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Jobriath: El hada y el soldado  

El fantasma de un artista adelantado a su tiempo, irreverente y único. Un fracaso monumental. Un niño prodigio. Un pianista en bares de poca monta…

14 de febrero, 2025

En algún momento durante la madrugada del 3 de agosto de 1983, al interior de una buhardilla convertida en apartamento situada en la azotea de un mítico hotel neoyorkino, recostado en su cama y con el sol aún replegado en el horizonte, el hombre que sería conocido como Bruce Campbell, Jobriath Boone y Cole Berlin en diferentes etapas de su vida, exhaló su último aliento tras una vida de excesos, depresión, problemas mentales, una debilitante enfermedad y también, tras un brevísimo período de fama y fortuna. Tenía 36 años. 

Cuando tres oficiales del departamento de policía de NY derribaron la puerta del inusual loft cuatro días más tarde ante la insistencia de los administradores del recinto, el hedor resultaba tan penetrante que dos de ellos vomitaron casi instantáneamente. Morrissey (el líder de The Smiths) redescubrió a aquel olvidado artista e intentó traerlo de vuelta a principios de los años noventa, pero lo cierto es que llegó, al menos, diez años tarde. 

Bruce Campbell

Nacido a mediados de los años cuarenta en King of Prusia, condado de Montgomery en el estado de Pensilvania, Bruce Wayne Campbell, el segundo de los tres hijos del matrimonio conformado por James y Marion Campbell fue una especie de niño prodigio musical quien adicionalmente pronto mostró una floreciente y ambigua identidad sexual, lo cual resultaba demasiado para aquella familia habituada a la férrea disciplina militar (dada la profesión paterna) y también para aquella pequeña población conservadora del norte de Estados Unidos, sede de la oficina central de las Iglesias Bautistas Americanas con poco más de 20,000 habitantes acorde con el censo del año 2000. 

Sus dotes tanto en la ejecución musical como en la interpretación artística quedaron de manifiesto desde sus primeras actuaciones frente al órgano en la parroquia local. “Un compositor regular, un maravilloso bailarín, un extraordinario pianista y un notable cantante” lo describiría Marc Almond, vocalista de Soft Cell. Los años transcurren entre altercados familiares y notas escolares más bien mediocres hasta que en un infructuoso intento por encajar dentro de su familia (y comunidad) Bruce se enlista en el ejército de los Estados Unidos durante los complejos años de la guerra de Vietnam, lo cual representó un punto de quiebre personal (comienza a tener episodios de inestabilidad mental y emocional) y deserta poco después. Como cabría esperar tras lo anterior, la situación dentro del seno familiar pasó de resultar tensa a insostenible y en el año de 1968, en pleno auge del movimiento hippie, Bruce W. Campbell optó por mudarse a la ciudad de Los Ángeles. 

Jobriath 

Aquí viene la primera transformación: Campbell, de larga melena dorada, atlético y bien parecido, huyendo del ejército, reencarna en Jobriath Salisbury (el apellido de soltera de su madre). En la bulliciosa y liberal California, Jobriath puede dar rienda suelta a sus intereses personales, musicales y escénicos y rápidamente impresiona al director musical que realiza las audiciones para HAIR, que se presentará en el Teatro Aquarius. 

Salisbury será contratado para interpretar a Neil “Woof” Donovan y brillará como el sol, culminando la temporada teatral con un año de éxitos y acumulando numerosos elogios. Tras aquella venturosa incursión y junto con otros dos compañeros del elenco, conforma la banda Pidgeon, generando un álbum y un sample para Decca, que pasan bastante desapercibidos. Tras este momentáneo revés y con el ejército tras su pista, se muda a la ciudad de Nueva York para participar en la puesta en escena de HAIR en Broadway, aunque aburrido del mismo papel, abandona el musical a principios de 1972. Para solventar el pago de la renta, comida, etcétera, el intérprete combina sus actividades teatrales con algo de prostitución ocasional. 

Da la casualidad de que, por la misma época, Jerry Brandt (el ex manager de Carly Simon y promotor de los Stones en EEUU) escucha una cinta de grabación que Jobriath había remitido a CBS Records y que había sido rechazada por el presidente del sello discográfico, Clive Davis. El hábil Brandt convence al joven de Pensilvania para dejar atrás el teatro musical y la potencial interpretación de Rachmaninoff en la Metropolitan Opera House para en su lugar presentarlo como la nueva estrella del glam (por aquél entonces T. Rex y Bowie empezaban a ganar notoriedad) y ambos logran que Elektra Records invierta $30,000 dólares en dos álbumes de estudio (una cifra inusitada para un artista nuevo) así como en labores de promoción y producción. 

