otra. 

Nos mueve la enorme alforja llena de creencias que podemos llamar también “representaciones del mundo”; se trata de memorias y conclusiones de lo que pensamos acerca de las cosas. Todos tenemos una imagen mental del amor, de la amistad, del trabajo y así, conclusiones predeterminadas acerca de cada aspecto de la vida, que si bien no tenemos claro de donde vinieron o cómo llegaron a instalarse de ese modo, lo cierto es que cada una de esas definiciones a priori –que también podemos llamar prejuicios– son determinantes para saber cómo entendemos nuestra experiencia de estar vivos. 

Y por supuesto tenemos la capacidad de razonar, de fundamentar, de articular deducciones y análisis, ver pros y contras de cada situación y, aparentemente, decidir en consecuencia. El asunto es que todos los estratos anteriores, que no siempre tenemos presentes y que poco o ningún control tenemos sobre ellos, actúan de forma conjunta y simultánea, cada uno desde su nivel, desde su propio efecto sobre nuestra experiencia en cada evento que vivimos e influyen de manera determinante en cada decisión que tomamos. 

Cada uno de esos estratos “piensa” a su manera y generalmente actúa sin que nuestra razón los controle. Cada uno de esos niveles de percepción posee desde su ámbito –y de hecho manifiesta– una gran cantidad de información bajo su propio código y no siempre es fácil traducirla al ”lenguaje” de las demás y mucho menos articular todos esos estratos en una sola experiencia coherente y consciente. Lo ideal sería poder reconocer cada uno de ellos para diferenciarlo primero y después integrarlo a nuestra experiencia consciente y decidir desde ahí.  

Hay que ser cuidadosos al racionalizar el cuerpo o las emociones para que traduzcan lo más fielmente posible lo que dice la fuente original y no lo que la razón quiere o supone que nos quieren decir. 

Muchas veces sobrevaloramos la razón y tratamos de encontrar respuesta a todo “pensando”, pero quizá hay momentos en que es más útil aceptar lo que nos dicen los demás estratos de nuestra presencia, ya sea desde el ámbito sensorial, emocional, sentimental o intuitivo. 

Y no se trata de nada nuevo, sino de tomar consciencia de lo que ya nos ocurre. De hecho, la gente de neuromaketing lo sabe bien y lo aprovecha al máximo diseñando complejas estrategias con el propósito de venderle a nuestras emociones, que nos hacen reaccionar y luego, haciéndonos creer que hemos decidido desde nuestra racionalidad. 

En las grandes decisiones existenciales (tomar o no un trabajo, formar una pareja, cambiar de lugar de residencia) tendríamos que buscar implicar cada uno de esos niveles, porque sería la manera más completa de tener un panorama más amplio y profundo de lo que de verdad pensamos acerca de una situación dada. 

Por ejemplo: un individuo se enamora. Una vez que esto ocurrió y que ha decidido tomar una decisión existencial al respecto, como sería irse a vivir con esa persona, no basta el mero deseo que emerge del enamoramiento para saber si es una buena decisión y, en su caso, cómo llevarla a cabo. Para acercarse a saberlo, lo ideal sería involucrar todas las demás facultades. 

Sería básico tomar en cuenta cómo se siente en lo emocional, en lo sentimental, en lo sensorial, en lo intuitivo; tener muy claro qué prejuicios a favor y encontra que tiene acerca de la vida en común, pero también considerar racionalmente qué ocurrirá con su vida en lo económico, en lo familiar, en su relación con sus amigos; definir si se desea mutuamente tener hijos o no tenerlos, en qué zona de la ciudad vivirían, en fin, dar un panorama a todas las expectativas posibles. 

Una vez hecho este recorrido es posible, de forma consciente, desde luego, darle más peso a una dimensión que a otra, según el caso, pero la posibilidad de tomar en cuenta todos los estratos de la decisión nos permite enfrentarla –incluso las partes menos convenientes– de forma más consciente y completa. 

