En 2022, ingresos de industria de la construcción repuntaron en Puebla: Economía

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22 de febrero, 2023 construcción aumenta

En 2022, Puebla registró un repunte de 97.9 por ciento en términos anuales en el gasto por consumo de bienes y servicios de la industria de la construcción, para sumar 13 mil 110.6 millones de pesos, informa la Secretaría de Economía.

En diciembre del año anterior, Puebla se ubicó como la entidad con mayor crecimiento en los gastos de dicho sector con niveles del 187.6 por ciento con respecto al mismo mes de 2021, con base en los datos de la Encuesta Nacional de Empresas Constructoras, que elabora el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

En paralelo, los ingresos totales de la industria de la construcción el año anterior ascendieron a 9 mil 785.96 millones de pesos; es decir, prácticamente se duplicaron con respecto al 2021 cuando sumaron 4 mil 869.44 millones de pesos.

Además, hubo un valor de la producción de 345 millones de pesos, 120 millones de pesos más que en diciembre de 2021, lo que representó un crecimiento de 53.2 por ciento, por lo que el estado se colocó en el sexto lugar a nivel nacional, en tanto que, el acumulado anual rebasó los 3 mil 527.3 millones de pesos.

Por su parte, entre diciembre 2022 y el mismo mes de 2021 aumentó 12.8 por ciento el personal ocupado, mientras que las remuneraciones totales ascendieron en 84.5 por ciento respecto de diciembre de 2021, lo que ubicó a la entidad en el tercer lugar a nivel nacional.

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La semana anterior hablamos de los dos componentes para la gestación de ideas y acciones extremas e intolerantes: la convicción de que se posee la verdad absoluta y ejercer una ética equivocada en función a esa verdad que se cree tener. Lo cierto es que hoy ni siquiera en el ámbito científico pude pensarse en que se ha encontrado un conocimiento definitivo y por ello ejercer una ética fundamentalista y definitiva produce más problemas que soluciones. Hoy, la nueva realidad social y cultural de la civilización parte de premisas distintas. Ahora en todas las grandes metrópolis existen hombres y mujeres de las más diversas mentalidades y condiciones culturales y raciales, y por otro lado la actividad industrial y el avance tecnológico sin ton ni son han provocado daños ambientales que podrían cambiar las condiciones físicas del mundo en que vivimos. En el antiguo paradigma ético del hombre, el punto central consistía en entenderse consigo mismo. Ahora las cosas son distintas y la nueva ética necesita forzosamente, ya no sólo considerar el hombre consigo mismo, sino también su postura en relación al otro –que inevitablemente piensa y actúa diferente– y en relación a su entorno. Ya no se trata de obrar de tal forma que “mi máxima se convierta en ley universal”, sino de obrar de tal forma que cada individuo pueda vivir en función de su propia máxima, de la misma manera que el otro tenga posibilidad de hacer lo propio, y todo esto sin coartar la libertad de nadie ni dañar el entorno. No se habla de que ahora ya no deba actuar en sincronía con mi conciencia –como lo propone la máxima kantiana–, sino que ahora se trata de que mi conciencia integre a su propia concepción del mundo la idea de que el otro merece tanto respeto y libertad como yo, y que aun cuando no comparta sus ideas, él posee su propia conciencia y el mismo derecho a vivir en función a sus axiomas. Y todo esto sin olvidar que tanto ése otro como yo, formamos parte de una biosfera a la que también debemos respeto y cuidado, puesto que al dañarla, me daño a mí mismo.  

