Ilusiones virales, contribución al mal y resistencia posible

Varios intelectuales de prestigio o periodistas que solían ser respetables, ya han perdido toda capacidad crítica frente al poder.

13 de abril, 2023 Ilusiones virales, contribución al mal y resistencia posible

Hannah Arendt (1906-1975) es, sin duda, la mayor pensadora hasta la fecha sobre el problema político del totalitarismo y los regímenes autoritarios. Particularmente en su clásico Los Orígenes del Totalitarismo y en Hombres en Tiempos de Oscuridad, Arendt buscó encontrar respuestas que explicaran el fenómeno que definió la vida política europea entre 1922 y 1945 o, si consideramos el caso de la Europa soviética, hasta 1989. ¿Cómo es posible que, bajo ciertas circunstancias, una mayoría de individuos en el seno de una comunidad (lo mismo en un estado nación que en cualquier otro contexto organizacional) se dejen someter por una persona -frecuentemente por un líder carismático- hasta la ignominia de abdicar de su propia razón y cancelar su propia capacidad de juicio, tergiversar radicalmente su jerarquía de valores o anular su voluntad para servir a esa persona que, para todo fin práctico, deja de ser el funcionario presidente, el director general o el líder circunstancial, para convertirse en su amo y señor absoluto? ¿Cómo explicar que numerosas personas, incluso destacados intelectuales o profesionistas, lo mismo médicos que abogados, economistas, ingenieros o científicos notables que se han destacado por la calidad de su pensamiento y ejercicio de su profesión, de pronto, ante las órdenes de su amo –como si fueran esclavos– aceptan seguir instrucciones, aplaudir iniciativas y realizar acciones que, de otro modo y en otras circunstancias, habrían considerado absolutamente inaceptables? Para decirlo a la mexicana, ¿cómo explicar que si el jerarca máximo afirma que los cocodrilos vuelan, haya muchos subalternos que lo secunden en su afirmación, así sea que algunos hagan el señalamiento de “sí vuelan, pero bajito”? 

 

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El fenómeno no solamente es destacable por los niveles de ridiculez intelectual y moral que se alcanzan entre sectores mayoritarios de la comunidad afectada por esta enfermedad que afecta severamente la inteligencia y la voluntad de muchas personas. Se trata de un mal gravísimo que desarticula la noción de verdad impidiendo el discernimiento para distinguir entre lo verdadero y lo falso y, con ello, entre lo certero y lo erróneo, lo funcional y lo disfuncional, lo que es bueno y lo que es malo, lo que sirve para construir y mejorar o lo que no sirve más que para empeorar o destruir. Bajo los efectos de esta enfermedad colectiva, que se viraliza increíblemente al interior de la comunidad, se cae en una especie de ilusión compartida en que se aplauden, a veces rabiosamente, las ocurrencias del amo dictador, sin consciencia del desastre al que en realidad se dirigen, como aquellos ratoncitos (lemmings) que se dice que siguen a su líder cuando éste se lanza al vacío desde un acantilado. Es una ilusión compartida muy similar a la que se narraba en aquel cuento de Hans Christian Anderson, “El Traje Nuevo del Emperador”, en que, como ninguno en la corte y en el reino quiere quedar como tonto y “fuera de la jugada”, se hace preferible no ver lo evidente: que el emperador anda desnudo.

Lo anterior viene a cuento porque algo similar estamos viviendo en el oscuro tiempo mexicano de la 4T. Por un lado, resulta increíble que los niveles de popularidad del presidente se mantengan cercanos al 60% y que, con los peores resultados de gobierno en los últimos 100 años, todos los sondeos electorales hacia el 2024 muestren una propensión al voto en favor de la continuidad de este desastre con alrededor de 52% de las preferencias. ¿El llamado pueblo sabio está acaso hechizado por el traje del emperador? Por otro lado, y para mí más grave aún, es el abyecto (muy bajo, vil, despreciable en extremo) comportamiento de los senadores y diputados de Morena y aliados; de los secretarios de Estado en todos los ministerios del gobierno federal y, por supuesto de sus subalternos obligados a obedecerles (o tendrían que renunciar); de algunos ministros de la Corte (específicamente Loreta Ortíz, Yazmín Esquivel y Alfredo Ortiz Mena), varios gobernadores y presidentes municipales normalmente vinculados al partido del Presidente, aunque los hay de otros partidos, supuestamente opositores. También intelectuales de prestigio (notablemente Lorenzo Meyer o Sabina Berman) o periodistas que solían ser respetables pero que ya han perdido toda capacidad crítica frente al poder (Alejandro Páez, Álvaro Delgado, Jenaro Villamil). Todos ellos aplauden estupideces inadmisibles (lo mismo el “Plan B” de Reforma Electoral, que el AIFA, Dos Bocas o el reciente arreglo con Ibedrola o la nueva Compañía Mexicana de Aviación que será, supuestamente, operada también por el Ejército). Para todos estos personajes, es claro e irrebatible que los cocodrilos vuelan si así lo ha dicho el Presidente.

