Suponiendo sin conceder que la palabra del gobernante es sincera y que revela sus intenciones de hacer de nuestro país un mejor lugar para vivir dando prioridad a los pobres, mejorando su calidad de vida y cimentando la esperanza para las nuevas generaciones, quiero interpretar las acciones relevantes con las que nos ocupa día a día con su diaria información, sin calificar de momento los resultados obtenidos.
El proyecto de ley de contrarreforma en el sector eléctrico con el cual pretende fortalecer la CFE carece de verdadero sentido social. El objetivo de bajar a los pobres el costo del suministro de energía difícilmente se puede lograr mediante la producción eléctrica a base de combustibles fósiles, dejando de lado los avances tecnológicos para la producción de electricidad con muchísimo menos contaminación y a costos inferiores. La alternativa gubernamental de la producción hidroeléctrica requiere de cuantiosas inversiones que no están al alcance de un presupuesto donde otras obras faraónicas ocupan los lugares prioritarios.
Tecnológicamente representa un retraso soslayar la producción de las energías limpias que cada día nos sorprenden con reducciones de costos e incrementos de eficiencia, por lo cual es probable aprovechamiento de recursos y medios hoy todavía desconocidos. Los demás países nos dejan atrás a cada momento por falta de investigación y menosprecio por la tecnología y la modernidad.
En el concierto de las naciones, donde presume como logro formar parte del Consejo de Seguridad, quedaremos muy mal al incumplir con los postulados del Acuerdo de París que nos obliga a preservar el planeta con tanta autoridad como la Constitución por lo cual es probable que la Suprema Corte invalide dicha ley en caso de que se apruebe. Por lo tanto, es una desgracia que se desperdicie el tiempo del poder legislativo en esfuerzos que están predestinados a ser inútiles. El Acuerdo de París establece compromisos vinculantes de todas las Partes para preparar, comunicar y mantener una contribución determinada a nivel nacional y eso es suficiente argumento para la Suprema Corte para invalidar la ley.
La energía eléctrica es un insumo vital para el desarrollo del país. Está lejano el momento en que las energías limpias produzcan lo suficiente, lo cual implica que deberemos consumir combustibles fósiles durante un plazo razonable que hará que tendremos un periodo de competencia que con tendencia a eliminar paso a paso unas energías para ser sustituidas por las nuevas. El Estado debe garantizar ese abasto y, empleando toda su fuerza económica y tecnológica, hacer de la CFE la mejor empresa productora a nivel mundial no se consigue por decreto sino por eficiencia.
Hoy nos enfrentamos al paro de la termoeléctrica de Petacalco, una de las más importantes, debido a la falta de combustible, que se compraba Glencore por 50.00 dólares la tonelada de carbón. En su afán de “combatir la corrupción” se le cancelaron los contratos (huelga decir que nunca se demostró la corrupción). Y al no conseguir abastecimiento por otros lados, ahora se le puede comprar a 157.00 dólares, maniobra que se complementa con las dificultades de transportación del combustóleo por vías férreas frecuentemente bloqueadas por manifestantes a quienes no se les molesta ni con el pétalo de una rosa porque este gobierno no es represivo.
Así, de lo mal que estábamos, ahora estamos peor. El gobernante, equiparable en su autoritarismo con Luis XIV quien afirmaba “el Estado soy yo”, con sus obsesiones sin visión empeora las cosas y se gana el título de EMPEORADOR.
Busco el origen de estas decisiones u omisiones, y encuentro dos alternativas. El aparato gobernante carece de preparación, información, definición de metas, inteligencia para conducir un país como el nuestro o; por el contrario, es un genio manipulador que tiene muy clara la meta de permanecer con la mayor popularidad que le permita trascender a su sexenio mediante sucesores que se apeguen a sus decisiones convirtiéndose en “Líder Moral” permanente de quienes le sigan en la primera magistratura y para lo cual invierte todo el dinero posible en comprar voluntades convenciéndolas mediante prebendas nunca soñadas, cuesten lo que cuesten, dañen a quien dañen, hipotecando el país con una deuda sentimental, idealizando en los corazones de los beneficiados el gobierno del Estado y creciendo el número de pobres aparentemente beneficiados por sus dádivas y obras, quienes tardarán mucho en darse cuenta de los daños reales que a la infraestructura se le están causando.
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