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Aquí resulta trascendental la nueva propuesta paradigmática que nos ofrece Hans Jonas: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”; o expresado negativamente: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean destructivos para la futura posibilidad de esa vida; o simplemente: “No pongas en peligro las condiciones de la continuidad indefinida de la humanidad en la tierra”; o, formulado, una vez más positivamente: “Incluye en tu elección presente, como objeto también de tu querer, la futura integridad del hombre1 Esta propuesta goza de la ventaja de que puede aplicarse a los tres ámbitos sugeridos anteriormente: para conmigo mismo, para con los demás y para con el mundo que me rodea y al cual pertenezco como un engranaje más de esa portentosa complejidad biológica que forma al planeta en su conjunto. Desde luego que para que estas ideas se apliquen es necesario empezar por definir la “auténtica vida humana” que debe “preservarse”. ¿Qué es una vida humana auténtica? Yo la imagino como una existencia plena, una vida material donde cada individuo pueda pensar, sentir y actuar según su conciencia y conviviendo en absoluta armonía con los demás y con el entorno. ¿Es mucho pedir? Quizá, pero es lo justo: que cada uno de nosotros podamos aspirar a “una vida humana auténtica”. ¿Por qué tendríamos que conformarnos con menos? Aquí es donde se hace necesario ampliar los conceptos que se tienen de sí mismo y de los demás. Si uno supone que “preservar la auténtica vida humana” consiste en imponer mis ideas, mi “verdad”, ya se habrá partido de una ética equivocada, donde fundamentalistas de distintas ideologías encuentren justificación para cualquier atrocidad que consideren acorde con ese concepto de “auténtica vida humana”.  Pero si por otro lado consideramos que preservar la “auténtica vida humana” consiste en defender lo más profundo de la humanidad en lo esencial, comprenderemos que se trata de defender el derecho a ser libres, a la vida como tal, a un trato respetuoso y digno, a pensar, creer y sentir en función de los propios códigos éticos y morales y que el otro, en tanto ser humano igual que yo, posee los mismos derechos y obligaciones; y que todos, tanto yo como el otro, residimos en un planeta y un entorno que es indispensable preservar para garantizar nuestro futuro como especie. Hans Jonás, en su libro El principio de la responsabilidad expone no sólo el principio ya citado párrafos atrás, sino que deja claro que así como el imperativo categórico kantiano estaba dirigido al individuo, su principio de responsabilidad está dirigido también a la implementación de la política pública que lo haga obligatorio y le dé marco y sentido: “El nuevo imperativo apela a otro tipo de concordancia –en relación a lo propuesto por Kant–; no al acto consigo mismo, sino a la concordancia de sus efectos últimos con la continuidad de la actividad humana en el futuro.[…] Esto añade al cálculo moral el horizonte temporal que falta en la operación lógica instantánea del imperativo kantiano: si este último remite a un orden siempre presente de compatibilidad abstracta, nuestro imperativo remite a un futuro real previsible como dimensión abierta de nuestra responsabilidad2”. Pero entonces, la gran pregunta está en definir qué postura es ética, social y culturalmente más amplia y apropiada para aplicarse en los tiempos que corren. Yo considero que la postura apropiada, debe avanzar en dos distintas vertientes, con lo cual se trataría de un Humanismo que sea al mismo tiempo multicultural y universalista. Demos entonces una sintética ojeada a lo que esto implicaría.   Web: www.juancarlosaldir.com Instagram:  jcaldir Twitter:   @jcaldir    Facebook:  Juan Carlos Aldir 1 Jonas Hans, El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Barcelona, Herder, 1993, Pág. 41. 2 Ídem.  