Ni Jobriath ni Jerry Brandt conocían el significado de la palabra mesura y reservan los míticos estudios Electric Lady en Nueva York, contratan al productor de Hendrix y Led Zeppelin, también a Peter Frampton y a la Orquesta Sinfónica de Londres para realizar las grabaciones del que sería su disco homónimo Jobriath (1973) al tiempo que inundan Times Square con carteles del intérprete, compran anuncios en Rolling Stone, Vogue y Penthouse, realizan varias entrevistas televisivas (donde Jobriath habla de un show donde él mismo saldría al escenario disfrazado de King Kong, subido en una réplica del Empire State Building  para luego deshacerse del disfraz y presentarse como una nueva versión de Marlene Dietrich) y culminan la campaña con un desfile por las calles de Manhattan. 

Evidentemente, todo aquello resultó un estrepitoso fracaso. 

Primero que nada, a un álbum le tomaba en aquellos años, varios meses asegurar un buen puesto en las listas de popularidad nacionales (más aun en las internacionales). No existía el hype global como sucede actualmente, con respecto a un nuevo lanzamiento, menos aún para un artista completamente desconocido; además, la inversión había resultado excesiva y sin duda también contribuyó un material bastante desigual que pasa de lo sublime a lo errático, donde hay pizcas de genialidad como en “I’m a man”, el rockabilly de “Rock of ages” y armonías al estilo de los Beach Boys en “Take me I’m yours” al igual que piezas mucho, pero mucho menos pulidas. Pero por encima de los malos cálculos financieros y las prisas por terminar el LP, más relevante resultó el hecho de que el público norteamericano despreció con particular ahínco a aquel intérprete que se autoproclamaba como “a true fairy”. 

Aún y cuando la década de los setenta resultó un período clave para la comunidad LGBT y un puente transicional que pasaba del glam y la música disco hacia el punk y el anthem rock, lo cierto es que el artista gay permanecía predominantemente en el clóset y optaba por una estética viril de bigote, pelo en pecho y prendas de cuero mientras que los heterosexuales se pintaban las uñas, se ponían delineador y jugaban con una imagen ambigua (de marcada androginia y velada bisexualidad) falsa pero controversial. Jobriath era justo lo que decía ser y eso desenmascaraba la farsa de uno y otro lado. 

Apostarle al erotismo de su protegido antes que a sus dotes musicales fue quizás el mayor error de Brandt. Con una fragilidad a lo Karen Carpenter, con más brillantina que Liberace y más maquillado que Little Richard, la reivindicación sexual de Jobriath resultó una jugada suicida, tomando en consideración que apenas siete años atrás una gran parte del conservador público estadounidense (no sólo en los ultra-religiosos estados sureños, sino también en Nueva York y Boston) había vetado a The Beatles por la entrevista en la que Lennon afirmaba que el grupo era “más famoso que Jesús”.

El mismo público que diez años en el futuro aborrecería el videoclip de “I want to break free” de Queen (que llegó al tercer puesto de las listas en el Reino Unido) por presentar a los músicos travestidos en una disparatada parodia de la exitosísima telenovela británica Coronation Street, lo cual llevó a que MTV dejara de transmitirlo. El grupo liderado por Freddie Mercury no regresó a los Estados Unidos después de aquello. 

En resumidas cuentas, el mercado homosexual detestó a Jobriath y el heterosexual también. En el plano artístico (por canciones como Space Clown y Morning Star Ship) se le consideró apenas una mala copia de Bowie. El álbum vendió casi nada pero a pesar de lo anterior, en 1974, ahora Jobriath Boone (por Daniel Boone) comienza con su grupo una discreta gira y las grabaciones del segundo LP titulado “Creatures of the street”. Con un tono más oscuro y algunos números destacables como “Scumbug” y “Gone Tomorrow” el disco, ya sin promoción ni fanfarria, acarrea peores números que el primero y para colmo de males, la gira que lo acompaña está repleta de agresiones e insultos homofóbicos. El tour se extiende lo más posible siguiendo las fechas previstas (Brandt los abandona a su suerte y Elektra les corta los fondos) y gracias a su energía sobre el escenario y al despliegue visual, logra ganar algunos adeptos sobre el final, culminando con una presentación que incluye varios minutos de aplausos y encores en Tuscaloosa, Alabama. Tras esa última actuación y una aventura de quince meses que comenzó con el pie izquierdo, ha llegado el momento de cerrar el ciclo. 

