¿Quién fue peor: Hitler o Stalin? Ambos fueron dictadores, el primero de derecha y el segundo de izquierda. Ambos tienen muchos, incontables millones de personas muertas en su conciencia; a los dos la historia los ha condenado por su manera de gobernar y sus métodos de control y dominación. ¿Quién fue peor? A final de cuentas son exactamente lo mismo. En el resultado final de la ecuación de sus vidas, poco importa si fueron fascistas o comunistas. Su existencia se mide por el dolor que provocaron en su momento. Aunque el origen político sea distinto en cada uno de ellos, al final, lo extremista de sus vidas y sus acciones se unen en el mismo punto: la maldad, el odio, el desprecio por la diversidad de ideas, pensamientos y a todas aquellas personas que no estuvieran de acuerdo con ellos.
Pretender vivir en blanco y negro es muy peligroso. Ignorar los grises, invariablemente nos lleva al extremismo y al fanatismo, a la sinrazón, a la obediencia ciega, al acto de fe como una forma de vida y una vez que ya no haya qué defender, vendrá el desengaño y la cruda histórica. Los pueblos que han alcanzado mejores estadios de vida son aquellos en los que la civilidad, el respeto y el trabajo unido, privilegiando el bien general, son un valor y una norma, una regla creada a partir de lo que es mejor para una nación, no para un individuo.
Cuando una sociedad se enamora de un líder, la mayoría actúa guiado por la emoción y se deja a un lado la razón. Es igual que en una relación sentimental: el enamorado tiene una lealtad ciega a su pareja (de esa lealtad que tanto gusta al presidente). Y aunque de vez en cuando el amor flaquee, cada mañana el presidente lo realimenta: les lleva serenata a sus fieles, les habla de amor y odio a sus enamorados; les susurra; les habla despacito, con cariño; les endulza el oído y les entrega promesas de justicia social, de juicios sumarios; les recuerda quiénes son los buenos y quiénes son los malos, señala a los que se deben amar y odiar; los enamora una vez más. Sus palabras son el equivalente a flores disfrazadas de promesas.
Por ello es que a pesar de que la realidad, la razón y la ciencia señalen lo mal que van las cosas, éstas mueren con una frase lapidaría del presidente, que tiene un efecto inmediato en la mayoría de los enamorados: ¨Yo tengo otros datos¨. Así, de nuevo, los fieles enamorados ignoran la realidad y vuelven a su romance; son felices, por el momento. Sin embargo, este Don Juan mediático deberá estar atento y preocupado, porque algunos de sus enamorados han dejado de estarlo. Muchos se sienten decepcionados de él e incluso están arrepentidos de haberle entregado su confianza y se sienten profundamente engañados. Y es que no hay nada peor para el amor que la traición, y hoy a muchos ya se les ha traicionado.
Gobiernos como el actual, cada día se parecen más a aquellos cuyos extremos se juntan. Muy caro pagará México este romance fallido, porque cuando falta el dinero, el amor se va por la ventana. Cada día son más los hogares mexicanos en los que falta el dinero, el empleo, y también comienza a escasear la esperanza, y a pesar de todo lo que se diga Don Juan cada mañana… el mito ha empezado a desmoronarse.
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