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La vida simple: lo esencial y el estoicismo (ruizhealytimes.com) Tratando de desentrañar el misterio detrás de esto, el cual escapa a toda lógica y al más elemental sentido común, la cualidad que se utiliza con mayor frecuencia respecto a dicho fenómeno es el de carisma, el cual acorde con lo que arroja la RAE es: “la capacidad de algunas personas de atraer o fascinar”. Es un líder carismático quien logra convencer a otros cientos, miles o millones de individuos, no de realizar o apoyar algo útil, productivo o enaltecedor, sino por el contrario, de que las más grandes aberraciones o sinsentidos resultan no sólo posibles o viables sino convenientes. Y en este apartado, hablando de manera general, podríamos incluir tanto a predicadores religiosos y profetas apocalípticos como a estafadores disfrazados de empresarios, a santeros o curanderos, autores de teorías de conspiración, gurús y coaches de todo tipo además de, como mencionaba en párrafos anteriores, a líderes políticos. Desde Jonestown hasta el caso Tate-LaBianca. Desde Jim Jones hasta Hugo Chávez.  Individuos con dicha cualidad particular han arrastrado a individuos, regiones y países enteros a la tragedia, a través de la idolatría y el fanatismo.  ¿Pero qué es entonces algo tan intangible e inasible como el carisma? Si me obligo a pensar en alguien carismático y a ponerle un rostro, es decir alguien capaz de atraer y/o fascinar, de convencer a otros a través del discurso y la comunicación no verbal, el término me remite a Wilde, a George Bernard Shaw, a Capote, a Marco Aurelio, a Mandela, a Churchill.  Individuos inteligentes, brillantes incluso, cultos, expertos conversadores y grandes pensadores. Brillantes en lo privado y hábiles en lo público.  En el otro extremo del espectro, no puedo evitar pensar en Theodore (Ted) Bundy, en Malcolm X, en Vladimir Lenin.  Pero tratando de proveer contexto y objetividad al análisis más allá de preferencias personales, existen dos líderes políticos invariablemente identificados como “carismáticos”, generadores de un funesto legado no tan lejano: Adolph Hitler y Benito Mussolini. Si uno se toma el tiempo y pone atención a los videos existentes de las arengas públicas de ambos, se encontrará en primera instancia con hombres que, físicamente, se encuentran por debajo de la media nacional italiana y alemana de aquella época. Aunque claro, bien sabemos que el carisma no sólo obedece a rasgos y facciones más o menos agraciadas, como lo reflejan buena parte de los ejemplos mencionados con anterioridad.  El físico ayuda, pero no es preponderante.  En este entendido, siendo su discurso simple en esencia y yendo aún más allá, las expresiones, maneras, gesticulaciones faciales y movimientos corporales del Führer resultan teatrales, artificiosos, exagerados hasta extremos ridículos por decir lo menos. Los ojos cerrados mientras habla, los brazos cruzados sobre el pecho, el puño furioso, las manos implorantes que luego descansan en la cintura o en el cinturón del uniforme militar; todo discurso público de Hitler es una oda al lenguaje no verbal más churrigueresco que se puede encontrar dentro del ámbito político. Carente de sonido (o con música góspel de fondo) pareciera más la actuación de un predicador religioso del medio oeste norteamericano que la de un canciller alemán. Las entrevistas grabadas de otro líder carismático como lo es Charles Manson (que gravitan entre lo risible y lo tétrico) lo acercan más a las del pretendido instaurador del Tercer Reich que a Helmut Kohl o Konrad Adenauer.  “Il Duce” tampoco estaba muy lejos de semejante histrionismo, aunque sus formas y maneras mostraban (o simulaban) más suficiencia, arrogancia y deseo de control que apasionamiento arrebatado. Ninguno de los dos, ni Hitler ni Mussolini, eran hombres extraordinariamente cultos, inteligentes o versados en sentido alguno ni poseían otra cualidad inherente fuera de la ambición y una profunda convicción. El líder del Nacional Socialismo tenía una formación artística (frustrada) antes de volcarse en la política y Benito Amilcare, que había sido articulista y editor, emprendería después el camino de la agitación social que llevaría a la creación de los Camisas Negras y al Partido Nacional Fascista.     