Es un hecho, históricamente comprobado, que bajo ciertos contextos, la estupidez se viraliza y, con ella, la contribución al mal de muchísimas personas que ponen sus granitos de arena –a veces un costal o varios– en aras de desastres colectivos, políticos, económicos y sociales, que se van fraguando a lo largo de meses. ¿Las causas? Pueden ser muchas: ceguera ideológica, resentimientos añejos que impiden pensar las cosas con claridad, aceptación de favores o intercambios clientelares –que resultan siempre nimios frente la dimensión del mal al que contribuyen–, miedo o ambición. Lo más grave de esta situación es que, cuando el número de quienes contribuyen de algún modo al mal que avanza es muy grande y se convierte en una fuerza política poderosa, la liberación de ese mal prevaleciente se hace cada vez más difícil y por esto resulta que estos regímenes perversos pueden durar en el poder muchos años.   

Afortunadamente, esta enfermedad no ataca a todos los miembros de la comunidad. Como lo señalaba Hannah Arendt en Hombres en Tiempo de Oscuridad, siempre hay en las sociedades individuos portadores de luz que ofrecen una activa resistencia al mal y lo combaten. Y queda la esperanza radical que, el bien, por un poderoso misterio metafísico, siempre termina venciendo. 

En días recientes disfruté, en Netflix, la muy recomendable serie Transatlántico, producida por Anna Winger, estupendamente dirigida y actuada. Basada en la novela histórica de Julie Orringer, “The Flight Portfolio” (2020), la serie narra los heroicos esfuerzos realizados por un grupo de personas que, entre 1940 y 1941, en Marsella, conformaron una red clandestina para que escaparan de Europa cerca de 2,000 judíos perseguidos por los nazis y el colaboracionista régimen de Vichy, entre los que destacaban notables intelectuales y artistas de la talla de Hannah Arendt, Claude Lévi-Strauss, Victor Serge, Max Ernst o André Breton. Encabezadas por el periodista Varian Fry (1907-1967), conocido como “el Oskar Schindler norteamericano” y por Mary Jayne Gold (1909-1997) quien, nacida en Chicago, aprovechando una cuantiosa fortuna familiar. se daba la gran vida entre Londres, París y varias ciudades italianas cuando estalló la guerra y decidió comprometerse utilizando su dinero y sus relaciones sociales para hacer el mayor bien posible en aquellos tiempos tan oscuros. 

La serie me parece un muy valioso caso de estudio para valorar la resistencia frente al mal por parte de un reducido grupo de personas que, sumando iniciativa, creatividad, solidaridad y asumiendo riesgos personales a veces muy graves, lograron un impacto positivo notable, primero salvando directamente a muchos individuos de la tiranía nazi, y posteriormente contribuyendo a la victoria de los aliados, porque de estos grupos surgió la resistencia francesa que hizo mucho daño a los invasores descarrilando trenes, haciendo tareas de inteligencia y eliminando mandos clave del ejército alemán. Pero también sirve para reflexionar sobre el caso contrario: Así como hay minorías que resisten activamente al mal, no deja de sorprender que haya una mayoría de individuos que se acomodan en las nefastas circunstancias y colaboran haciendo al mal posible. 

Uno decide: correr, nomás mirar, contribuir al mal o hacer algo para impedirlo. 

 

Twitter: @adrianrdech

 

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