Marcelo Ebrard, ¡dese cuenta!

Carta a Marcelo Ebrard.

18 de septiembre, 2023 Marcelo

Estimado Marcelo Ebrard: 

Yo sé que está muy reciente lo de los resultados de la encuesta de Morena para elegir al candidato presidencial del partido en el poder, así que mi intención no es echarle sal a la herida. Debo decirle que admiro su obcecación de acompañar a López Obrador durante varias décadas, a pesar de que éste le ha demostrado muy poco amor, apenas el necesario para hacerlo canciller durante su sexenio. 

Sin embargo, también creo que es claro lo que ocurre. Usted ha estado en una relación tóxica con su antiguo patrón desde hace varios años, y parece que todos nos hemos dado cuenta, excepto usted. Yo sé, yo sé, a veces es difícil abrir los ojos y decir “ya basta” y decirle al otro que lo mejor es seguir por caminos separados. Been there, done that. Varias veces, de hecho, así que no tengo más que empatía para usted y su situación. También he sufrido de malos patrones, de esos que le obligan a uno a ir a eventos corporativos “para ponerse la camiseta” y entiendo que a veces es difícil ganarse la bendición del superior y conseguir ese anhelado ascenso. Pero todos debemos tener un límite y debo reconocer que el suyo ha sido muy alto, señor Ebrard. Eso de aguantar a un patrón como el presidente López día tras día no debe ser una tarea fácil. 

Si ya de por sí está perro chutarse las mañaneras, las cuales (aceptémoslo) se tornaron repetitivas después de la primera semana del sexenio, trabajar directamente con el mismísimo tlatoani debe requerir una paciencia digna de cuentahabiente del IMSS. Y lo comprendo, uno a veces tiene que apechugar con tal de buscar la chuleta o, en su caso, el hueso. Y no hablamos de cualquier hueso, no, no, no, usted iba con la mira en el mayor hueso de todos, el premio que no tiene precio: la silla presidencial. 

Así que, señor Ebrard, debo decir que si bien no soy su mayor admirador (ni siquiera soy su admirador, lo admito), sí entiendo su situación, peliaguda como pocas, en donde cada paso lo deja a usted en una situación de “malo si sí, malo si no”. Así que me gustaría decirle que, de toda la caballada morenista que se anotó en el ejercicio ultra democrático para elegir al candidato presidencial de Morena, usted era el menos pior. Tal vez esto no suene como un logro digno de presumir, pero algo es algo. Claro, vencer la falsa imagen barriobajera de Noroña, superar la falta de carisma de Adán Augusto o ganarle a la tibieza de Monreal son tareas que hasta un árbol podría lograr (siempre y cuando no sea un ahuehuete, porque esos se nos mueren aquí en la CDMX, todo sea dicho). Pero, y he aquí lo importante, usted no tiene en su haber situaciones bochornosas como lo que ocurrió con el Colegio Rébsamen o con la caída de la línea 12 del metro (aunque usted tuvo que ver con esa famosa línea, supo mantener un perfil bajo después de que les echó el muertito a Mancera y a Sheinbaum). 

A pesar de que usted me sacó una risa de esas de las buenas cuando se aventó la puntada de la “Secretaría de la 4T” y hasta propuso a uno de los chilpayates del preciso para liderarla, debo reconocer que en ese momento supe que lo habíamos perdido, señor Ebrard. De nuevo, hablo por experiencia propia, ya que también he estado en esas situaciones en donde uno hace hasta lo imposible por llamar la atención del jefe o de la pareja solo para recibir una indiferencia más fría que un mitin de Adán Augusto. Ese intento fue tan desesperado como cuando uno lleva serenata y flores a la novia solamente para enterarse de que uno ya fue y que ella lleva saliendo con otro morro desde hace tres meses, ¡y ya hasta están esperando chamaco! O cuando uno llega con el jefe con una gran idea nomás para verla cómo se la roban los chavos expertos en redes sociales que llevan dos días en la empresa. 

Y por eso le digo, señor Ebrard: ya dese cuenta, usted vale mil, quiérase un poquito más y aléjese de esos jefes/cuates/whatever que le drenan la energía, que no le alinean los chakras, que no le aportan nada a su vida. En resumen, que son tóxicos para usted. Deje de ser la sombra detrás del tlatoani. Deje de ser el Ringo Starr o el Art Garfunkel de la 4T. Deje de ser el Cruz Azul eterno de Morena. Deje de ser el zapato que todo mundo guarda “por si acaso” los demás se rompen. Deje de ser el Milhouse del presidente. Vaya a un retiro espiritual, busque a un terapeuta experto en estos temas, qué sé yo, pero haga algo. Comience a reconstruir esa poca dignidad que le dejó su ex patrón y, con suerte, podrá usted seguir en este juego que es la política mexicana. Porque, si algo puede usted aprender de su antiguo jefe, es que un perdedor experimentado eventualmente puede convertirse en un ganador (en el caso de López, en un mal ganador, eso sí, pero eso es un tema para otro día). 

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