En México, la cultura popular ha glorificado el narcotráfico como un camino rápido hacia una vida de lujos, poder y respeto, especialmente para los jóvenes. Series de televisión, canciones y corridos han alimentado esta narrativa, pero la realidad que enfrentan quienes se involucran en el narcotráfico es muy distinta. Aquí desmentimos algunos de los mitos más comunes y mostramos la cruda verdad detrás de esta vida.
Uno de los mitos más peligrosos es la idea de que los narcotraficantes jóvenes viven una vida larga y llena de poder. En realidad, su esperanza de vida es extremadamente baja. Los estudios criminalísticos indican que la edad promedio en la que mueren los jóvenes narcotraficantes en México es de aproximadamente 30 años, aunque muchos no llegan ni a esa edad.
En comparación, la expectativa de vida general en México es de 75 años. Esta diferencia drástica evidencia los altos niveles de violencia a los que están expuestos, ya sea por las guerras territoriales entre cárteles o por los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. Morir joven es la norma para muchos de ellos, lejos de la imagen de poder prolongado que se vende en la cultura popular.
Otro mito es el supuesto acceso a una “vida de lujos”. Aunque algunos líderes de cárteles logran acumular grandes fortunas, la mayoría de los jóvenes que se unen a estas organizaciones no experimentan esta opulencia. Según datos del INEGI, muchos provienen de entornos vulnerables, con bajo nivel educativo y escasas oportunidades económicas.
Estos jóvenes ocupan los niveles más bajos en la jerarquía criminal, y sus ingresos están muy lejos de lo que se percibe como una vida de lujo. Los sicarios jóvenes ganan entre 8 mil y 20 mil pesos mensuales, una cantidad que, aunque superior a algunos empleos formales, está lejos de garantizar seguridad o estabilidad. Además, estos ingresos vienen acompañados de un alto riesgo de muerte o encarcelamiento.
El impacto de esta vida no se limita a los jóvenes involucrados, sino que también afecta profundamente a sus familias. Estas familias suelen enfrentarse al estigma, la violencia y el miedo constante a represalias, además de las acciones judiciales. La Ley de Extinción de Dominio permite confiscar bienes relacionados con actividades ilícitas, lo que deja a muchas familias sin recursos. El mito de una herencia económica estable es completamente falso; la mayoría de las familias termina en la pobreza o perseguidas por la ley.
A pesar de estas duras realidades, el narcotráfico sigue siendo una opción atractiva para muchos jóvenes debido a la falta de oportunidades. Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), al menos 30 mil jóvenes están involucrados en el narcotráfico. En estados como Sinaloa y Tamaulipas, entre el 30% y 40% de los detenidos por crimen organizado son menores de 30 años.
Lejos de los lujos y el poder que se promueven, los jóvenes en el narcotráfico enfrentan una vida corta y violenta. Es crucial desmitificar esta vida y ofrecer alternativas reales para que los jóvenes puedan aspirar a un futuro diferente, lleno de oportunidades legítimas y lejos de la violencia.
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