El engaño de la resiliencia

La trampa de la resiliencia está en todas partes, inunda la escuela y la vida cotidiana.

29 de agosto, 2022

La resiliencia es normal en el ser humano. No parece imaginable una vida sin dificultades ni problemas en un contexto perfecto. La mayoría de los individuos evolucionan con normalidad y buscan el bienestar, dadas unas condiciones sociales de vida, no exentas de dificultades (Uriarte A. 2005).  

El concepto de resiliencia está siendo abordado desde la salud,  la psicología y la educación como algo que debe solucionar un conflicto o trauma y que implica ser aprendido, orientado o gestionado, porque si no, la capacidad de funcionar normalmente se vería afectada. Nos enseñan que una persona no resiliente está destinada a sufrir en una sociedad que te pide de forma constante y masiva ser resiliente o si no, se estaría condenada al fracaso. 

Desde una perspectiva individual, el conflicto se vive de forma interna, después del suceso traumático o no –simplemente un suceso de rechazo o de no encajar en la sociedad, o de que te ven feo porque no estás lo suficientemente motivado–,  culpabiliza, sin análisis externo. El enfoque metodológico sobre la resiliencia se ha ajustado al modelo clínico evolutivo y desde la psicopatología. Se parte de trabajar desde el desajuste, en vez de enseñar la perspectiva de desarrollo humano, del que va de un homo a un humanitas, eso, solo eso. 

En la educación la resiliencia llena las capacitaciones y las escuelas como un nuevo paradigma que involucra el currículo y exige a los docentes trabajarlo con prioridad desde un modelo disciplinar separado de las demás asignaturas. En algunos currículos y de manera específica, se refiere a “educación emocional” a gestionar las emociones como algo separado de la cognición, de la memoria y del pensamiento crítico, así, separan al hombre en pedazos.

Gonzáles Serrano menciona en uno de sus artículos que tanto la astrología y los horóscopos, el coaching ejecutivo, el mindfulness y la “atención plena”, el tarot, la lectura de manos o los gurús de autoayuda del “todo lo puedes” o ”las depresiones de las causas tú se han convertido, en la última década, en los nuevos instrumentos oraculares que empleamos para poder habitar las numerosas crisis de nuestro tiempo (Gonzáles S. 2022).

Es lo que la investigadora y escritora estadounidense Lauren Berlant en su libro El optimismo cruel señala que existe una relación de optimismo cruel cuando las aspiraciones a la buena vida son en realidad obstáculos para el desarrollo y el crecimiento. Son dispositivos afectivos que producen un creciente “padecimiento y desgaste de los sujetos” y que ejercen una silenciosa violencia relacionada con el imperativo de vernos obligados a sobrellevar cualquier tipo de circunstancia al amparo de diversos dogmas (“es lo que nos ha tocado”, “a todo se acostumbra uno”, “sé resiliente”), sumado a un perverso deseo de que las cosas mejoren. Un deseo cuya satisfacción siempre queda postergada (Berlant, 2020 citada por González S.  2022).

Por todas partes nos invitan a “vivir con plenitud las crisis” y a “potenciar nuestras capacidades en medio del desastre”, dice Gonzáles, mientras nos aseguran que salud y bienestar –como si fueran productos con los que se puede comerciar al igual que con un bien material– dependen de fortalecer nuestros «recursos internos». De este modo, se comercia con el estrés personal sin tratar de aplacar las causas sistémicas que lo provocan. Es probable que no necesitemos habilidades y competencias para “soportar las crisis”, que es una forma de condenarnos a vivir en ellas, sino herramientas intelectuales que no nos esclavicen emocionalmente, no nos culpabilicen y que aporten autonomía e independencia de pensamiento y de acción (González S. 2022).

Jamie Davies, profesor titular de Antropología Social y Psicoterapia en la Universidad de Roehampton en su nuevo libro Sedados indica que “Desde la década de 1980, los sucesivos Gobiernos y las grandes corporaciones han contribuido a promover una nueva concepción de la salud mental que sitúa en el centro un nuevo tipo ideal: una persona resiliente, optimista, individualista y, sobre todo, económicamente productiva; las características que necesita y desea la nueva economía” (Barnes, 2022).

Uno de los defensores (y ‘creadores’) de la resiliencia, Boris Cyrulnik, de una manera muy similar a Viktor Frankl, define la resiliencia como la capacidad para “transformar el dolor en fuerza motora para salir fortalecido”. Estas nuevas espiritualidades resilientes nos invitan a aceptar el dolor, pero no cuestionan su origen. Existe una peligrosa rama de la autoayuda y del automanagement que, amparada bajo la engañosa denominación de neoestoicismo, nos invita a mantener intactas las competencias y el nivel de adaptación tras un suceso doloroso o a fortalecernos frente a la adversidad, sean cuales sean nuestras circunstancias. 