1 https://youtu.be/fFJWV5E9quQ

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Cerradas son, típicamente, Corea del Norte, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Rusia y China. En otro ámbito, una secta religiosa (o ideológica) es una sociedad cerrada, con pensamiento único, sin posibilidad de disenso, impuesto por un líder fuerte que es, al mismo tiempo, carismático y autoritario, y donde se hace una marcada discriminación entre quienes pertenecen al grupo y quienes no, que son vistos como enemigos, de los que hay que protegerse y, en lo posible, hay que eliminar.   La conceptualización y diferenciación entre una sociedad cerrada y una abierta, la desarrollaron pensadores de la talla de Henry Bergson y Karl Popper, en el contexto de los años recios de la primera mitad del siglo XX, marcados por las dos guerras mundiales y los horrores políticos que surgieron de la crisis de las democracias liberales y el surgimiento de regímenes autocráticos en Rusia, Italia, España, Alemania y otras naciones. Lo sorprendente resultaba el apoyo popular a las dictaduras y la incapacidad percibida de la democracia liberal para resolver los problemas sociales.  Para Bergson, según expone en “Las dos fuentes de la moral y la religión” (1932), una sociedad cerrada se mira en oposición a los otros, a quienes no ven como sus iguales, volcándose hacia la conservación de su propia identidad en contra de cualquier agente que, en su estrecha consideración, los amenaza por ser diferente. La diferencia es percibida como hostilidad, de modo que la colectividad cerrada vive permanentemente a la defensiva frente a los otros o, si las circunstancias lo permiten, en abierta agresión contra los diferentes. Una sociedad cerrada suele ser muy tradicional, enfocada en sí misma, de características tribales, con liderazgos marcadamente autoritarios y códigos morales muy rígidos. En contraste, una sociedad abierta, valora la pluralidad y ve en la diversidad de perfiles su principal riqueza: son sociedades inclusivas. Prevalece en ellas una estructura moral de código abierto, en que se respetan distintos modos de ser y hacer la vida, dentro de un orden político democrático en que se prioriza el diálogo y la construcción de acuerdos entre los distintos grupos e intereses sociales para la definición de la normatividad vigente y los modos específicos en que se desarrolla la vida social en general. Sobre esta base, Karl Popper desarrolló sus reflexiones en “La Sociedad Abierta y sus Enemigos” (1944), como una reacción a los regímenes no liberales de la época, sobre todo el bolchevique y los fascismos de Mussolini, Franco y Hitler.  Para Popper es siempre preferible la imperfecta y eternamente inacabada construcción de un orden social plural, democrático y abierto, que la salvación nacional que ofrece un dictador a partir de su propia concepción fanáticamente idealizada de la historia. En un clima de libertades y respeto a la pluralidad se preserva mejor la paz, se facilita la innovación y se van encontrando soluciones creativas a los problemas emergentes. Aparecen, dice Bergson, “nuevas formas de moral”, que permiten una mejor adaptación al carácter evolutivo del grupo. Una sociedad abierta supone una toma de conciencia de los individuos para hacerse cargo de su propio desarrollo viviendo en armonía con su comunidad. La apertura de una sociedad es una expresión de su propia madurez.  Claro es que México nunca ha sido una sociedad tan abierta como Dinamarca, Suecia o Gran Bretaña, pero desde finales de los años 90’s y durante las primeras décadas del siglo XXI, avanzamos considerablemente en el ejercicio de diversas libertades civiles y políticas, en transparencia y rendición de cuentas, en el ejercicio de la pluralidad política, en contrapesos institucionales, etc. desde luego comparativamente frente a lo que vivíamos en los años más oscuros del autoritarismo priísta. Sin duda alguna, el México de 2017 era ya muy diferente, y en muchos sentidos mejor, al México de 1973. No es que no hubiera mejoras sustantivas por