Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia de México 2018. Desde entonces, hay un eslógan que aparece frecuentemente, tanto en redes sociales como en las conferencias matutinas del mandatario. De hecho, parece una obsesión presidencial referirse a esto cada tanto. De seguro usted ya sabe a cuál hashtag me refiero: #LópezMejorPresidenteDelMundo».
Dicho eslógan, repetido ad nauseam por los fanáticos de López me produce un no sé qué que qué sé yo cada vez que la leo. No he detectado alguna otra nación que exprese una devoción similar a quien simplemente es un funcionario público. El funcionario con el cargo más importante del país, claro, pero funcionario al fin. Tanta ha sido la curiosidad por encontrar una respuesta a dicha devoción que tuve que repasar algunas lecturas acerca del populismo y temas afines. Por supuesto, hay obras muy profundas en este tema que explican varias de las prácticas que López ha realizado tanto en sus campañas como en su administración. Aunque este enfoque del populismo explica una parte de la identificación de la sociedad con lo que conocemos como un «líder carismático», me parece que no explica la exaltación a la que ha sido sujeta la figura presidencial. Así que la pregunta seguía en el aire, revoloteando como una mosca: ¿por qué este político mediocre (López tiene más maña que genio), de origen priísta y quien nunca ha tenido un trabajo fuera de la esfera política (a diferencia de otros íconos del populismo, como Donald Trump, quienes presumen ser outsiders, AMLO es y siempre ha sido un verdadero insider) provoca una admiración que roza con lo hiperbólico? Afortunadamente, llegó una posible explicación al leer el libro El poder del mito, el cual se conforma por una serie de entrevistas que realizó Bill Moyers a Joseph Campbell, renombrado mitólogo estadounidense, en 1988.
La lectura anterior es interesante por sí misma, en especial como una introducción a la vasta obra de Campbell (todo aquel que desee crear un héroe para una historia, al menos debería estar familiarizado con su obra El héroe de las mil caras, de 1949). Sin embargo, en el capítulo cinco de El poder del mito, titulado El viaje del héroe, encontré una idea que puede tratar de explicar la adoración que recibe nuestro presidente.
En dicho capítulo, Bill Moyers menciona la obsesión con los famosos, quienes han tomado el lugar de los héroes. Ante esta situación, Campbell menciona que una sociedad necesita héroes “porque tiene que tener imágenes fijas, como astros, para hacer coherentes todas esas tendencias a la separación, reunirlas en alguna clase de intencionalidad”. Moyers dice que esto es para que una sociedad «pueda seguir un camino». Campbell remata diciendo que «la nación debe tener de algún modo una intención, para operar como un poder único».
Desde el año 1988, en el que transcurrió la entrevista, hasta el inicio del siglo XXI, la situación referida por Moyers y Campbell no ha cambiado mucho. En la actualidad, nos encontramos ante un vacío generalizado de héroes en la sociedad, incluyendo a la mexicana. Ahora ese vacío es más grande, más notorio, con el advenimiento de las redes sociales, con todo y sus influencers, youtubers, tik tokers y demás ocupaciones propias de este primer cuarto de siglo. No es de sorprender, entonces, que Mariana Rodríguez Cantú, la primera dama de Nuevo León, documente cualquier acción que realiza en sus redes sociales y se vuelva viral.
Este terreno comenzó a labrarse por López Obrador desde 2000, cuando el tabasqueño fue electo como Jefe de Gobierno del, en ese entonces, Distrito Federal. Nuestro actual presidente tuvo veinte años para urdir un cuento mitológico acerca de sí mismo. Desde ese entonces, comenzó a utilizar una serie de simbolismos para confeccionar su traje de redentor patriota, con el cual se ha vestido desde entonces. López Obrador raramente sale a escena sin este traje.
Por ello, López, junto con su equipo cercano, trabajó en una serie de simbolismos más cercanos a los de un héroe que a los de un político. No es coincidencia que él nunca tenga fallas o errores; que él sea el único capaz de ser juez y parte; que él sea capaz de sacrificarse, aparentemente, por ideales superiores, como el patriotismo, la honestidad y la moralidad; que él sea el único ser de luz en un mundo de oscuridad. Su dedo flamígero es lo único justo en este país de injusticias. Esta carencia de héroes en la sociedad, a la que se refería Campbell, ha sido aprovechada por López Obrador. Más en México, en donde no encontramos a muchos héroes en los deportes, en la ciencia o en la tecnología. Como sociedad, en el plano espiritual, necesitamos héroes que nos guíen como personas y como nación. En una sociedad hambrienta de héroes, cualquier oferta es bienvenida.
Y en 2018, México aceptó la oferta del “héroe” López Obrador. Votamos por un “héroe” no por un político.
Como vivimos en un país democrático, es positivo que haya gente que sea partidaria de las políticas de López (a pesar de lo opacas, incongruentes, vengativas, manipuladoras, destructivas o mal planeadas resulten ser). El problema es cuando se eleva a un político al nivel de un ser mitológico. En especial a un político que, en el campo de la objetividad, de los hechos duros y puros, carece de los atributos necesarios para ser un funcionario competente. Más aún, uno que carece de las virtudes necesarias para ser un héroe. Uno que mucho menos es un dios. Uno que mucho menos es el mejor presidente del mundo.
Sin embargo, la sociedad mexicana que ha sido vapuleada, durante décadas, por la carestía económica y por la falta de seguridad y de servicios de salud, es más probable que acepte a un héroe que la represente, aunque sea más en el plano simbólico que en el fáctico. Es hasta cierto punto un calmante espiritual contar con un presidente que «lucha» contra las fuerzas del mal, que «vive con 200 pesos en la cartera» y que rechaza las tentaciones del mundo material. De ahí, pienso, es de donde se originó la explotación de la idea «mejor presidente del mundo». Por ello, en México se vitorea con tanto fervor a su mandatario. Porque, en otras naciones, un político es eso: un político, un servidor público que debe estar en constante escrutinio – no un ser mitológico del imaginario popular.
¿Qué otras implicaciones conlleva ver a López como un héroe y no como un funcionario? Lo veremos en la segunda parte de este texto.
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