Por todas partes nos piden resistencia, resiliencia –esa nueva palabra mágica que oculta una naturalización de una presión difícilmente soportable–. En fantástica expresión, Ripalda añade que se trata de un “rodillo psicológico normalizador” que sustituye ventajosamente a la filosofía (como elemento crítico, pensante, disidente) y, por supuesto, abre un nuevo espacio de negocio multimillonario: apropiarse de nuestra culpa por no llegar a los estándares que marca ese tozudo rodillo (Ripalda citado por González S, 2022).

La resiliencia se ha convertido en el nuevo mantra que permite solventar problemas con los que ella misma parece alinearse. Quien no se adapta ha sucumbido a las circunstancias. Resiliencia o muerte emocional. Como escribe James Davies en Sedados, se achaca “el sufrimiento a unas mentes y cerebros defectuosos en vez de vincularlo a unas condiciones sociales, políticas y laborales nocivas” mientras se promueven “intervenciones medicalizadas sumamente rentables que, si bien son una magnífica noticia para las grandes empresas farmacéuticas, a la larga se convierten en un lastre para millones de personas”. 

Sin ningún tipo de rubor (y cabría decir, con nuestro paulatino consentimiento y el apacible apadrinamiento de empresas, Gobiernos y gurús de la autoayuda), se han impuesto las condiciones y necesidades de la economía a las humanas, mientras se anestesian nuestras herramientas intelectuales para practicar un juicio crítico y autónomo sobre nuestro panorama socioeconómico, menciona González (2020). La usual expresión de gestionar las emociones se ha convertido en un terrible eufemismo de transigir, de soportar. La resiliencia es ahora una sedación que nos conduce al borde del abismo psicológico (González, 2022).

De nuevo, salta a la vista la manipulación emocional que mantiene el statu quo e impide pensar, cuestionar y actuar sobre las estructuras de dominación en el presente. La llamada “ciencia de la felicidad” (apoyada por la autoayuda del «todo lo puedes» y el nuevo dogma de la resiliencia) es una propuesta ideológica que premia el individualismo y la competitividad, el éxito económico y la constante posibilidad de consumir (González, 2022).

El papel de la enseñanza es fundamental en este punto. Dice González que educar a los jóvenes en el ilusorio “puedes llegar a ser lo que quieras ser” solo alimenta las posibilidades de crear adultos ansiosos y frustrados que chocan contra el muro de aquel futuro que nunca se realiza (2022). Quizás resultaría mucho más enriquecedor –y social y educativamente más significativo– mostrarles las condiciones materiales y sociales de las que parten para que tengan la oportunidad de cambiarlas. Sin un pensamiento anclado al presente efectivo no puede existir la potencia del cambio. Mientras la autoayuda y el resto de “tecnologías de la paciencia” intentan que nos desenvolvamos preceptivamente en un panorama constante de crisis e inestabilidad y ponen todo el peso de la culpa en el individuo –desarrollo personal, superar los propios miedos, desprenderse de las preocupaciones–, la filosofía y otras disciplinas humanísticas cuestionan y centran el foco en las condiciones estructurales que permiten la aparición de esas crisis e inestabilidades y, en paralelo, dotan al individuo particular de los dispositivos intelectuales para tomar conciencia de su situación real. Ello para comprometerse con el cambio no solo individual, que es importante, qué duda cabe, sino sobre todo con el cambio social (Gonzáles S. 2020). La comunidad, el apoyo y la solidaridad naturalmente nos hacen resilientes.

REFERENCIAS

Bertland S, (2020). El Optimismo Cruel. España, Caja negra editorial.

James Barnes, (2022) Entrevista a Jamies Davies: https://madinspain.org/las-politicas-de-la-angustia-un-dialogo-con-el-dr-james-davies-sobre-su-nuevo-libro-sedados/

Gonzáles Serrano C.J. Artículos (2022):

https://ethic.es/2022/04/contra-la-resiliencia-a-favor-de-la-lucidez/

https://ethic.es/2022/07/contra-la-manipulacion-emocional/

Uriarte Aciniega (2005) La Resiliencia, una nueva perspectiva en psicopatología del desarrollo. Revista de Psicodidáctica, N. 2, Vol.10 

Se recomienda para mayor información del tema:

https://ethic.es/2022/04/la-tirania-de-la-felicidad/

https://ethic.es/2021/05/la-obligacion-de-ser-feliz/  de Chul Han

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