realizar, o que todo estuviera bien: cargábamos con muchas deudas pendientes en combate a la corrupción, en seguridad pública, en equidad en la distribución del ingreso, en calidad de desarrollo regional, etc., pero hay que decir, a la manera de Popper, que una sociedad abierta es una sociedad que vive en mejora continua pero considerablemente en paz. Faltaba mucho, pero ahí la llevábamos. Incluso, por esta apertura liberal democrática, fue que AMLO pudo hacerse de la presidencia con amplia legitimidad para hacer ajustes en el estado de cosas y corregir los saldos pendientes de las administraciones anteriores. Lo que no se vale es que desde el poder busque desmantelar los fundamentos del orden político que le permitieron la conquista del mismo. Fue electo para corregir el sistema, no para destruirlo. Tampoco es que seamos ya una sociedad cerrada a la manera de Venezuela o Nicaragua, pero sí estamos viendo señales muy preocupantes en esa dirección: particularmente los ataques cotidianos del Presidente y el Secretario de Gobernación contra la autonomía de la Suprema Corte de Justicia, o sus intentos continuos para hacer inoperantes los contrapesos institucionales; su negativa absoluta hacia la rendición de cuentas; sus ataques cotidianos a la prensa crítica; sus afanes por controlar (a la manera soviética) la investigación científica y el desarrollo tecnológico, o el intento “de golpe de estado” legislativo de los senadores y diputados de Morena y sus aliados en días pasados, aprobando un considerable paquete de leyes, ignorando absolutamente a la oposición, tanto como los procedimientos constitucionales. Particularmente significativo es el poder que el Ejecutivo ha otorgado a las fuerzas armadas. Y no se nos olviden los cambios ya operados en las leyes, al principio de este gobierno, en materia de extinción de dominio y prisión preventiva oficiosa. Hasta ahora, dada la incompetencia técnica y profesional que ha caracterizado a la 4T, varias de estas iniciativas han sido matizadas o suspendidas por la Suprema Corte de Justicia, que hoy por hoy se ha convertido en el principal dique de resistencia en defensa de la sociedad abierta mexicana, sencillamente atendiendo a la letra de la Constitución. Sin embargo, ya amenazó el Presidente con hacer todo cuanto tenga que hacer para asegurar la mayoría calificada en el Congreso en las elecciones del año próximo para poder hacer los cambios constitucionales que le permitan desmantelar los contrapesos institucionales hoy existentes frente a su gobierno.  Por otro lado, revisando el magnífico estudio que por tercera vez publica la revista Nexos sobre las percepciones de los mexicanos, llama la atención la mejora en la calificación de las expectativas de la población sobre el rumbo del país. Es notable como muchos ciudadanos no parecen darse cuenta de este movimiento regresivo en que el grupo en el poder está empujando a la sociedad mexicana. Hay una mayoría de electores que, destacadamente, se siguen tragando las mentiras del Presidente y no acusan recibo del desastre que ha sido su gobierno en prácticamente todos los órdenes.  Haber logrado avanzar en términos de una sociedad cada vez más abierta fue el producto de décadas de luchas ciudadanas, desde la izquierda y la derecha, para sacudirnos los efectos más nefastos del régimen autoritario que padecimos desde 1929 hasta 1997.  Podemos perder estos avances.  Y esto sí es muy grave. " ["post_title"]=> string(47) "México: de sociedad abierta a sociedad cerrada" ["post_excerpt"]=> string(121) "Haber logrado avanzar en términos de una sociedad cada vez más abierta fue el producto de décadas de luchas ciudadana." 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Me limito a echarles aguas desde la banqueta, “viene, viene” (D.R.) para ver si la libran, sin rayarle la carrocería a la Patria.  Yo sí los veo, yo sí los oigo. La mayoría quiere colarse a la mala y apañarse el lugar. Clásico, nomás dicen: “Hay te lo encargo…” y se van despreocupadamente y no dejan ni las llaves. Y luego la bronca es para uno.  