Hugo Chávez es otro buen ejemplo de esto, cuyo nocivo legado continúa vigente hoy en día. El “comandante” y líder de la Quinta República, hijo de profesores y militar de carrera, tampoco podría calificarse de particularmente atractivo, ni particularmente dotado de manera excepcional en materia intelectual o lingüística (aunque infinitamente superior a su sucesor) que sin embargo, logró convencer a buena parte de la población venezolana, a mayorías y minorías y al final a las mismas instituciones, de una manera u otra, que el socialismo bolivariano ahora sí funcionaría.  Ejemplos actuales existen varios: López Obrador, Gustavo Petro, el depuesto Pedro Castillo. Un fósil universitario, un exguerrillero y un profesor de educación básica transformados en caudillos y figuras de referencia de movimientos capaces de dar un súbito giro de timón en sus países de influencia. ¿Hay algo excepcional en ellos fuera del ansia, del anhelo de poder? La respuesta no parece evidente.  Entonces ¿dónde radica ese atisbo de carisma en el iletrado Castillo? ¿En el incongruente e ignorante López? ¿En el mediocre Petro? ¿En Chávez? ¿En Mussolini?  ¿O es que acaso en el poder del discurso y la convicción que han puesto en él, es donde radica su atractivo, su fuerza? Siendo ellos vehículo y herramienta, ¿es entonces la promesa de algo mejor (aunque equívoco, arcaico, aberrante, ilógico) lo que les provee de esa dosis de atracción, de fascinación, de idolatría? ¿Así fue con un artista frustrado como Hitler y sus manerismos, que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial?, ¿con el editor Mussolini y su aparente suficiencia que implantó el Fascismo en Italia? ¿con Chávez y sus enemigos imaginarios, preponderantemente los Estados Unidos de América?  El punto al que quiero llegar, que creo ya quedó bastante claro, es que ninguno de los individuos analizados con anterioridad goza o gozaba de ninguna excepcional particularidad, como es evidente, salvo por una convicción a prueba de todo y un irrefrenable anhelo de poder. Todos, sin embargo, lograron que su radio de acción y promesas se amplificaran, esparcieran y llegaran a lo más profundo del ciudadano común, ya fuera en Europa tras la Primera Guerra Mundial y en Latinoamérica en pleno siglo XX, a través de la potencia de su discurso y múltiples inseguridades y debilidades psicológicas enmascaradas justamente como lo opuesto: seguridad.  De ser esto cierto, entonces se abre parte de un panorama inquietante que trataré más adelante: en buena medida el vehículo carece de importancia dado que es el germen que florece con la retórica de la injusticia, de la venganza disfrazada, del resentimiento, de enemigos que pueden provenir de donde sea y adaptarse a lo que se necesite (judíos, homosexuales, yanquis, ricos, oligarcas, conservadores y demás etcéteras) de donde proviene buena parte de la fuerza de estos individuos, más bien medianos, con ansias de poder. Probablemente y abarcando un panorama más general, tal y como describen numerosos historiadores y sociólogos, los fenómenos antes descritos se deban a la combinación del hambre con las ganas de comer. Un individuo o conjunto social, con carencias económicas, emocionales, etc. encuentra en alguien más, por más limitado que éste sea, las respuestas que busca, que necesita. Que está en posibilidad de proveerle (o al menos prometerlo) aquello que ansía. El escenario perfecto del depredador y la presa.  