¿En qué consiste “ser fiel a uno mismo”?

Ser fieles a nosotros mismos, si bien tiene que ver con ser congruentes entre lo que se piensa, se dice y se hace, también implica la suficiente plasticidad interna para abrirnos al cambio y la evolución.

29 de julio, 2022 cuerpo al espejo

Ser fieles a nosotros mismos, si bien consiste en mostrarnos tal como somos y mantener una coherencia interna y externa, también implica la suficiente plasticidad personal para abrirnos a la transformación, recordando que no somos ni un monolito ni un producto terminado, sino que estamos en permanente evolución y cambio. 

En el artículo anterior enumerábamos cuatro obstáculos frecuentes para alcanzar la autenticidad, sin embargo, para poder fijarnos la meta de ser auténticos, lo primero será discernir en qué consiste “ser fiel a uno mismo”. 

El primer punto a considerar, y aunque suene a contradicción, la autenticidad, por más de que en apariencia se refiera a nosotros y lo que ocurre en nuestro interior, en realidad está directamente relacionada con la postura existencial  que asumimos ante los demás. Los seres humanos no habitamos en la nada ni mucho menos en un territorio abstracto, sino que existimos inmersos en distintos contextos –sociales, económicos, culturales, etc.– y siempre en interacción con los otros humanos y con el entorno. Y justamente la autenticidad consiste en definir una especie de “fórmula de identidad” que nos distinga, y que generalmente se traduce en conductas, que nos coloque en un lugar específico en relación y contraste con el comportamiento y las convicciones de los demás. 

La autenticidad no se trata de mimetizarnos con la vida que nos tocó, sino precisamente en lo opuesto: en asumir responsablemente una postura personal ante las situaciones, conflictos y circunstancias de la existencia. Pensemos en un personaje de ficción como Robinsón Crusoe, quien, debido a una naufragio, termina en una isla desierta durante una buena cantidad de años. Para este personaje, en tanto no hay otros seres humanos contra los cuales contrastarse, la autenticidad y los condicionamientos sociales dejan de ser un factor importante en su día a día. A partir de que se asume como nuevo habitante solitario de la isla, sus actos y decisiones pasan por el tamiz de la supervivencia mucho antes que por el de identidad, pero sin olvidarlo del todo porque la formación previa ha sido tan determinante de su manera de estar en el mundo que no la puede abandonar por completo. Por ejemplo, puesto que la isla de la novela de Defoe es de clima tropical y no hay “otros” a quienes complacer con una cierta forma de vestir, podría ya no necesitar ropa, o cuando menos no tanta. Sin embargo, el personaje continúa curtiendo pieles y confeccionando prendas de vestir a la usanza “civilizada”, cuando menos mientras abriga la esperanza de ser rescatado. 

Todo da un nuevo giro cuando aparece Viernes en su vida; un aborigen que huye de la ejecución con la que sus iguales pretendían castigarlo. De nuevo aparece en la vida de Robinson un ser humano a quién clasifica según sus convicciones y prejuicios y a quien intenta “civilizar” según los condicionamientos de su vida anterior. 

Sin “otros” ante quienes compararse, la autenticidad carece de sentido, pero en un mundo de vínculos e interacciones de todo tipo, asumir conscientemente una forma de presentarse ante cada situación que represente nuestras convicciones y nuestra manera de entender la existencia se vuelve crucial en la construcción de nuestra identidad.