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  Luego regresan, y si su nave tiene algún raspón o abolladura quieren que se les cubran todos los daños. Si se demuestra que ellos provocaron el golpe, siempre le echan la culpa a  “los de atrás”. Cuando aquellos, hace tiempo que se pasaron a retirar.  Y dejen eso, peor se pone cuando empiezan discutir entre ellos y uno tiene que hacerla de abogado intermediador. Nomás un ejemplo:  Me tocó hacerla de “moderador virtual” entre la ¡Delfis y la Ale! –aspirantes a “manejar” el camión del Edomex- ¡Qué cosa más espantosa! De las dos, no haces ni media. (“No manita, ya perdistes… no chulita, perdistes tú… te voy a ganar; caballo que alcanza gana; ’toy bien conmovida en mi corazón… gracias “Gina” –ya de piquetito de ombligo dirigiéndose a Ginarely- la moderada moderadora, de nombre hoy no registrable en el Registro Civil. como el caso de USnavy Pérez.  Las susodichas se limitaron a poner su linda cara y a exponer sus limitaciones en materia de lenguaje, lectura de tropezón y falta de comprensión. Ni qué decir de su falta de liderazgo e impedimento para motivar a las audiencias. ¡No encienden ni un cerillo!  No cabe duda.  Los “grupos de poder y de presión” están presentes.  Aquí donde me ven de iletrado –antes de dedicarme al “texto-servicio”; allá por los mismos años en que la Minisxerox –especialista en fotocopiar tesis, publicara su primer texto antes de que Pancho Gutemberg inventar la imprenta- yo me aventé mí propia tesis –la auténtica, la original- titulada: “La empresa privada y el gobierno en México. Relaciones y Conflictos”.  Algo averigüé sobre cómo operan los “grupos de poder y de presión”; esos, los que están detrás de los “elegidos” y/o “designados”. Me chuté un año sabático en distintas hemerotecas, revisando cómo se comportaron los distintos “grupos de interés” (políticos; burócratas; empresarios; comerciantes; militares; profesionistas; iglesias; organizaciones obreras, campesinas, sociales; cacicazgos, etc.). Y cómo siempre han hecho de las suyas. Desde la época de la Independencia hasta el período presidencial de Miguel de la Madrid.  En aquellos mis años mozos, ya  había copiadoras, pero no contaba con la tecnología de las computadoras; ni mucho menos con la posibilidad de contratar al Lic. Google como mi secretario para hacerme los “paste-ups” necesarios.  Así que tuve que ingeniármela pa’ aprender a “ler” (Uréeelio Nuño, Dixit) y teclear mi mamotrética tesis en mi  Olivertti Lettera.  (Milenials, tomad nota: se llamaban máquinas de escribir)  Los años que revisé correspondían a épocas “fresas. Aunque siempre han habido mafiosos, criminales, malandros y pillos de cuello blanco percudido; no eran tan evidentes los “héroes de narcosari” –hoy inmortalizados por Epigöebbels Ibarra- y otros respetabilísimos ejemplares como el Gober Precioso, “el erue de la película, papá”  el chapo y los chapitos –qué bonita familia- la Barbie o los Lics. Como “el mini” y el “maxi”, y toda la Realeza tan bien retratada y filmada por el citado Epigöebbels, para delicia de chicos y grandes capos en ciernes. ¡Qué modelos tan aspiracionales! ¡Ya me ví compadre…! ¡La Patria es Primero: … un Ovidio en cada hijo nos dio! El caso es que los “grupos de poder y de presión” llegaron para quedarse. Son los mismos de siempre, pero reloaded y copeteados. Son los que deciden: quién, cómo, cuándo y dónde. Los “quesque” representantes populares y demás señalados, no son más que eso: “pegotes” que se prestan para aparentar como que “la hacen” y como que “la pueden”. Pero terminan por hacer lo que les mandan.  De repente cae uno que otra ingenuo e ingenua, que hasta se la “creen” y que podrán con el paquete. Y que al llegar al “puesto” serán como el llanero solitario: ¡Hi Oh, Silver! Pero una vez trepados sobre el tapanco, no saben ni pa’ donde hacerse. Y acaban embarrándola o saliendo embarrados.  Las manos que mecen las cunas del poder nunca aparecen ni aparecerán. Para eso están quienes puedan o quieran chillar y seguir mamando hasta que les corten la leche o les pongan la chupeta.  La carne de cañón, las víctimas de las extorsiones y el secuestro; los asesinados y los desaparecidos, los asaltados, etc., son, porque, o “andaban en malos pasos” o porque resultaron ser “dañados colaterales”. Quién les manda estar en el lugar equivocado, en el momento trasnochado.    Ni qué decir de los “beneficiados” y “bebenviciados” de los distintos regímenes. Y que hacen malabares para taparle el ojo al macho a sus superiores en la cadena del poder. Desde el juez que dicta acto de libertad al Güero Palma en menos de tres horas; sin alusiones a “quien” ordena la liberación de Ovidio en menos de tres minutos. ¿Ya saben quién...? Recuérdense el caso del esperanzador Salvador y contundente Cienfuegos, caído de la gracia de los “grupos del poder” y todo por andar llevando a sus nietos a Disney. O el caso reciente de Chencho, quien por comprar un depa en “obra gris” ahora tiene que pagarlo a precio de “obra negra”. En un caserío –lo que sea de cada quién- no da para los “30 millones” que le quieren endilgar. Habría que estar loco para pagar un millón y medio de dólares por un departamento cuasi de interés social que no llega a diez millones de “pesos fuertes”. Y todo a cambio de no vacacionar ni una sola vez en 20 años y sólo haber conocido París. ¡Bien vale una Misa! Laisser faire. Laisser passer! Dejar hacer, dejar pasar ¡Ya la historia nos juzgará! “Obras y casas grises” pasando por  “casas blancas” se multiplican por todo el territorio nacional.  Como diría el Arqui-mides: “eso de la arquitectura, no es para aprendices de media cuchara, jijos de su chin&/$/%da ¡Más mezcla, maistro!   ¡Hermosa República Mexicana! Y tú, ¿cuándo.., despertarás? ¡De reversa Mami, de Reversa! ¡Quebrándose, quebrándose! ¡Viene, viene!  

