Solemos “ver y escuchar” lo que queremos “ver y escuchar” y por eso es frecuente que “algo en nuestro interior” nos diga que luchemos por aquello que termina por dañar nuestros vínculos y nuestra salud.
No resulta fácil desarrollar una ecuanimidad tal que nos distancie de filias y fobias y así percibir los auténticos impulsos que emergen de la intuición verdadera.
La semana anterior decíamos que la intuición es una herramienta fundamental que favorece decisiones que nos reconducen en la dirección correcta y transforman nuestra vida para bien. Sin embargo es importante diferenciar la auténtica intuición de la que no lo es. Confundir a la intuición con un deseo equivale a caminar a través de un bosque denso con los ojos vendados, atendiendo sólo la voz del miedo y la ansiedad para esquivar los peligros que nos acechan.
La clave está en diferenciar la verdadera voz de la intuición de los incontrolables gritos que dan el coro de voces internas que buscan privilegiar un deseo o una necesidad por encima de las otras.
El problema viene cuando lo que dice la intuición se contrapone con lo que el individuo prefiere. Cuando su opción “favorita” coincide con lo que le dicta la intuición, la respuesta será clara y categórica, pero cuando su “favorito” es distinto a lo que la intuición de dicta, habrá vacilaciones, dudas y, en última instancia, una decisión errónea. Lo que sucede entonces es que solemos llamar “intuición” a la autoconfirmación de nuestro deseo.
Solemos “ver y escuchar” lo que queremos “ver y escuchar” y por eso es frecuente que “algo en nuestro interior” nos diga que luchemos por conservar una relación claramente codependiente, o que aceptemos un trabajo que termina por dañar nuestros vínculos y nuestra salud. No resulta fácil desarrollar una ecuanimidad tal que consiga distanciarse de sus filias y fobias para percibir desde el fondo de su interior los auténticos impulsos que emergen de ese iceberg, en especial cuando el tiempo de decisión es reducido y las presiones elevadas.
Ante semejante huracán de posibilidades no sorprende que la intuición “se equivoque” y que aquello que sentíamos como “correcto” salga mal. En todo caso conviene entrenar el oído y la capacidad de tomar distancia. Pensemos en un crítico musical que debe juzgar el desempeño de una orquesta. En principio hablamos de alguien con conocimiento formal de música. Es entonces que sabe que el grupo en cuestión se compone de múltiples instrumentos que suenan o dejan de sonar según la parte de la pieza que se trate, según el contenido de cada partitura, según el tempo y sensibilidad específica de cada director. La labor del crítico, a partir de los conocimientos que tiene sobre el tema, será desentrañar cada sonido, identificar cada instrumento, conocer a priori la obra, tener clara la trayectoria del director y, cuando menos, de los intérpretes de los instrumentos solistas. Aquí ya juntamos conocimiento e información. La tercera columna la aporta la escucha atenta, sin distracciones, sin filias ni fobias hacia el director, o músico alguno, sin expectativas ni favoritismos, simplemente tomar distancia, dejar todo lo que ha aprendido a un lado y escuchar.
A partir de ese cúmulo de factores, es cuando su crítica emergerá con naturalidad y potencia. Pero los críticos de excelencia no se hicieron escuchando un concierto, sino haciendo muchas críticas, conociendo infinidad de instrumentos, sumergiéndose en el trabajo de muchos directores, reconociendo las distintas acústicas según la sala de conciertos a las que asistían, aprendiendo de las experiencias previas y de sus propios errores de juicio. En pocas palabras, se hicieron críticos ejerciendo la crítica, adentrándose en ella. Es muy probable que las primeras les quedaran débiles, que carecieran del sedimento que da la experiencia, del tono y la precisión de sus tiempos de madurez, pero ejercieron la crítica desde el día uno, sólo que con el hacer, se perfecciona el hacer mismo.
Del mismo modo, intuyo, nosotros requerimos llevar a cabo un ejercicio análogo: conocer todo lo que se pueda acerca de la disyuntiva que se nos presenta, reconocer qué preferimos y por qué, los costos de un lado y otro y por último tomar distancia y mantener el oído y la mente abierta para escuchar y la disposición para interpretar las señales de la intuición, sin privilegiar lo que deseamos oír.
Al final pareciera que la intuición, en especial en las grandes decisiones de vida, es poderosa y útil entre más nítida se le pueda escuchar. Esto implica llevar a cabo esta escucha desde una instancia interna más integrada, que tome en cuenta todas las facetas de lo que somos. Por otro lado entre más claro se tenga a dónde se pretende llegar, y una escala de valores correctamente jerarquizada, de más y mejores herramientas se dispondrá para escuchar el impulso intuitivo.
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