Un factor importante a tomar en cuenta es la consciencia en la rigidez de nuestras convicciones y actos. Por un lado, es indispensable evaluar los precios que estamos dispuestos a pagar para sostener una convicción u otra. Ideas originales y radicales suelen producir rechazo y aislamiento, pero al mismo tiempo, es posible que estemos dispuestos a asumir esas consecuencias cuando, al poner en una balanza los beneficios y costos de una postura, consideramos qué es lo correcto para nosotros. Imaginemos a alguien que bebe en exceso. Lo que suele ocurrir es que la inmensa mayoría de la gente que rodea al individuo alcohólico está relacionada con la acción de beber. Cuando éste decide dejar esa forma de estar en el mundo, es casi inevitable que se quede solo debido a sus cambios de conducta y nuevas necesidades. Por eso una parte central de su cambio deberá contemplar la aceptación del rompimiento de esos vínculos y la construcción de nuevos que le ayuden a sostener su impulso de cambio. No solo dejará de beber, sino que perderá los contextos e individuos que completaban su identidad de bebedor, y esto suele experimentarse como una pérdida mayúscula. En términos prácticos la identidad que lo ha distinguido por años, se diluye. Su nuevo yo auténtico implicará nuevas conductas, modos de ocio, nuevas convicciones y nuevas maneras de entender la salud y la relación con los demás y eso lo llevará inevitablemente a nuevos entornos donde deberá entablar nuevos vínculos e interacciones.    

Por otro lado, aunque estrechamente asociado con lo anterior, cuando hablamos de ser fieles a nosotros mismos, no podemos dejar de considerar un hecho capital: no somos un producto terminado, sino que estamos en permanente evolución y cambio. Si he ido transformándome a lo largo de la vida, y lo más probable que continúe evolucionando (o involucionando según sea el caso), es natural que la conducta, idea o convicción que me representaba en otras épocas de la vida, deje de funcionar con la misma eficacia en etapas posteriores.

Las descripciones habituales de la autenticidad parecieran sugerir que lo que somos es algo dado desde siempre, lo que convierte en un misterio el por qué unos se deciden a mostrarse desde la autenticidad y otros no. De ser así, ¿cuál podría ser la razón para no ser auténtico? Todos los seríamos de forma natural, pero queda claro que no es así y que mostrarse de forma genuina es mucho más demandante que el mero deseo de hacerlo.

Esto implica que para ser fieles a nosotros mismos tenemos que adaptar nuestra individualidad, nuestras ideologías, nuestras conductas y convicciones a los distintos momentos y etapas que vamos viviendo a lo largo de la existencia.  

Pensemos en unos padres de corte tradicional que se enteran que su hija(o) es homosexual. Atendiendo a lo que les dicta sus condicionamientos morales y religiosos, es muy probable que lo que auténticamente les nazca sea el impulso de rechazar esa manifestación de autenticidad de su hija(o); incluso se esforzarán sinceramente por convencerla(o) de su error, señalándole lo inaceptable que consideran esa mancha o enfermedad moral que “padece”. Con la mejor de las intenciones y total autenticidad intentarán por todos los medios “regresarla(o) al buen camino”. Si la autenticidad de las convicciones y creencias morales de estos padres fuese monolítica, esa hija(o) estaría condenada(o) al rechazo permanente, y ese rechazo sería plenamente congruente con las convicciones auténticas de los padres, y estos lo asumirían aun entendiendo el monstruoso precio, tanto interno como social, que implicaría repudiar a su propia hija(o). 

Esto nos lleva a que “ser fieles a nosotros mismos” no implica una definición única y permanente de aquello que nos representa, sino una visión flexible del mundo y una apertura permanente a adaptarnos a nuevas realidades, entendiendo que esta flexibilidad, cuando es meditada y no producto del miedo o la resignación, sino que se alinea con los nacientes cuerpos de nuevas convicciones, no traiciona a nuestro auténtico yo sino que lo refuerza y fortalece. Si los padres terminaran por aceptar genuinamente a ese hija(o) homosexual, habrían transformado en alguna medida su comprensión de la existencia, la moralidad y la relación con otras personas –no solo se alteraría su vínculo con la/el hijo(a) sino con la comunidad, amistades y demás personas alrededor–, lo que implicaría una nueva versión de autenticidad.   

Ser fieles a nosotros mismos, si bien tiene que ver con que nos mostremos “tal como somos”, con mantener una coherencia interna y externa, con ser congruentes entre lo que se piensa, se dice y se hace, con defender la propia originalidad sin quedarse atado a los condicionamientos sociales que no nos hagan sentido, también implica la suficiente plasticidad interna para abrirnos al cambio y la evolución. 

 

 

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