“Se puede ganar con la mitad, pero no se puede gobernar con la mitad en contra”.
-J. F. Kennedy
“Cada uno somos nuestro propio demonio y hacemos de este mundo nuestro infierno”.
-Oscar Wilde
Gracias a sus dos derrotas sucesivas buscando la presidencia de la República (2006 y 2012), AMLO creó su movimiento partidista (MORENA) alimentado por todos los desencantados sociales vividos en los periodos con el PRI y el PAN. Esta aceptación popular de AMLO de la que actualmente goza es consecuencia directa del desencanto de los gobiernos del PRI y PAN, quienes tuvieron al pueblo olvidado por las políticas neoliberales.
En las elecciones de 2006, las cámaras se repartieron aproximadamente en la misma proporción entre el PAN, la Coalición por el Bien de Todos y en menor grado por la Alianza por México. Si hubiera resultado electo AMLO después de un recuento de votos, ¿qué hubiera pasado? Nunca lo sabremos, pero lo más probable es que él no hubiera tenido la concentración de poder que ahora detenta, es decir, existiría el contrapeso en el poder legislativo que se pretende lograr en las elecciones de 2021.
¿Y qué nos espera para 2021? Unos partidos desdibujados, que por sí solos no lograrán nada porque internamente están divididos. Además están los que se aliarán a MORENA, que también presenta pugnas internas, pero que hasta ahora ha demostrado disciplina de partido. Las probabilidades de que haya una participación más equilibrada en el congreso son poco realistas.
Actualmente se da un movimiento apartidista que pertenece a la sociedad civil contrario a AMLO y a MOREN. Pese a su poder de convocatorio en manifestaciones masivas exitosas (en las que se exige algo imposible: que el presidente dimita) este movimiento no representa a suficientes votantes como para inclinar la balanza en 2021. Además, tanto la lucha interna de los partidos opositores como la consecuente división para formar coaliciones, nos hacen pensar que la posibilidad de que el voto favorezca a los “adversarios” de MORENA es poco viable.
Asimismo, la popularidad del presidente no se ha visto demasiado afectada ni por la crisis económica ni por la pandemia. Si sumamos a esto una polarización no solo provocada por la estrategia con que se ha manejado hasta ahora el presidente, sino por sus adversarios, que son los primeros en quejarse de esta división de la población aunque ellos mismos abonen a la polarización social entre “fifís” o “chairos”.
¿Qué hacemos los que no nos consideramos ni lo uno ni lo otro?, ¿ los que así como vemos errores en la gestión del presidente y de MORENA también vemos algunos aciertos, y tampoco queremos un regreso a los períodos del dominio del PRI, ni de la subsecuente sucesión del PAN, y del fallido Neoliberalismo?
Al principio del sexenio de AMLO, José ’Pepe’ Mujica dijo sobre él: “Está intentando hacer cambios, ojalá que los pueda hacer en paz, y que recupere lo más valioso: su pueblo. Vi a López Obrador maravillosamente soñador, está convencido, tiene un ¡optimismo bárbaro! cree que en un año más, lo van a entender totalmente, yo como viejo le dije que no, pero es bueno que tenga Fe, si la gente no tiene Fe no puede trabajar. Está convencido, es un veterano astuto y se comunica muy bien con su gente, el asunto es que lo puedan acompañar globalmente, la historia la cambian los pueblos, no los caciques…”.
AMLO se ha encontrado, como la mayoría de los populistas, con un grave problema producto de su discurso demagógico: sus promesas de regeneración crean expectativas muy difíciles de cumplir y materializar. Además le falta que a su proyecto se sume una iniciativa privada convencida y comprometida, y que además de exponer de manera clara lo que va a hacer, explique cómo y con qué recursos.
A su vez, ha tenido acciones polémicas como la cancelación del Aeropuerto de Texcoco, de contratos de inversión extranjera, de la reforma educativa, la promulgación de leyes controvertidas como la de la extinción de dominio, la venta-rifa del Avión presidencial y los proyectos insignias de su gobierno considerados poco rentables por algunos sectores de la sociedad.
A esto hay que agregarle la “austeridad republicana” cuya finalidad es la eliminación de gastos excesivos para canalizar esos recursos a los más necesitados. Respecto a esta expresión, José Pepe Mújica, calificado como “el presidente más pobre del mundo”, afirmó estar en contra de la “austeridad” porque dicho término había sido prostituido por algunos gobiernos, que al aplicarla en la mayoría de sus políticas económicas habían provocado, entre otras cosas, la pérdida de empleos, por lo que él prefería ahora usar la palabra “sobriedad”.