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Cerradas son, típicamente, Corea del Norte, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Rusia y China. En otro ámbito, una secta religiosa (o ideológica) es una sociedad cerrada, con pensamiento único, sin posibilidad de disenso, impuesto por un líder fuerte que es, al mismo tiempo, carismático y autoritario, y donde se hace una marcada discriminación entre quienes pertenecen al grupo y quienes no, que son vistos como enemigos, de los que hay que protegerse y, en lo posible, hay que eliminar.   La conceptualización y diferenciación entre una sociedad cerrada y una abierta, la desarrollaron pensadores de la talla de Henry Bergson y Karl Popper, en el contexto de los años recios de la primera mitad del siglo XX, marcados por las dos guerras mundiales y los horrores políticos que surgieron de la crisis de las democracias liberales y el surgimiento de regímenes autocráticos en Rusia, Italia, España, Alemania y otras naciones. Lo sorprendente resultaba el apoyo popular a las dictaduras y la incapacidad percibida de la democracia liberal para resolver los problemas sociales.  Para Bergson, según expone en “Las dos fuentes de la moral y la religión” (1932), una sociedad cerrada se mira en oposición a los otros, a quienes no ven como sus iguales, volcándose hacia la conservación de su propia identidad en contra de cualquier agente que, en su estrecha consideración, los amenaza por ser diferente. La diferencia es percibida como hostilidad, de modo que la colectividad cerrada vive permanentemente a la defensiva frente a los otros o, si las circunstancias lo permiten, en abierta agresión contra los diferentes. Una sociedad cerrada suele ser muy tradicional, enfocada en sí misma, de características tribales, con liderazgos marcadamente autoritarios y códigos morales muy rígidos. En contraste, una sociedad abierta, valora la pluralidad y ve en la diversidad de perfiles su principal riqueza: son sociedades inclusivas. Prevalece en ellas una estructura moral de código abierto, en que se respetan distintos modos de ser y hacer la vida, dentro de un orden político democrático en que se prioriza el diálogo y la construcción de acuerdos entre los distintos grupos e intereses sociales para la definición de la normatividad vigente y los modos específicos en que se desarrolla la vida social en general. Sobre esta base, Karl Popper desarrolló sus reflexiones en “La Sociedad Abierta y sus Enemigos” (1944), como una reacción a los regímenes no liberales de la época, sobre todo el bolchevique y los fascismos de Mussolini, Franco y Hitler.  Para Popper es siempre preferible la imperfecta y eternamente inacabada construcción de un orden social plural, democrático y abierto, que la salvación nacional que ofrece un dictador a partir de su propia concepción fanáticamente idealizada de la historia. En un clima de libertades y respeto a la pluralidad se preserva mejor la paz, se facilita la innovación y se van encontrando soluciones creativas a los problemas emergentes. Aparecen, dice Bergson, “nuevas formas de moral”, que permiten una mejor adaptación al carácter evolutivo del grupo. Una sociedad abierta supone una toma de conciencia de los individuos para hacerse cargo de su propio desarrollo viviendo en armonía con su comunidad. La apertura de una sociedad es una expresión de su propia madurez.  