¿Qué sería de este país y de este mundo sin la bendita hipocresía? El verdadero motor del progreso no está en tecnología, no señor, mucho menos en la mentada inteligencia artificial, explotada (en su mayoría) por aquellos que carecen de la real (nunca ha sido más cierta la máxima Quod natura non dat, Salmantica non præstat): la verdadera clave del progreso humano está en este adjetivo, aparentemente inofensivo, trivial.
Sin la bendita hipocresía pocas cosas se realizarían sin que nos moliéramos a golpes o, de a perdis, sin que entráramos en una batalla verbal de aquellas con todo mentadas y palabras altisonantes, de esas que a los mexicanos casi no nos gusta utilizar (¡ajá!). Sin la bendita hipocresía, muy pocos políticos y dirigentes podrían pegar pestaña en las noches sin tener que aventarse unas cuantas docenas de padrenuestros o unos buenos litros del famoso Rivotril.
Esto viene a colación porque unos amigos me contaron que van a tomar un curso de 26 semanas (¡chispas!) enfocado en la «superación personal para el avance de México» (palabras más, palabras menos). Por supuesto, la superación personal es de quien la trabaja y quién soy yo para meterme en lo que se mete cada uno en su cabeza. Si usted prefiere leer libros de superación personal que las novelas de Yukio Mishima o Thomas Pynchon, adelante, por favor (aunque, a la larga, pienso que es mucho más sano leer libros de superación que al oriundo de Tokio o al autor del El arco iris de gravedad – ¡nos hacen pensar mucho y quién quiere eso!). Mucho menos tengo dotes de manager o gerente para decidir qué cosas endilgarles a los empleados-que-llamamos-colaboradores-pero-que-siempre-sí-son-empleados para que (aceptémoslo) se hagan patos en horas de oficina con jueguitos y dinámicas propias del kínder público de la época de la SEP de doña Delfina y miss Lety.
Donde la puerca torció el rabo, diría el clásico, es que la empresa para la que trabajan mis amigos es propiedad del magnate de México, uno conocido por todos, porque todo México es su territorio, y quien, dicho sea de paso, es compayito de mi presi. Una empresa que se opone a los sindicatos y, en general, a los derechos de los trabajadores (sacarles prestaciones y derechos es casi como querer sacarle una verdad a doña Liz Vilchis en su sección mañanera). Una empresa que te anota cada salida al sanitario (inserte usted aquí su broma autoritaria preferida). Una empresa que es capaz de dejarte sin luz y sin agua en los sanitarios durante semanas, nomás porque sí (esta situación dio origen a muchas anécdotas divertidas de mis amigos, eso sí). Una empresa que no ha cuidado en tener rutas de evacuación adecuadas en sus instalaciones. Pero, eso sí, muy interesada en la superación personal de sus lacayos…er, digo, colaboradores. ¡Bendita hipocresía organizacional!
Pero la bendita hipocresía no para ahí, no señor. ¿Ha seguido usted las noticias de la semana pasada? ¿Le suena ese rollo de un tal Zambada y un tal Guzmán? ¿Estuvo usted confundido por la falta de claridad en los medios y por parte del gobierno? Pues déjeme decirle que no fue usted el único confundido en este asunto que, en un país funcional y que no tuviese rota el alma como el nuestro, hubiese sido de la mayor relevancia noticiosa. Pero, hombre, ¿qué importancia tiene esto cuando lo relevante es fregarse el dinero de los organismos autónomos en aras de una falsa austeridat? Una austeridat que solamente aplica a lo que le incomoda a mi presi precioso, por supuesto, y no a sus hijos, quienes tuvieron que hacer unas machincuepas dignas de las olimpiadas con ayuda de La Jornada para medio responder (sin mostrar pruebas, eso sí, porque las pruebas son para tontos) a sendas acusaciones de corrupción. Entonces, en resumen: mientras mi tlatoani dice predicar su humanismo mexicano, mantiene los ojos (y oídos y todo lo que se pueda) cerrados ante los delincuentes, y mientras predica una falsa austeridad para joderse a lo que le estorba, su progenie se hace cada día más rica. ¡Bendita hipocresía obradorista!
Claro, los estadounidenses no son diferentes. J.D. Vance, quien sería el vicepresidente estadounidense en caso de que The Donald ganase en noviembre, es la aparente personificación del sueño americano (como lo narra en su autobiografía Hillbilly Elegy). Sin embargo, lo que al principio pareció como una elección más que perfecta para las aspiraciones presidenciales de Trump, ahora parece que puede costarle algo caro al magnate gabacho, después de que se han vuelto a publicar una serie de notas un tanto escandalosas relativas a Vance. Por ejemplo, esta que fue publicada por Rolling Stone en octubre de 2022 sobre la inversión que hizo el senador republicano en una firma biotecnológica que hace experimentos en animales. Mientras los medios hacen y deshacen a Vance, el candidato vicepresidencial que pretende mostrarse como el estadounidense modelo, ha llamado miserables a los políticos demócratas que no tienen hijos. ¡Bendita hipocresía gringa!
En fin, que la bendita hipocresía siga haciendo girar a este mundo que ya está medio loco.
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