La premisa de que existen individuos que varían entre objetivamente mediocres y clínicamente trastornados, quienes a través del poder de la palabra y dotados de inusual convicción, son capaces de depredar y devastar personas familias, conjuntos sociales y países valiéndose de la ignorancia de estos últimos, de sus debilidades, inseguridades y anhelos cualesquiera que éstos sean, como ha sucedido a lo largo del tiempo, resulta una visión estremecedora, máxime que el siglo XXI ha sido testigo del resurgimiento de movimientos similares (populistas, demagógicos, nacionalistas, etc.).  Al final, para los líderes carismáticos los otros no poseen características individuales (inquietudes, anhelos, defectos o virtudes), sino que en conjunto y contados por millones forman parte de un organismo llamado “pueblo” y éste obedece a un propósito específico. El “pueblo” alemán, el “pueblo” italiano, el “pueblo” mexicano, colombiano, venezolano, etc. En notable contradicción, cada uno de los alemanes, por ejemplo, cada hombre y mujer, militar y civil que se vieron atraídos por el canciller alemán, pelearon no por un su país sino por un hombre, por un hombre, además, ajeno en buena medida a la realidad y a las implicaciones funestas de sus deseos y decisiones. Así ha sido a lo largo de la historia.  Sin embargo, la perspectiva a futuro resulta aún más siniestra. Sobre todo, si tomamos en consideración lo que ponen en la mesa diversos estudios y muestreos, entre los que destaca el llevado a cabo por Bernt Bratsberg y Ole Rogenberg del Ragnar Frisch Center for Economic Research, el cual indica que la población mundial ha perdido entre 2.5 y 4.5 puntos de cociente intelectual cada diez años a partir de los años noventa. La humanidad, ahora, es menos capaz de obtener información, realizar procesos mentales abstractos y procesarla para adaptarla a su entorno en busca de soluciones de corto, mediano y largo plazo, como también es menos capaz de lidiar con ideas o eventos complejos, que requieren mayor análisis y atención.  El neurocientífico francés Michel Desmurget, director del Instituto Nacional de Salud Francés y colaborador del Massachussets Institute of Technology (MIT) va más allá y atribuye al estilo de vida, la utilización excesiva de tecnologías portátiles (para uso recreativo, no educativo), el menor esfuerzo que implica hoy en día la obtención de información y el entretenimiento/gratificación instantánea, la importante disminución cognitiva.  Algo similar a lo que arrojó la investigación publicada por la revista de la Academia de Ciencias de Estados Unidos “Proceedings of the National Academy of Sciences”, que atribuye a factores ambientales, antes que genéticos y/o congénitos, el detrimento en el CI sostenido durante las últimas décadas, en este caso específicamente a partir de la década de 1980.  Pero el asunto va aún más allá.  Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, entre muchos otros, han abordado ampliamente el tema de cómo las condiciones actuales (desde comunicaciones hasta sistemas escolares, pasando por paradigmas sociales) han fragilizado psicológicamente a las nuevas generaciones, haciéndolas más sensibles e incapaces de lidiar con la crudeza de la realidad.  El famoso término “generación de cristal” y el de “snowflake” provienen de esta premisa que ha sido abordada por distintos sociólogos, psicólogos e investigadores de diversas ramas de las ciencias humanas a lo largo de los últimos años.   Dado lo anterior, sea que el “carisma” provenga de alguna cualidad innata (que en varios de los casos anteriores tiene un nombre específico: narcisismo patológico) que provenga en gran medida del poder del discurso combinada con las ansias o anhelo de poder, la población mundial, más aún las siguientes generaciones menos inteligentes, menos capaces de analizar críticamente la inagotable información disponible, con individuos y conjuntos sociales más débiles, con un mayor número de inseguridades, más frágiles, aún más ávidos de soluciones fáciles a los numerosos problemas de un mundo complejo en constante cambio, se convertirán en blancos fáciles de gurús, charlatanes, de psicópatas disfrazados de predicadores, de empresarios, de coaches, de líderes de opinión y por supuesto, de políticos “carismáticos”.  