Cole Berlin

“Jobriath se suicidó en una sobredosis de drogas, alcohol y publicidad. Toda esa exageración lo volvió loco (…) Jobriath está muerto, pero tenía una razón de ser. Fue una vacuna para el resto de nosotros” declararía Campbell sobre su encarnación anterior a la revista Omega One en enero de 1979. 

Bruce Campbell, quien ahora reside en la pirámide situada en el techo del Chelsea Hotel de Nueva York (el mismo donde murió asesinada la novia de Sid Vicious, Nancy Spungen, donde Leonard Cohen y Janis Joplin sostuvieron un tórrido romance y a donde se fue a vivir Arthur Miller tras divorciarse de Marilyn Monroe) se sumerge en una espiral autodestructiva a modo de catarsis de la que resurgirá como un nuevo personaje: Cole Berlin (homenaje a Cole Porter e Irving Berlin) con el cabello recortado, bigote y esmoquin.  

Ahora es un intérprete que se encarga de amenizar comidas y tertulias nocturnas en distintos restaurantes/bares neoyorkinos interpretando canciones de cabaret. Se convierte al vegetarianismo, medita y de vez en cuando, cuando la situación apremia, vuelve a recurrir a la prostitución ocasional. “Es el animador afable, que destierra los demonios del mundo” diría Campbell sobre sí mismo, o más bien, sobre Cole Berlin en aquel 1979. Habla también de su esquizofrenia, de aquellos múltiples personajes como una gran familia y de cómo el intérprete de piezas melódicas ligeras se encarga de proveerles el sustento a todos. 

En el año de 1981 Berlin es entrevistado junto a otros ilustres personajes (como Andy Warhol y William S. Burroughs) para un documental sobre el Chelsea Hotel de la BBC One, segmento en el que aparece sentado en su piano blanco situado en la base de la pirámide; canta y toca una pieza de su autoría al estilo vaudeville titulada “Sunday Brunch” mientras coquetea con la cámara y sonríe. Este breve momento capturado en video, disponible para quien quiera revisarlo en Youtube, es quizás el último instante en que podemos apreciar su chispa artística, aunque el ambiente general denota una melancólica resignación. Poco tiempo después lamentablemente, entre finales del año 1981 y principios de 1982, comienzan a aparecer en él los primeros indicios del síndrome de inmunodeficiencia adquirida y aunque en noviembre del 82 realiza su última actuación pública como parte del centenario del Hotel, se encuentra ya muy desmejorado. 

Lo que sigue es un camino cuesta abajo; enfermo y solo, se recluye en su departamento piramidal al cual rodean numerosas flores y amplios pasillos construidos con ladrillo rojo hasta que finalmente llega aquella madrugada fatal de agosto de 1983 y se reúne entonces con los demás fantasmas del Chelsea: el de Spungen, quien murió apuñalada en la habitación número 100 en octubre de 1978 así como el de Dylan Thomas, el poeta galés, huésped habitual quien tras beberse 18 whiskies seguidos sufrió en su habitación un coma etílico en noviembre de 1953.  

El fantasma de un artista adelantado a su tiempo, irreverente y único. Un fracaso monumental. Un niño prodigio. Un pianista en bares de poca monta. Un cuerpo anónimo que se vende al mejor postor. Una nota al margen en el compendio del rock. 

De Jobriath sobreviven algunas imágenes de su periodo en HAIR, tres producciones discográficas (una de ellas póstuma), varios videos de sus actuaciones en vivo y una breve y vilipendiada carrera musical. De Cole Berlin, un par de entrevistas y un puñado de fotografías. De Bruce Campbell, irónica como es la vida, sólo una placa en el cementerio Valley Forge Memorial Gardens en King of Prusia, Pensilvania cuyo texto enuncia: 

Diciembre 18 1946 – Agosto 3 1983.

Soldado del ejército estadounidense

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