Es una excelente idea no permitir el derroche de los recursos públicos, pero ante la inestabilidad económica, a la inversión extranjera no le resulta atractiva e incluso la iniciativa privada interna no ve facilidades para invertir en el país y busca un consenso con el gobierno para considerarla viable. Se han realizado algunos avances en la incentivación de la inversión que a la vista de muchos sectores sociales, especialmente los financieros y empresariales, resultan insuficientes ante la crisis económica actual.
Winston Churchill dijo que la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado, pero agregó que el mejor argumento contra la democracia es cinco minutos de conversación con el votante promedio. Estamos ante una polarización que genera que el votante potencial determine su voto basado en sus emociones y la imagen que proyecta el candidato; no un voto meditado en función de sus acciones y propuestas, sino uno motivado por el resentimiento y su exposición mediática.
Recuerdo que durante unos meses que estuve estudiando en Francia, me alojaba con una familia francesa, y en la pared de uno de los descansos de la escalera de la casa, había una enorme fotografía de Valery Giscard D’Estaing. Le dije a la madre de la familia: “Él es su presidente, ¿no? ¿Asumo que votó por él?”. Y me respondió: “Si, voté por él porque era el más guapo”. Entonces me di cuenta de que en muchas ocasiones el voto por un gobernante parte de la simpatía o emociones que genera e incluso de su apariencia. Mucha gente no sabe ni siquiera cuáles son sus proyectos o promesas de campaña.
Es por esto que el populismo que utiliza las emociones del votante para convencerlo tiene actualmente tanto auge. Su éxito reside en que es una práctica política que responde a estas emociones producto de las democracias liberales que han puesto en práctica un modelo económico que enriquece a pocos y empobrece a muchos.
Latinoamérica tiene 650 millones de habitantes, de ésos, dos presidentes populistas, uno de derecha y el otro de izquierda, electos recientemente, gobiernan a 211 millones en Brasil y 127 millones en México. Esto es la consecuencia de la corrupción, la desconfianza en las instituciones democráticas, el deterioro de las élites, y la falta de conducción democrática de los líderes políticos.
En Latinoamérica, a pesar de tener paralelismos con el populismo de otras regiones del mundo, la situación es más volátil, pero su popularidad es resultado de una debilidad institucional y de un hartazgo del dominio de las élites económicas y políticas. Desde hace décadas, al adoptar el modelo neoliberal se fracasó a la hora de disminuir la enorme desigualdad existente, que incluso se profundizó debido a las reformas estructurales auspiciadas por organismos financieros internacionales.
Algunos analistas políticos ven que las democracias liberales se tambalean a menos que haya una renovación del pensamiento y práctica del neoliberalismo en el mundo, implementados por demócratas que en lugar de utilizar su tiempo para descalificar a los populistas, y a sus seguidores, lo utilicen para buscar una alternativa de un modelo económico diferente. Éste se basaría en el estudio de las consecuencias de la injusta distribución de la riqueza y de la reivindicación de los valores nacionales, procurando un orgullo civil inclusivo que reconozca la dignidad y autonomía del individuo promedio y que se reduzcan los privilegios de las élites.
La democracia liberal, legado político del siglo pasado, ha sido amenazada en América Latina por líderes que no son abiertamente autoritarios, sino que llegan al poder a través del voto, proponiendo una reforma del sistema a partir de un discurso intolerante, mediante el que enfrenta a diferentes sectores de la sociedad. La erosión democrática en América Latina se caracteriza por un discurso radicalizado por parte del presidente y su núcleo gobernante. Esta radicalización es una estrategia discursiva que se coloca a los extremos del espectro político y expresa intransigencia e impaciencia para la consecución de los objetivos de política económica propuestos. Estos líderes no reconocen límites, no toleran críticas ni cuestionamientos, además su discurso moviliza a votantes hartos de la democracia liberal. Este éxito en las votaciones les permite controlar las instituciones y los recursos fiscales, además de incidir en el Poder Judicial y la burocracia.
En este siglo, el reto será intentar conservar la democracia mediante un modelo económico incluyente que atienda las necesidades de todos los habitantes de los países y que logre una mejor distribución de la riqueza, aunque esto signifique que las elites económicas y políticas pierdan algunos privilegios.
Entre la pandemia, la crisis económica, las tensiones políticas internacionales, y los efectos del cambio climático, el futuro se ve muy complicado. La amenaza autoritaria en muchos países representa un gran peligro para la subsistencia de la democracia. Para que este modelo político sobreviva, será necesario detectar tanto sus fallas como las del libre mercado, y así crear una nueva opción que subsane estos errores.
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