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La herencia (ruizhealytimes.com) A través del tiempo, aquellos (individuos, conjuntos sociales) llenos de dudas, de inseguridades, de carencias y resentimientos, son y han sido los más dispuestos a seguir a esos otros “hombres fuertes” que parecen siempre seguros de sí mismos. Lamentablemente esa confianza no proviene casi nunca de cualidades excepcionales o sobresalientes.  Las nuevas generaciones difícilmente podrán notar esto; estarán demasiado ocupados de sí mismos, de sus debilidades emocionales y afectivas y caerán presas de otros, quizás no más inteligentes, pero si igual o más nocivos que los que vio emerger el siglo XX.  Nos leemos la semana entrante.  *LAS OPINIONES EXPRESADAS EN LOS ARTÍCULOS DE ESTA PÁGINA SON DE EXCLUSIVA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES. DE NINGUNA MANERA REFLEJAN LA POSTURA EDITORIAL DE ESTE PORTAL." ["post_title"]=> string(47) "La perspectiva del futuro: los idiotas al poder" ["post_excerpt"]=> string(0) "" ["post_status"]=> string(7) "publish" ["comment_status"]=> string(6) "closed" ["ping_status"]=> string(6) "closed" ["post_password"]=> string(0) "" ["post_name"]=> string(46) "la-perspectiva-del-futuro-los-idiotas-al-poder" ["to_ping"]=> string(0) "" ["pinged"]=> string(0) "" ["post_modified"]=> string(19) "2023-02-28 12:33:58" ["post_modified_gmt"]=> string(19) "2023-02-28 17:33:58" ["post_content_filtered"]=> string(0) "" ["post_parent"]=> int(0) ["guid"]=> string(35) "https://ruizhealytimes.com/?p=89511" ["menu_order"]=> int(0) ["post_type"]=> string(4) "post" ["post_mime_type"]=> string(0) "" ["comment_count"]=> string(1) "0" ["filter"]=> string(3) "raw" } } ["post_count"]=> int(2) ["current_post"]=> int(-1) ["in_the_loop"]=> bool(false) ["post"]=> object(WP_Post)#18457 (24) { ["ID"]=> int(89683) ["post_author"]=> string(2) "84" ["post_date"]=> string(19) "2023-03-03 11:12:27" ["post_date_gmt"]=> string(19) "2023-03-03 16:12:27" ["post_content"]=> string(8432) "Una nueva ética necesita, no sólo considerar al ser humano consigo mismo, sino también su postura en relación al otro –que piensa y actúa diferente– y en relación a su entorno.  Ya no se trata de obrar de tal forma que “mi máxima se convierta en ley universal”, sino de obrar de tal forma que cada individuo pueda vivir en función de su propia máxima. La semana anterior hablamos de los dos componentes para la gestación de ideas y acciones extremas e intolerantes: la convicción de que se posee la verdad absoluta y ejercer una ética equivocada en función a esa verdad que se cree tener. Lo cierto es que hoy ni siquiera en el ámbito científico pude pensarse en que se ha encontrado un conocimiento definitivo y por ello ejercer una ética fundamentalista y definitiva produce más problemas que soluciones. Hoy, la nueva realidad social y cultural de la civilización parte de premisas distintas. Ahora en todas las grandes metrópolis existen hombres y mujeres de las más diversas mentalidades y condiciones culturales y raciales, y por otro lado la actividad industrial y el avance tecnológico sin ton ni son han provocado daños ambientales que podrían cambiar las condiciones físicas del mundo en que vivimos. En el antiguo paradigma ético del hombre, el punto central consistía en entenderse consigo mismo. Ahora las cosas son distintas y la nueva ética necesita forzosamente, ya no sólo considerar el hombre consigo mismo, sino también su postura en relación al otro –que inevitablemente piensa y actúa diferente– y en relación a su entorno. Ya no se trata de obrar de tal forma que “mi máxima se convierta en ley universal”, sino de obrar de tal forma que cada individuo pueda vivir en función de su propia máxima, de la misma manera que el otro tenga posibilidad de hacer lo propio, y todo esto sin coartar la libertad de nadie ni dañar el entorno. No se habla de que ahora ya no deba actuar en sincronía con mi conciencia –como lo propone la máxima kantiana–, sino que ahora se trata de que mi conciencia integre a su propia concepción del mundo la idea de que el otro merece tanto respeto y libertad como yo, y que aun cuando no comparta sus ideas, él posee su propia conciencia y el mismo derecho a vivir en función a sus axiomas. Y todo esto sin olvidar que tanto ése otro como yo, formamos parte de una biosfera a la que también debemos respeto y cuidado, puesto que al dañarla, me daño a mí mismo.  