Claro es que México nunca ha sido una sociedad tan abierta como Dinamarca, Suecia o Gran Bretaña, pero desde finales de los años 90’s y durante las primeras décadas del siglo XXI, avanzamos considerablemente en el ejercicio de diversas libertades civiles y políticas, en transparencia y rendición de cuentas, en el ejercicio de la pluralidad política, en contrapesos institucionales, etc. desde luego comparativamente frente a lo que vivíamos en los años más oscuros del autoritarismo priísta. Sin duda alguna, el México de 2017 era ya muy diferente, y en muchos sentidos mejor, al México de 1973. No es que no hubiera mejoras sustantivas por realizar, o que todo estuviera bien: cargábamos con muchas deudas pendientes en combate a la corrupción, en seguridad pública, en equidad en la distribución del ingreso, en calidad de desarrollo regional, etc., pero hay que decir, a la manera de Popper, que una sociedad abierta es una sociedad que vive en mejora continua pero considerablemente en paz. Faltaba mucho, pero ahí la llevábamos. Incluso, por esta apertura liberal democrática, fue que AMLO pudo hacerse de la presidencia con amplia legitimidad para hacer ajustes en el estado de cosas y corregir los saldos pendientes de las administraciones anteriores. Lo que no se vale es que desde el poder busque desmantelar los fundamentos del orden político que le permitieron la conquista del mismo. Fue electo para corregir el sistema, no para destruirlo. Tampoco es que seamos ya una sociedad cerrada a la manera de Venezuela o Nicaragua, pero sí estamos viendo señales muy preocupantes en esa dirección: particularmente los ataques cotidianos del Presidente y el Secretario de Gobernación contra la autonomía de la Suprema Corte de Justicia, o sus intentos continuos para hacer inoperantes los contrapesos institucionales; su negativa absoluta hacia la rendición de cuentas; sus ataques cotidianos a la prensa crítica; sus afanes por controlar (a la manera soviética) la investigación científica y el desarrollo tecnológico, o el intento “de golpe de estado” legislativo de los senadores y diputados de Morena y sus aliados en días pasados, aprobando un considerable paquete de leyes, ignorando absolutamente a la oposición, tanto como los procedimientos constitucionales. Particularmente significativo es el poder que el Ejecutivo ha otorgado a las fuerzas armadas. Y no se nos olviden los cambios ya operados en las leyes, al principio de este gobierno, en materia de extinción de dominio y prisión preventiva oficiosa. Hasta ahora, dada la incompetencia técnica y profesional que ha caracterizado a la 4T, varias de estas iniciativas han sido matizadas o suspendidas por la Suprema Corte de Justicia, que hoy por hoy se ha convertido en el principal dique de resistencia en defensa de la sociedad abierta mexicana, sencillamente atendiendo a la letra de la Constitución. Sin embargo, ya amenazó el Presidente con hacer todo cuanto tenga que hacer para asegurar la mayoría calificada en el Congreso en las elecciones del año próximo para poder hacer los cambios constitucionales que le permitan desmantelar los contrapesos institucionales hoy existentes frente a su gobierno.  Por otro lado, revisando el magnífico estudio que por tercera vez publica la revista Nexos sobre las percepciones de los mexicanos, llama la atención la mejora en la calificación de las expectativas de la población sobre el rumbo del país. Es notable como muchos ciudadanos no parecen darse cuenta de este movimiento regresivo en que el grupo en el poder está empujando a la sociedad mexicana. Hay una mayoría de electores que, destacadamente, se siguen tragando las mentiras del Presidente y no acusan recibo del desastre que ha sido su gobierno en prácticamente todos los órdenes.  Haber logrado avanzar en términos de una sociedad cada vez más abierta fue el producto de décadas de luchas ciudadanas, desde la izquierda y la derecha, para sacudirnos los efectos más nefastos del régimen autoritario que padecimos desde 1929 hasta 1997.  Podemos perder estos avances.  Y esto sí es muy grave. " ["post_title"]=> string(47) "México: de sociedad abierta a sociedad cerrada" ["post_excerpt"]=> string(121) "Haber logrado avanzar en términos de una sociedad cada vez más abierta fue el producto de décadas de luchas ciudadana." 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México: de sociedad abierta a sociedad cerrada

Haber logrado avanzar en términos de una sociedad cada vez más abierta fue el producto de décadas de luchas ciudadana.

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