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Aquí resulta trascendental la nueva propuesta paradigmática que nos ofrece Hans Jonas: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”; o expresado negativamente: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean destructivos para la futura posibilidad de esa vida; o simplemente: “No pongas en peligro las condiciones de la continuidad indefinida de la humanidad en la tierra”; o, formulado, una vez más positivamente: “Incluye en tu elección presente, como objeto también de tu querer, la futura integridad del hombre1 Esta propuesta goza de la ventaja de que puede aplicarse a los tres ámbitos sugeridos anteriormente: para conmigo mismo, para con los demás y para con el mundo que me rodea y al cual pertenezco como un engranaje más de esa portentosa complejidad biológica que forma al planeta en su conjunto. Desde luego que para que estas ideas se apliquen es necesario empezar por definir la “auténtica vida humana” que debe “preservarse”. ¿Qué es una vida humana auténtica? Yo la imagino como una existencia plena, una vida material donde cada individuo pueda pensar, sentir y actuar según su conciencia y conviviendo en absoluta armonía con los demás y con el entorno. ¿Es mucho pedir? Quizá, pero es lo justo: que cada uno de nosotros podamos aspirar a “una vida humana auténtica”. ¿Por qué tendríamos que conformarnos con menos? Aquí es donde se hace necesario ampliar los conceptos que se tienen de sí mismo y de los demás. Si uno supone que “preservar la auténtica vida humana” consiste en imponer mis ideas, mi “verdad”, ya se habrá partido de una ética equivocada, donde fundamentalistas de distintas ideologías encuentren justificación para cualquier atrocidad que consideren acorde con ese concepto de “auténtica vida humana”.  Pero si por otro lado consideramos que preservar la “auténtica vida humana” consiste en defender lo más profundo de la humanidad en lo esencial, comprenderemos que se trata de defender el derecho a ser libres, a la vida como tal, a un trato respetuoso y digno, a pensar, creer y sentir en función de los propios códigos éticos y morales y que el otro, en tanto ser humano igual que yo, posee los mismos derechos y obligaciones; y que todos, tanto yo como el otro, residimos en un planeta y un entorno que es indispensable preservar para garantizar nuestro futuro como especie. Hans Jonás, en su libro El principio de la responsabilidad expone no sólo el principio ya citado párrafos atrás, sino que deja claro que así como el imperativo categórico kantiano estaba dirigido al individuo, su principio de responsabilidad está dirigido también a la implementación de la política pública que lo haga obligatorio y le dé marco y sentido: “El nuevo imperativo apela a otro tipo de concordancia –en relación a lo propuesto por Kant–; no al acto consigo mismo, sino a la concordancia de sus efectos últimos con la continuidad de la actividad humana en el futuro.[…] Esto añade al cálculo moral el horizonte temporal que falta en la operación lógica instantánea del imperativo kantiano: si este último remite a un orden siempre presente de compatibilidad abstracta, nuestro imperativo remite a un futuro real previsible como dimensión abierta de nuestra responsabilidad2”. Pero entonces, la gran pregunta está en definir qué postura es ética, social y culturalmente más amplia y apropiada para aplicarse en los tiempos que corren. Yo considero que la postura apropiada, debe avanzar en dos distintas vertientes, con lo cual se trataría de un Humanismo que sea al mismo tiempo multicultural y universalista. Demos entonces una sintética ojeada a lo que esto implicaría.   Web: www.juancarlosaldir.com Instagram:  jcaldir Twitter:   @jcaldir    Facebook:  Juan Carlos Aldir 1 Jonas Hans, El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Barcelona, Herder, 1993, Pág. 41. 2 Ídem.  

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